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La virgen y los pecadores de la 'Gürtel'

Catarsis popular y fervor del PP en un atávico acto religioso

SERGI TARÍN

Son las 7.45 horas. Las campanas de la catedral llaman a misa. Es el día de la patrona, la Virgen de los Desamparados. Francisco Camps y Rita Baberá llegan del brazo. La ceremonia es al aire libre. Consellers y concejales del PP ocupan butacas de terciopelo rojo. El resto de autoridades, sillas de plástico. Y por detrás, miles de asistentes permanecen de pie. Un coro de niños llena la plaza de agudos. Es la misa de infantes. Se escuchan graznidos de palomas por encima de los toldos. La fallera mayor infantil y su corte de honor suben al altar. Llevan velo y sujetan una azucena blanca, símbolo de pureza. De fondo suena el himno de España y Camps se gira hacia la alcaldesa: '¡Impresionante!'.

La misa la oficia Renzo Fratini, nuncio del Papa en España, quien asegura que Benedicto XVI 'recuerda con agrado y lleva en el corazón su estancia en Valencia'. Aquella visita también está en la mente de la Brigada de Blanqueo de Capitales, cuyos informes describen como la Gürtel, en connivencia con Canal 9, rapiñó supuestamente tres millones de euros por sonorizar los actos de Ratzinger durante el verano de 2006. Fratini prosigue con su homilía. Explica que la Virgen de los Desamparados se conoce cariñosamente como La Geperudeta (la jorobadita) por la inclinación del rostro hacia el suelo 'para mirar a débiles y pecadores'.

Imputados e implicados por casos de corrupción rezan a la patrona

Abajo, los consellers hincan sus rodillas para el rezo. Allí está Juan Cotino, cuya antigua empresa familiar, Sedesa, se embolsó contratos multimillonarios en adjudicaciones públicas. Parte de ese dinero, según el sumario de la Gürtel, se desviaba al PP valenciano. Y Vicente Rambla, señalado por la Fiscalía Anticorrupción por la presunta financiación ilegal de la formación conservadora. O el propio Francisco Camps, imputado por soborno. Y también los concejales Alfonso Grau y Miguel Domínguez, empeñados en derribar El Cabanyal de Valencia, y expropiar a sus habitantes a precio de saldo. Toneladas de pecado capaces de provocar una contractura de cuello a la virgen más clemente.

Tras la misa se produce un gran revuelo. Los asistentes se convierten en masa y la masa en turba. Las autoridades se refugian en un edificio cercano bajo un estruendo de vallas desmoronándose. El gentío toma la basílica para sacar a la virgen en procesión. Es lo que se conoce como el traslado. Un brote de fervor popular en que la gente se abre camino a codazos para tocar el manto de la patrona. Bajo la cúpula, versaors a hombros piropean la imagen. '¡Viva nuestra alcaldesa eterna y capitana generala!', '¡Viva nuestra fallera mayor perpetua!'.

Con el himno español de fondo, Camps se rinde ante Barberá: '¡Impresionante!'

La Virgen sale a presión a la plaza, donde la gente se escala mutuamente para llegar a la túnica. Hay bebés que pasan de mano en mano hasta los pies de la imagen. Adolescentes que chillan, monjas que lloran. Un anciano alarga su muleta y la refriega por el lomo de la virgen. No hay individuos, sino carne y más carne lubricada en sudor. La patrona avanza como si fuera a lomos de una gelatina gigante. Arriba, en un balcón, Rita Barberá vuelca capazos de pétalos. Y chilla y saluda y salta para llamar la atención de la turbamulta. Es un gesto celoso. Una rabieta leve. Después de todo estamos en campaña y si la virgen quiere protagonismo, pues que se presente a las elecciones.

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