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Malos tiempos para las celebraciones

La crisis, los falsos ERE y los sondeos marcan el Día de Andalucía

ANTONIO AVENDAÑO

No fue un 28 de febrero como los demás. Ni siquiera la recepción celebrada en la sede presidencial del palacio de San Telmo fue como en años anteriores: el número de invitados era parecido, pero el catering fue muchísimo más austero de lo acostumbrado. No son tiempos para alegrías presupuestarias. Ni políticas. Ni demoscópicas.

El Día de Andalucía, cuyo acto central se celebró en Sevilla presidido por José Antonio Griñán, estuvo marcado entre los socialistas por un pesimismo al que sólo se resistían los más voluntariosos. '¿Que las encuestas son negativas? ¡Pues claro! Pero no porque el PP avance, sino porque nuestros votantes están retraídos. Sólo hay que convencerlos', comentaba a Público una consejera del Gobierno andaluz. La fe de uno de sus excompañeros del Gobierno era menos firme: '¿Hasta cuándo vamos a seguir perdiendo en las encuestas sin hacer nada? ¿Hasta octubre? ¿Hasta diciembre? ¿Hasta cuando esto no tenga arreglo?'

La jornada comenzó con una solemne sesión en el Parlamento, cuya presidenta, Fuensanta Coves, alertó contra los riesgos de una 'descalificación generalizada' de los adversarios cuando se dan casos de corrupción en sus filas. Pero, como cabía esperar, la reconvención de Coves tuvo escaso efecto: 'Hoy luce el sol, pero este 28-F es un día muy oscuro, con récord de paro, de escándalos y de oscurantismo', sentenciaba eufórico el líder del PP, Javier Arenas.

El gran acto del día fue la entrega, en el teatro de la Maestranza, de las Medallas de Andalucía y los títulos de Hijo Predilecto, que este año recayeron en el exvicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra y en la galerista Juana deAizpuru. Como otras veces en que ha recibido honores y laureles, Guerra agradeció la distinción subrayando su 'escasa inclinación por honores ni laureles' como prólogo a un emotivo discurso de perfiles genuinamente machadianos que mereció largos aplausos.

Cerró la ceremonia el presidente Griñán, que defendió la España autonómica como 'la historia de un éxito' cuyo balance es un país 'más eficiente en lo económico y más equitativo en lo social'. No fue un mal discurso, pero muchos socialistas esperaban algo más en un momento de tanta zozobra para el partido, acosado por la crisis inmisericorde y el escándalo interminable de los falsos prejubilados en ERE financiados por la Junta.

Mientras, entre la euforia popular y el desánimo socialista, el líder de IU, Diego Valderas, no se daba por vencido. Dado que su formación mejora notoriamente en todas las encuestas, Valderas reclamaba que el 'hambre de cambio' sea hacia la izquierda. Dios te oiga, debió musitar más de un deprimido socialista volviendo a casa medio hambriento tras la sobria recepción.

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