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No es nada personal

Joan Puigcercós, candidato de ERC

ROBERTO ENRÍQUEZ

Puigcercós acude puntual a nuestra cita, vestido con traje y corbata, un peinado perfecto y un bronceado envidiable; ocupa su puesto en la mesa y aguarda las preguntas. Puigcercós acomoda su corpulencia como puede sobre una silla de este rincón de cafetería de hotel con chimenea, apoya los brazos en la mesa y muestra una sonrisa afable que parece llegar hasta sus labios a través de la onda expansiva de una sonrisa lanzada a otra de sus superficies, a alguna de sus capas de hombre superpuesto que intuyo en él desde que empezamos a hablar de su gusto por el campo, de su nueva vida en Barcelona y de su interés por la ciudad como consecución urbanística y humana más que como un espacio museístico en el que echa de menos mejores librerías donde hacerse con más obra extranjera. Me gusta descubrir que a Puigcercós, como a mí, también le gusta el Raval.

Durante nuestra charla, tengo la sensación de que el candidato de ERC responde desde lugares distintos de sí mismo que se evaporan una vez ha agotado los asuntos de conversación que guardara en ellos, como si se fuera desprendiendo de capas protectoras según entra en calor y adelgazando al personaje público sin llegar a quedarse en ningún momento desnudo o flaco. Puigcercós habla y su contundencia física va perdiendo rigidez al tiempo que lo hace su discurso. Ni mengua ni se agranda, sólo se hace menos compacto, más flexible en su actitud.

Puigcercós, en sus múltiples manifestaciones, juega constantemente con cierta coquetería intelectual que le favorece y un discurso enormemente racional, donde hay mucho más de matemático que de calculador. Lo suyo no es entrar al trapo -al menos no en el tú a tú- ni lanzar soflamas o dejarse caer por fáciles plataformas deslizantes en forma de cinta de Moebius. No es eso. Puigcercós lo deja claro cuando afirma estar en contra de las malas modas, cansado de tener que hablar de lo que toca -impuesto siempre por otros- y de responder a la contra ante asuntos que ni siquieran le provocan una reacción. Contra el Papa de visita a Barcelona, por ejemplo, no tiene nada que decir. Otra cosa es que piense que muchos de los patrocinadores de esa visita son la antítesis de lo que predican los valores cristianos, unos especuladores que aprovechan cualquier oportunidad.

En alguna parte del candidato de ERC existe el deseo de una mayor solidez, un hartazgo ante tanta liquidez circundante y las ganas de tratar asuntos de fondo de un modo más analítico, más crítico. Menos fotos de un verano de putas y clientes en la Boquería y más discutir acerca de la legalización de la prostitución, que Puigcercós defiende, igual que la de las drogas; que considera necesario despenalizar después de haber cambiado de idea gracias a un interés por conocer el asunto en mayor profundidad, de enfrentarlo a sus dobleces y sus dogmas. Menos titulares y más títulos, parece pedir Puigcercós. Vamos, justo lo contrario de 'En Andalucía no paga impuestos ni dios', no sé si me explico.

Sorprendentemente (para mí, al menos), cuando llegamos hasta España -el lugar, la cuestión, el espacio político- la voz conciliadora de Puigcercós se empasta con la racional y compone un trío vocal a capela con la más práctica. 'No es nada personal, son sólo negocios', como dijo Corleone y cita el republicano catalán independentista, que empieza por enmendar sus opiniones pasadas y negar que siga considerando acertada esa definición que dio una vez de España como una suma de La escopeta nacional (cuando me lo dijo, Berlanga aún estaba vivo) y Los santos inocentes dividida entre dos.

Una España con la que él cree que Catalunya se llevaría mucho mejor después de una independencia que, según él, además serviría para tener al fin una justicia democrática, un mejor reparto social, aviones que volaran desde el aeropuerto de Barcelona a más lugares del mundo, una mejor educación y política de becas o un más racional horario laboral que permitiera tener una vida a partir de las cinco de la tarde. Así es que, pienso, no era el dinero lo que daba la felicidad, sino la independencia.

Sin abandonar España -el nirvana todavía tendrá que esperar- Joan Puigcercós enumera todo aquello que cree que la une con Catalunya: la lengua (el castellano, claro), la familia repartida en otros lugares, la historia compartida, la misma posición geoestratégica y Belén Esteban, de quien no podríamos hablar con alguien de Perpignan, sin ir más lejos '¿Y El Corte Inglés, no?', le pregunto alarmado. El Corte Inglés también. Menos mal.

No hay dejes folclóricos o patrioteros ni sentimentalismos peligrosos en la defensa que hace el político de la independencia catalana. 'No es nada personal, son sólo negocios', insiste, aunque sin el tono ronco del original.

'Cuando la derecha no gobierna, la política es un problema' llega desde otra de las parcelas del político que tengo sentado frente a mí, que en ese momento ejerce casi de ventrílocuo de sí mismo para referirse al emponzoñamiento mediático que lleva años contribuyendo a la desafección de los votantes, al desinterés general por la política y a considerar a los políticos como generadores de conflictos más que como buscadores de soluciones. 'Cuando la derecha vuelve a gobernar, la política vuelve a valorarse'.

Aún así, Puigcercós también siente la pulsión callejera que han manifestado sus contrincantes, es consciente de que, pese al aparente desinterés y a la mala prensa amarilla y oscura, la gente en la calle, de camino a la panadería o al kiosco de prensa, quiere hablar con los políticos y contarles sus problemas. Me pregunto si no será porque los canales democráticos tradicionales -las instituciones, el voto cada cuatro años, la representación parlamentaria- están demostrando cierta ineficacia que nos fuerza a necesitar un contacto directo y personal con quienes son nuestros representantes públicos y a quienes deberíamos considerar como nuestros portavoces y no como interlocutores de paso.

Desde el interior de Puigcercós suena una frase, casi al final, que responde a mi cuestión: 'Un político tiene que querer a la gente y captar el sufrimiento de las personas'. En el fondo, incluso los negocios se acaban convirtiendo en algo personal; no para quien los hace, sino para quienes vivimos las consecuencias y acabamos contabilizados en sus cálculos. Él también lo sabe.

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