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El regreso de un judío español que expulsó Franco

La Diputación de Cádiz le rinde a Mauricio Palomo un homenaje 66 años después de su éxodo por el Mediterráneo

ÁNGEL MUNÁRRIZ

Una noche de enero de 1944, un niño barcelonés de 13 años, Mauricio Palomo, se aloja en el hotel Playa Victoria de Cádiz. Ha llegado allí enviado por el régimen franquista junto a su madre y su padre, un comerciante que acaba de cumplir tres años de cautiverio en los campos de concentración de Miranda de Ebro y Nanclares de Oca por el único delito de su fe.

Al día siguiente parten en un arriesgado éxodo por el Mediterráneo hacia Haifa, entonces integrada en el protectorado británico en Palestina, a bordo del buque portugués Nyassa. Ese niño, 66 años después, recibió a Público en el mismo hotel convertido en Moshé Yanai, un anciano de 79 años, orgulloso ciudadano israelí de fe judía.

Moshé Yanai salió de España en 1944, con 13 años, junto a su familia

Regresa sin rencor, emocionado por el homenaje que ayer le rindió la Diputación de Cádiz y la asociación Tarbut Sefarad. Se considera 'prueba viviente' de que el franquismo sí expulsaba judíos, pero insiste en subrayar que, en medio de la brutal persecución de su pueblo en aquellos años, tuvo suerte porque el antisemitismo franquista no optó por una solución final de estilo nazi. 'Es verdad que Franco me truncó la vida, claro. Pero en cierto modo también me la salvó, o más bien me la perdonó. No nos mató, no nos tocó ni a mi madre ni a mí. No fue como en Alemania', afirma.

Sus padres eran emigrantes turcos judíos llegados a España en 1920. Moshé atribuye a la denuncia de algún comerciante envidioso que, en diciembre de 1940, dos agentes secretos tocaran la puerta de su casa y se llevaran a su padre. 'No esperábamos que fueran a por mi padre, que vivía ajeno a la política, pese a que Franco declaraba que judíos, bolcheviques y masones eran enemigos', cuenta.

'Para Franco, judíos, bolcheviques y masones eran enemigos'

Poco más de tres años después, en Cádiz, la familia reunida otra vez salía hacia Haifa en un barco con más de 500 judíos, la mayoría llegados a España tras cruzar los Pirineos en huida. Hasta el año pasado Moshé no supo que su salida obedecía a una orden directa de expulsión, otra vez por el único delito de su judaísmo. Eran apátridas non gratos.

Al otro lado de la travesía, en la completa ruina, la familia encontró 'sólo arena y más arena'. '¡Si aquello parecía la Barceloneta!', bromea en su florido castellano. Moshé trabajó como empleado de banca y profesor de español antes de enrolarse, en 1948, en el Ejército de la naciente Israel, país del que habla con enorme orgullo. Y todo ello mientras su padre aún miraba de reojo a España. 'Jamás la olvidó. ¡Si hablaba castellano y catalán, y allí había prosperado y formado familia!'. Supieron que nunca volverían cuando, tras la victoria aliada, vieron que el régimen ni se desmoronaba ni se abría.

Cofundador en 1963 del semanario Aurora, escrito en castellano, Moshé desarrolló una amplia y prolífica carrera periodística. Y se nota que conoce lo que se cuece en España, pese a lo cual se niega a dar opiniones sobre temas candentes. 'Soy un invitado', se excusa. Sí admite un único capricho: ver en Barcelona, ciudad que ya revisitó hace unos años, a Pilar Rahola y expresarle su 'cariño' por manifestar opiniones sobre Israel que 'no son las comunes en la izquierda'.

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