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La supersticiosa 'reina de la coca'

Caen los 25 integrantes de una banda que había montado en Madrid el mayor laboratorio de droga de Europa. Uno de sus jefes, una mujer, sacrificaba animales para asegurar el éxito del 'negocio'

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

A sus 40 años, Ana María Cameno tenía dos obsesiones. Una, la seguridad. No se movía sin su guardaespaldas. La segunda, la santería. No daba ningún paso importante sin propiciar su éxito con un sacrificio de animales. Con ambos ingredientes, esta española, que figura como propietaria de una joyería de la capital, se había convertido en algo más que una empresaria de éxito. Era la presunta reina de la cocaína de Madrid, capaz de montar en una finca de Villanueva de Perales, a sólo 50 kilómetros de la capital, el mayor laboratorio de procesamiento de esta droga descubierto nunca en Europa.

Sin embargo, el pasado 7 de enero la protección de sus divinidades la abandonaron. Ese día agentes de los GEO y del Grupo XXXII de la Brigada Central de Estupefacientes la detuvieron en el lujoso chalet de Sevilla La Nueva (Madrid) en el que vivía junto a su pareja, David Vela. Prácticamente a la misma hora eran arrestadas otras 23 personas relacionadas con su organización, entre ella los dos hermanos colombianos Carlos Mauricio y Néstor Mario Gutiérrez, con los que se habían asociado para montar la enorme fábrica de droga; el empresario de la noche madrileña Lauro Sanchez Serrano, que iba presuntamente a dar salida a la cocaína, y el abogado Roberto Rodríguez Casas y su hermano, también letrado, desde cuyo bufete supuestamente se blanqueaba el dinero de la trama.

En la operación, bautizada Colapso, los agentes han intervenido también cerca de 300 kilos de cocaína, 30 de hachís, 2 millones de euros en efectivo y numerosas armas, todo ello oculto en escondites habilitados en diferentes pisos de seguridad. Además, se han intervenido 18 vehículos de lujo, inmuebles y activos financieros por valor de más de 50 millones de euros. En la finca donde habían montado el laboratorio, la policía recuperó también 33 toneladas de precursores químicos, suficientes para transformar miles de kilos de pasta base de coca en droga lista para su consumo. 'Era como un laboratorio de la selva colombiana pero en pleno centro de España', resume gráficamente un agente.

Las pesquisas para llegar a la cabeza de la trama no fueron, sin embargo, sencillas por las numerosas medidas de seguridad que adoptaban los integrantes de la banda. Utilizaban micrófonos direccionales para detectar la presencia de extraños. Cambiaban de recorrido por sorpresa o, simplemente, se paraban durante media hora en zonas despobladas para evitar ser seguidos. Incluso llevaban en todos los coches gafas de sol con las lentes cubiertas de cinta aislante negra que obligaban a ponerse a los narcoclientes que transportaban a los inmuebles de seguridad para que así no pudieran conocer dónde estaban estos ubicados.

Un ejemplo de la obsesión por la seguridad era el elevado número de teléfonos móviles que se intervinieron en su domicilio a Ana María y su pareja: 470, cien de los cuales estaban encendidos. 'Cada uno lo utilizaba únicamente para llamar a una persona concreta. Para distinguirlos sin utilizar nombres, les adherían pegatinas infantiles', detalla un policía.

Por todo ello, la operación ha durado cerca de dos años, desde que, en enero de 2009, la Brigada Central de Estupefacientes empezase a investigar a los dos hermanos colombianos, con los que poco después comenzó a relacionarse Ana María. Aquellas pesquisas se cruzaron meses más tarde con las que había iniciado la Unidad de Delincuencia Especializada y Violencia (UDEV) y la Agencia Tributaria sobre el empresario de la noche madrileña, del que había constancia de que presuntamente había intentado traer desde Venezuela dos alijos de cocaína que habían sido interceptados en aquel país.

Fueron precisamente estos fracasos lo que llevaron a Lauro Sánchez a entrar en contacto con Ana María, a la que supuestamente ofreció su red de distribución para dar salida a toda la droga que ella iba a producir en el laboratorio desmantelado.

Ana María tenía una habitación del chalet en el que vivía convertida en un altar. Allí rendía culto a Obatalá y Xangó, dos de las deidades de la santería cubana, y no reparaba en gastos en ello. Los agentes que han seguido los pasos de la mujer han comprobado que viajaba a menudo al Caribe para asistir a ceremonias, que llegó a invertir 6.000 euros en un rito propiciatorio y que sacrificaba todo tipo de animales para hablar con los muertos. Palomas, patos y corderos eran degollados y la propia Ana María se embadurnaba con la sangre.

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