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"Nos aplicaba crema y supositorios"

Mathias B. Víctima de abusos. Denuncia las prácticas del jesuita Wolfgang Statt en un campamento en Loyola

T. SCHÄFER

Mathias B. asegura que su motivo no es la venganza. Este alemán, residente en Potsdam, en el este del país, fue una de las víctimas del padre jesuita Wolfgang Statt. En 1976, el cura se llevó a cuatro chicos de Berlín dos alemanes, un español y un chileno a un campamento de verano en Loiola (Guipúzcoa), sede de la orden jesuita. También hubo un grupo de 25 jóvenes de Azpeitia. 'Era un campamento cristiano, donde rezamos mucho', recuerda.

'No quiero ver a Statt en la horca, sino que las víctimas se alivien'

El padre Statt hablaba español y euskera, porque había estudiado en la Facultad de Filosofía y Letras de Loiola en los años sesenta. En 1991, este profesor de Educación Física confesó sus abusos a la orden, renunció al hábito y se fue a vivir a Chile. Statt negó en la televisión chilena que sus prácticas tuvieran carácter sexual, pero Mathias B. asegura que el cura solía aplicar crema antiinflamatoria en los traseros golpeados e incluso les metía supositorios. Decidió hablar de su experiencia después de que la prensa alemana informara en enero de los casos de abusos en colegios jesuitas. Ahora insta a las víctimas españolas de aquel verano en Euskadi a denunciar lo ocurrido.

¿Qué pasó en el campamento de Loiola?

Bueno, todo empezó antes. Tuvimos cuatro fines de semana preparatorios en Berlín. Hacíamos juegos y el que perdía recibía una torta en el trasero que le daban los demás. Luego fueron tres golpes y así iba aumentando, de una manera muy lúdica. El último fin de semana antes del viaje a Loiola, el padre Statt nos mintió. Dijo que había acordado con nuestros padres que él iba a ocupar su papel durante el campamento. Si alguien rompía las reglas tendría que castigarlo con cinco golpes en el trasero, pero nos dijo que seguramente no habría motivos para aplicarlo.

'No conté nada a mis padres porque sentía mucha vergüenza'

¿Los golpes aumentaron?

Una vez en Loiola nos cayeron cinco golpes por una tontería. Entonces se incrementó el castigo: podías elegir entre 15 golpes vestido o diez en el trasero destapado. Muy pronto llegamos a 20 golpes en las nalgas desnudas. Entonces nos llamó la atención que los castigos eran cada vez más frecuentes. En las cuatro semanas me tocó tres o cuatro veces recibir los 20 golpes. Me di cuenta de que no nos afectaba sólo a los alemanes, sino también a los chicos españoles.

¿Participaban también curas españoles?

'Quizá en España no consideren los azotes como un abuso sexual'

Sin duda todo partió de Wolfgang Statt. Como niño ya me parecía muy sospechoso. Luego había un padre español de nombre Jesús que era muy simpático. Incluso me mandó una postal. Se comportaba muy bien con nosotros y compensaba por las fechorías de Statt. Me pregunto si estaba al tanto de los abusos. Trabaja en un orfanato en Alicante.

¿Está seguro de que se abusó de niños españoles?

Absolutamente. Me acuerdo de que un día salimos de excursión y, a los pocos metros, Statt regañó a un chico porque se había dejado la bolsa de la cámara fotográfica. Volvieron los dos al campamento. Nos quedamos helados porque sabíamos qué estaba pasando. Recuerdo los gritos.

¿Por qué cree que las víctimas en España aún no han salido en público?

En Alemania también hemos tardado en sacar el tema. Es posible que en España lo hayan reprimido, igual que yo hasta ahora. Los recuerdos vuelven cuando alguien empieza a hablar. Quizá en España los castigos corporales producen mayor vergüenza y nadie quiere hablar de ello porque no les gusta admitir que les golpeaban el trasero desnudo. Quizás los españoles no lo consideran como una forma de abuso sexual. Pero Statt solía aplicarnos crema antiinflamatoria en el trasero rojo y nos metía un supositorio. No sé que sentía él al hacerlo, pero para mí es claramente abuso sexual.

¿Al volver no contó nada a sus padres?

No, porque me daba mucha vergüenza ante mí mismo y ante ellos. Es difícil de explicar. Hoy me resulta fácil hablar de aquellos acontecimientos. Por eso animo a la gente a romper su silencio. No quiero ver a Statt crucificado o en la horca. Ahora se trata de que los afectados se sientan mejor una vez cuenten todo eso. Lo he vivido aquí, en Berlín, cuando tuvimos una reunión entre las víctimas. Algunos llegaron de buen humor, pero a lo largo de la conversación se acordaban de todo aquello y rompían a llorar. Después, se sentían aliviados.

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