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Baltar desafía a Feijóo para legar a su hijo el control del PP en Ourense

El último cacique de la política gallega busca perpetuarse en el poder a través de su primogénito

F. VARELA

Si no quieres caldo, toma dos tazas. José Luis Baltar, el incombustible presidente del PP ourensano (y de la Diputación provincial), el último representante del sector de la boina (de origen rural) que durante años disputó el control del partido a los del birrete (educados en las ciudades, un grupo del que Mariano Rajoy fue durante décadas el máximo representante), abandona la presidencia del partido. Pero esta decisión, que en otras circunstancias haría las delicias del presidente de la Xunta y del PP de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, se ha convertido en todo un desafío. Porque Baltar se va, pero sólo para que su silla la ocupe su propio hijo. Si el candidato de Feijóo, el alcalde de Verín, Juan Jiménez Morán, no lo remedia, José Manuel Baltar, el primogénito, se coronará el 30 de enero presidente del PP de Ourense. Y todo hace pensar que será así: hace pocos días, el 95% de los representantes locales del partido aclamó al heredero y dejó claro que existe poco margen para evitar la confirmación de la dinastía.

La estrategia de Baltar es consecuente con la biografía de un hombre al que propios y extraños consideran el último cacique. El próximo día 30 concluirán 33 años de actividad política ininterrumpida que el todavía presidente del PP ourensano, maestro de profesión, inició de la mano del franquismo convirtiéndose en 1976 en alcalde de Nogueira de Ramuín (2.500 habitantes). Tenía 36 años y un instinto innato para hacer política en una provincia condicionada por un hábitat disperso y una economía rural muy sensible al reparto de dinero público que, especialmente en los años ochenta y noventa, fluyó mayoritariamente desde la Diputación de Ourense, en cuya presidencia vive encaramado desde 1990.

Feijóo quería aplazar el relevo pero Baltar se lo negó

José Luis Baltar ha hecho de su éxito electoral el aval que le ha permitido no sólo sobrevivir a las embestidas de sus enemigos sino desafiar a quien tuviese la ocurrencia de oponerse a sus planes. Si ni siquiera se arrugó ante Manuel Fraga (en 2003, forzó una sublevación de diputados ourensanos que llegaron a encerrarse durante varios días en un piso amenazando la mayoría del PP en el Parlamento gallego), menos aún está dispuesto a hacerlo con Feijóo.

El presidente de la Xunta quería que el hombre fuerte de los conservadores ourensanos aplazase el relevo y tener así tiempo de preparar una transición que le asegurase el control del PP en la provincia, la única que no controla desde su victoria electoral en las autonómicas de 2009. Pero Baltar se negó. Su sentido del poder (y de la familia) están por encima de la obediencia debida.

Los alcaldes apoyan mayoritariamente al hijo de su jefe de filas

No en vano, representa en Galicia lo más parecido a un conseguidor, alguien que ha hecho del intercambio de favores la pieza fundamental de su política. Con él como presidente, la diputación se ha convertido en el primer empleador de la provincia, sólo superada por las cooperativas Coren. La situación es tan grotesca como de dominio público: hasta 33 porteros ha llegado a tener en nómina para vigilar un edificio dedicado a exposiciones que sólo tiene dos puertas.

Poco importa que la deuda de la diputación roce su presupuesto anual o que su gasto de personal duplique el de otras corporaciones provinciales con el doble de recursos económicos. Si hijos y esposas y parientes de alcaldes del PP de la provincia viven de la diputación, ironizan sus enemigos, ¿por qué habría de importar que a Baltar le suceda su propio hijo?

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