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La memoria recuperada de los presos de Valdenoceda

Quince familias reciben los restos identificados de sus abuelos represaliados

DIEGO BARCALA

Pepe González, de 51 años, vivió el momento más feliz de su vida hace dos años, cuando su padre, meses antes de morir, le abrazó a los pies de la fosa del cementerio de Valdenoceda (Burgos). Fue en la celebración del funeral de su abuelo, Juan María González, condenado a muerte por los franquistas por 'adhesión a la rebelión'. Es decir, por ser el conserje de la Casa del Pueblo de Torralba de Calatrava (Ciudad Real). Pepe, junto a otras 14 familias, recibió ayer de manos de la Agrupación de Familiares y Amigos de Fallecidos en la Prisión de Castigo de Valdenocenda los restos de su antepasado represaliado.

Este acto de entrega de los cuerpos, celebrado en el Ateneo de Madrid, cerró el círculo de la memoria histórica que nietos, hijos y sobrinos como Pepe González comenzaron hace apenas 15 años, seis décadas después de que los presos de aquella fría cárcel murieran, en su mayoría, de hambre. 'La comida era agua con tizones para teñirla de negro y un caldo con una habichuela que solía tener gusano y no se podía comer', relató ayer uno de los supervivientes, Isaac Arenal.

A los 153 presos enterrados en el cementerio de Valdenoceda no hacía falta fusilarlos. Bastaba con morir enfermos. Los antropólogos de la Sociedad Aranzadi han recuperado 116 cuerpos, entre ellos los 15 que ayer fueron entregados a sus familias. Otros diez están identificados sin prueba genética y el resto están a la espera de encontrar a sus descendientes. 'La última familia apareció hace un mes. Esperamos entregar muchos más', señaló el antropólogo Luis Ríos.

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