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La noche más triste

Crónica de dos periodistas de 'Público' que viajaban en el tren inmediatamente posterior al de los jóvenes arrollados por un Euromed en playa de Castelldefels

MAGDA BANDERA / DANI CORDERO

El tren se detuvo en la estación de Castelldefels hacia las 23.40 horas. Unos minutos después, la megafonía advirtió que tardaría en arrancar. Sin más explicación. Imposible imaginar que a unos centenares de metros 13 personas que iban en el tren anterior acababan de perder la vida.

La espera se fue alargando, pero los jóvenes que llenaban los vagones se lo tomaron con calma. Algunos ya habían empezado a celebrar la verbena de San Juan en el tren y bebían lo que llevaban en las bolsas de supermercado. Como todos los fines de semana, habían entrado como una avalancha eufórica en la estación de Sants camino de las playas y discotecas del sur: Castelldefels, Sitges, Vilanova i la Geltrú, Cunit, Calafell...

El ritual tiene lugar cada viernes y sábado sobre las 10 de la noche. Centenares de jóvenes menores de 25 años con pintas y ganas de fiesta abarrotan los trenes. 'Es la manera más segura de ir de marcha', explica un adolescente. Nada de coches. Así sus padres se quedan tranquilos. De vez en cuando, algunos los llaman por teléfono y se oyen conversaciones cándidas: 'Sí, no sufras'.

A menudo, se llevan la música a cuestas y la utilizan para amenizar le viaje de todos los pasajeros, quieran o no. La noche de San Juan, sin embargo, un chico que no pasaba de los 20 años recitaba en voz baja los versos de un rap que acababa de componer. Letra crítica con el capitalismo e incluso con Teresa de Calcuta. Muy similar a la de un artista latinoamericano que ambos admiran. Los suramericanos continúan siendo el referente, admitía, pero él estaba seguro de que los nuevos temas en que estaba trabajando iban a gustar mucho. Mientras, la joven que se sentaba sobre sus piernas pedía a una amiga que tampoco había encontrado asiento que se animase a cantar: 'Si quieres dedicarte a esto de verdad, tienes que perder la vergüenza', intentaba convencerla. 'Si lo haces, te monto una canción', la animaba el rapero. Uno de sus colegas cambió de tema durante unos minutos: 'Pues yo me apuntaré a la Escuela Elisava'.

Los minutos pasaban y el tren permanecía parado. 'Seguro que ha habido un arrollamiento. Ya ha habido unos cuanto hoy', pronosticaba el cantante, que había oído hablar de los accidentes de Sant Adrià del Besòs y Sant Feliu de Llobregat, este último mortal. A continuación, siguieron hablando de música. Algunos compañeros salieron a fumar. Pese a todo, el ambiente en el interior de los vagones era tranquilo y nadie protestaba.

Una llamada al servicio de atención telefónica de Renfe confirmó que se había producido un arrollamiento importante y que el tráfico ferroviario tardaría mucho en ser restablecido. Poco a poco, los pasajeros bajaron al andén. Empezaban a llegar algunos SMS y las primeras llamadas que decían que había pasado algo importante en el tren inmediatamente anterior.

En pocos minutos, centenares de viajeros se acumularon en los alrededores de la estación de Castelldefels sin saber cómo llegar a sus destinos. Además de los pasajeros habituales los fines de semana en la línea R2, procedentes sobre todo del área metropolitana de Barcelona, la noche de San Juan hizo que muchos jóvenes turistas tomasen los Cercanías para acercarse a playas, teóricamente, menos saturadas que las de Barcelona. La de Castelldefels, donde abundan los locales con música reggaeton, es una de las preferidas de los jóvenes de origen latino.

Los pocos taxis que circulaban a medianoche cerca de la estación estaban ocupados. La gente empezaba a organizarse para compartirlos cuando encontraran uno libre. Finalmente, a las 0.40 horas, un taxista confirmaba con un compañero que había muchos muertos en el apeadero de Playa de Castelldefels.

'Parece que un Euromed ha atropellado a varias personas que bajaban de un Cercanías. Mucha gente joven', decía. Y expresaba su indignación mientras conducía a lo largo del paseo Marítimo. La arena estaba llena de gente de fiesta. Música altísima, petardos y fuegos artificiales bajo la luna llena. Era difícil entender que sólo a 100 metros los Mossos d'Esquadra y la Polícia local habían acordonado la zona que rodea el apeadero porque 13 personas acaban de morir cuando cruzaban las vías del tren.

Ni siquiera los familiares y amigos de los afectados podían traspasar el área restringida y los agentes de policía los atendían en una esquina antes de llevarlos al centro cívico Frederic Mompou. A diferencia de en otras tragedias, casi no había curiosos y la prensa aún no había llegado a las 0.50 horas. A esas horas, una nota 'urgente' de la agencia Efe era toda la información disponible.

'No podemos dar ningún dato hasta que no llegue la responsable de comunicación de Interior', insistían los mossos mientras improvisaban un lugar para situar a los medios de comunicación cuando empezaran a llegar justo delante del apeadero. A través de la rejilla roja que caracteriza las instalaciones de Renfe se veía el ir y venir de decenas de bomberos, servicios sanitarios y policía judicial.

En esa esquina, los propietarios del supermercado Queviures de l'estació daban botellas de agua a los mossos. 'Ven, ven, es muy fuerte. Los periodistas lo tenéis que explicar', decía, conmocionada, la pareja de argentinos que abrió la tienda hace siete años y que desde entonces ya ha vivido tres arrollamientos. 'Es que no había suficientes agentes de seguridad. Siempre está lleno de policías pidiendo papeles a los inmigrantes que van a vender cosas a la playa, pero hoy, con la cantidad de gente que sabíamos que vendría, sólo se veía a dos vigilantes', añadía la mujer. Andrés, su marido, la interrumpía nervioso: 'Estábamos contentos porque salía mucha gente del Cercanías y decíamos hoy haremos negocio'. Pero, de repente, oímos un ruido muy fuerte, como si fueran piedras que caían. ¡Y era la gente!'

Pese a todo, la fiesta seguía al otro lado de la cinta que delimitaba la zona restringida. Entre esta área y la playa, atestada de gente bailando y haciendo botellón, sólo hay una cuarentena de metros que parecían un desierto. Los que temían haber perdido algún amigo o familiar se concentraban en el centro cívico habilitado para informar a los afectados. Uno de los chicos que se acercaron para encontrar a cuatro amigos descubrió que dos de ellos estaban malheridos. Los otros dos no estaban en las listas de ingresados en los hospitales y ya los daba por muertos'.

Bajo los fuegos artificiales que iluminaban la playa de Castelldefels, sólo había unos cuantos jóvenes que intentaban digerir lo que había sucedido. 'Esto Dios no lo quiere', decía un dominicano de 16 años que había ido a celebrar la noche más corta del año con un grupo de amigos. Uno de ellos, que cojeaba, aseguraba que el tren lo había rozado, pero estaba esperando ir al ambulatorio de su ciudad, L'Hospitalet. A las dos de la mañana, buscaban un autobús nocturno para volver a casa. La Rusa, como llamaban a una amiga, lloraba que permanecía en cuclillas. A su lado, se veía una mochila salpicada de pequeñas gotas de sangre.

'Sé que soy egoísta, pero espero que ellas no estuvieran allí', decía otro chico que buscaba a unas amigas por la playa. Precisamente, las manchas de sangre que ensuciaban las ropas de dos muchachas que lloraban en la arena hizo que un grupo de jóvenes que celebraba la verbena se enterase del accidente. En primera línea de mar, el arrollamiento no era el principal tema de la noche.

Los primeros datos oficiales no se hicieron públicos hasta las cuatro de la madrugada, cuando llegaron al apeadero el consejo de Interior, Joan Saura, y el alcalde de Castelldefels, Joan Sau. Tras expresar el pésame a los familiares, ambos explicaron que en aquel momento había 12 muertos y que eran 'muy jóvenes'. También avanzaron que las causas del atropello apuntaba a que habían cometido una 'imprudencia' al cruzar las vías sin usar el paso subterráneo, que se inauguró el pasado otoño. De este modo, desmentían el rumor de que los accesos estaban cerrados. Sólo lo estaba el paso elevado desde el andén.

Pero esa pasarela es la única salida que vieron algunos viajeros entre la multitud cuando bajaron al andén. 'El año pasado no existía el paso subterráneos', argumentaba uno de los chicos que viajaban en el Cercanías. El colombiano Fernando Ortega, que también iba en el tren, explicó que había cierta confusión y que, por eso, 'algunos decidieron cruzar las vías'.

Esta práctica es muy frecuente, aseguraba Genís Gil, uno de los vecinos del barrio, que se acercó corriendo al apeadero al enterarse del accidente. También lo hizo Sergio Espinosa, quien dijo que lo que más le había impresionado fue 'ver a los policías en estado de shock por lo que habían visto en las vías de la estación'. Una impresión que tampoco podrá olvidar un taxista que presenció cómo el Euromed se llevaba por delante los cuerpos de varias personas.

La imagen del impacto dejó sin habla a una joven francesa, de unos 20 años. 'Vimos que la pasarela estaba cerrado y que mucha gente cruzaba la vía porque se amontonaban para bajar por el paso subterráneo. Mis amigos propusieron que lo hiciéramos nosotros también, pero les dije que no y un momento después ya estaba el otro tren allí. Y lo vimos todo. Ahora puedo hablar, pero ha sido muy fuerte', decía la joven, a las 5.40 horas de la madrugada, mientras esperaba el autobús para regresar a Barcelona.

Uno de sus amigos criticaba que no hubiera más prevención en 'una noche especial, cuadno mucha gente ya iba bebida en el tren'. En esos momentos un agente de seguridad que acababa de incorporarse al servicio les preguntaba si estaban bien. La chica le contestó que sí. 'Pero lo he visto todo. Todo', repetía, preocupada.

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