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Los que no se presentan

Un voto para pedir respeto al FMI

LUIS G. MONTERO

La mayoría de la información que nos llega reproduce las embestidas del PP al PSOE o los ataques del PSOE al PP. Por eso las discusiones populares en la barra del bar o en la cola del mercado empiezan de distintas maneras. Según los ambientes, surgen los estribillos de la inutilidad de Zapatero o del miedo a la derecha, los parados que hay con el Gobierno socialista o la degradación de los servicios públicos allí donde ganan los conservadores. Es frecuente el consenso inicial, pero cuando en el corro surge una voz discordante, el movimiento de las discusiones busca un acuerdo final. La conversación política popular puede empezar de distintas maneras, pero suele acabar del mismo modo. De la frase consoladora 'los otros son peores', se pasa a la sentencia 'pero si todos son iguales'. La farsa bipartidista, con su agresividad teatral, produce un daño generalizado sobre la consideración de la política. Los que responsabilizan de todo al adversario, facilitan la idea de que el origen de todos los males es siempre político.

No estaría mal dar un susto a los especuladores en las urnas

Y así se sueltan las lenguas para decir que los políticos son parásitos, viven sin trabajar, se hacen millonarios, colocan a sus familiares y reparten negocios. El votante perplejo tomó ayer en el aeropuerto de Madrid un taxi y cruzó la ciudad en compañía de las banderolas y de los comentarios del taxista. Quedó muy desorientado cuando el conductor dicharachero la tomó con Esperanza Aguirre. La idea sorprendente de un taxista rojo se esfumó cuando las críticas pasaron al mentiroso de Zapatero y a Llamazares, un lobo peligroso con piel de cordero. Todo desembocó en una defensa de la memoria del Caudillo, con el argumento de que es mejor uno solo en el mando que soportar a miles de parásitos. Como el taxista era muy joven, el votante perplejo se quedó mudo.

La farsa bipartidista produce un daño generalizado sobre la política

Pero el defensor del Generalísimo no calló, y empezó a narrar los problemas de su hipoteca y el despido de su hermana mayor, después de muchos años de trabajo en Telefónica. Entonces el votante perplejo se armó de valor y empezó a preguntar: ¿sabe usted cómo se llama el presidente del Banco de Santander? ¿Y del BBVA? ¿Conoce usted los nombres de los altos ejecutivos de Telefónica? Pues todos ellos, que no se presentan a estas elecciones, tienen mucho que ver con sus problemas.

Las empresas del Ibex 35 han tenido en el 2010 más de 50.000 millones de beneficios gracias al empobrecimiento de la ciudadanía. El votante perplejo piensa que no estaría mal que los ciudadanos les diesen un susto en las urnas, votando opciones que no trabajen para ellos. Los especuladores le han perdido el respeto a la ciudadanía. Por eso aprietan tanto.

Cuando las revoluciones obreras asustaron al capitalismo, sus políticos inventaron el Estado del bienestar para tranquilizar al respetable. Las urnas deberían darle ahora un aviso para que dejasen de desmantelar los derechos sociales. Un voto puede ser una forma de pedir respeto al Fondo Monetario Internacional.

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