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Belén Barreiro: "Hablar de desapego de la política queda bien, pero es un cliché"

La presidenta del CIS asegura que hace falta perspectiva para analizar con rigor el descrédito de los políticos

JUANMA ROMERO

Pocas veces aparece su nombre. Escasamente once menciones en los teletipos de la agencia Efe desde que tomó posesión de su cargo, en mayo de 2008. No es casual. Debe pesar menos ella, Belén Barreiro Pérez-Pardo (Madrid, 1968), y más la institución que preside, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), un organismo público autónomo adscrito al Ministerio de la Presidencia más viejo que la democracia, con 47 años de vida, heredero del franquista Instituto de la Opinión Pública, fundado en 1963. Hoy es una institución pequeña –105 trabajadores, un presupuesto para 2010 de 8,39 millones de euros–, pero potente y con un prestigio “completamente homologable” a sus hermanos europeos, subraya Barreiro, doctora en Ciencia Política y con una dilatada carrera en la docencia y la investigación.

¿Qué hay de realidad y qué hay de mito en el desafecto de la política?

La clase política preocupa en torno al 10-15% de los españoles y sube o baja en función de la marcha de la política. La peculiaridad de esta legislatura es que la inquietud por el paro y la situación económica se ha disparado. Si nos fijamos en el barómetro de enero de 2010, han saltado al 83% y al 47%, respectivamente. Al mismo tiempo, otros problemas que tradicionalmente han preocupado mucho a los españoles, como el terrorismo, la seguridad ciudadana, la inmigración o la vivienda ya no son tan acuciantes. Así, la clase política aparece en una posición similar a estas otras preocupaciones, todas ellas a gran distancia de los asuntos económicos.

Entonces, ¿los datos no son todavía angustiosos?

Yo no veo mucho más desapego ahora. Es una inquietud constante, que figura entre los seis o siete principales problemas, que sigue una pauta zigzagueante. Además, política y economía son dos variables que se contagian. Cuando la economía va mal, la valoración de la política también se resiente, y viceversa.


No lo diría así. Los datos no se están analizando con perspectiva. Hablar de un mayor desapego a los políticos te hace quedar bien, pero es un cliché. El desafecto ha cambiado poco en estos años, salvo picos coyunturales como el de ahora. Y es lógico, por la difícil situación económica y por los escándalos de corrupción del último año. En cualquier caso, hablar de descrédito crea opinión pública. Nuestros encuestadores lo perciben: cuando inquieren a los ciudadanos por los problemas que les inquietan, algunos ya dicen: “Ah, esta es la pregunta del Telediario”. Se aprende qué contestar. Insistir tanto sobre el problema acaba agravándolo.

¿Somos pues injustos con los políticos?

Se merecen al menos que seamos justos con los datos. La relación entre ciudadanos y políticos es compleja, ambivalente. Por un lado, la confianza en los políticos españoles está en la media europea. Por otro, los españoles no confiamos en los políticos, pero tampoco confiamos los unos en los otros. La confianza interpersonal en España es baja, como dice por ejemplo la Encuesta Social Europea de 2008. La confianza es un concepto muy exigente.

Además, sí se detecta confianza en las instituciones.

Exacto. La confianza en el Parlamento nacional está por encima de la media de Europa, en un 5 frente a un 4,5. También en España hay una mayor satisfacción con el funcionamiento de la democracia. No puede hablarse entonces de desapego sin matices.

Los expertos aducen que ese rechazo ciudadano de los últimos barómetros del CIS se debe a la demanda de pactos de Estado.

El consenso sí está muy bien valorado, según vienen demostrando todos los barómetros del CIS. En temas como la economía, si no hay acuerdo gobierno-oposición, puede calar la confusión. Es un asunto donde los ciudadanos no tienen claro qué recetas son las que nos hacen salir de la crisis, por lo que a falta de pacto se dejarán llevar por su ideología y por la capacidad que le atribuyen a cada partido en función del recuerdo histórico de su gestión.

¿Ha pesado la corrupción?

Sí, pero la reacción es lenta. La corrupción en los gobiernos de Felipe González apareció al principio de los noventa, pero no se castigó en elecciones generales hasta 1996. En enero de 1995 se tocó el techo histórico: para el 33,5% la corrupción era la gran preocupación. La corrupción pasa factura si no hay reacción firme. Si la hay, los ciudadanos pueden disculparla.

¿Y si afecta al principal partido de la oposición?

No hay estudios para saber cómo repercute en los partidos de oposición. Lo lógico es pensar que afectará si no se lanzan señales de rectificación al electorado.

¿Cómo se traduce ese descontento electoralmente?

Buena parte se canaliza vía abstención o el voto a partidos pequeños. En la pasada legislatura, por ejemplo, hubo escaso trasvase de votos de PSOE a IU. En el último barómetro eso sí se percibe.

¿Y qué pasará con Unión, Progreso y Democracia (UPyD)?

Lo que nos dicen hoy las encuestas es que el partido de Rosa Díez recoge los votos de los sectores progresistas y laicos más centralistas y de los núcleos conservadores que se sienten lejanos al PP.

¿Por qué hay tanto desgaste de los líderes políticos?

Por la polarización. Los votantes del PSOE valoran a Zapatero con un 5,9, pero los del PP le dan un 1,9. Esto le baja la media. Con Rajoy sucede algo similar, aunque sus votantes le valoran con peor nota que al presidente del Gobierno los suyos.

¿Qué retos tiene el CIS para 2010 por delante?

Profundizar en la transparencia y la modernización. Uno, volcar a la web todas las encuestas desde 1995, con los datos en bruto. Dos, construir un banco de datos dinámico y virtual, en el que el usuario pueda cruzar variables y generar series temporales. Y tres, que los encuestadores hagan los sondeos no sólo con lápiz y papel, sino con tabletas informáticas.

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