Las ya anémicas relaciones entre Izquierda Unida y el PSOE se quebraron ayer un poco más. 'O bien usted rectifica, rectifica y se une al movimiento social, a los sindicatos y a la izquierda parlamentaria, u hoy mismo rompe con la izquierda parlamentaria, y esta será su oposición en esta Cámara pero no solamente en el juego floral sino en la calle', atizó ayer un durísimo Gaspar Llamazares durante el debate del estado de la nación. Golpeó al presidente por todos los flancos: la crisis institucional abierta en canal por la sentencia del Estatut; la crisis política, porque el Ejecutivo 'asume el programa de la derecha' y lo adoba con la geometría variable', y la sucesión de 'contrarreformas'. La laboral, la de pensiones y la más 'escandalosa', la de las cajas de ahorros.

El resultado es, para Llamazares, la liquidación del perfil de izquierdas del Gobierno y la consolidación del 'viejo esquema de la derecha, la socialización de las pérdidas y la privatización de los beneficios', mientras el presidente hace un 'llamamiento al sangre, sudor y lágrimas de los trabajadores'. 'Hay razones para la huelga general', remachó.

Pero donde Llamazares se mostró palpablemente ofendido fue al rozar la reforma electoral. '¡Es una deslealtad política y personal!', bramó. El quiebro descuadró a un Zapatero que, en su primera réplica, confesó 'desconocer' qué había pasado. El portavoz luego se explicó: la subcomisión del Congreso se ha cerrado sin que se haya intentado buscar siquiera un sistema más justo y proporcional. El presidente se comprometió a abordar el problema 'en profundidad, pues algún elemento de razón fundada' había en la crítica de IU.

Sobre la reforma laboral, Zapatero aludió a sus objetivos, sin 'prejuzgar los efectos': combatir la temporalidad y evitar más destrucción de empleo en el futuro.