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"Esto nos cambiará la vida"

La acampada de plaza Catalunya reunió la madrugada del viernes a un millar de personas en un ambiente de reivindicación y fiesta

Concentración en la plaza de Catalunya.-

ALBERT MARTÍN VIDAL

MADRID.- Poco antes de las diez de la noche estalla la cacerolada y dos adolescentes se dan prisa para salir del metro: "Adri, coge un palito que vamos a hacer ruido". Los decibelios acabarán con el inicio de la asamblea, que colapsa la plaza de Catalunya. Muchos asistentes se ven obligados a aguzar los oídos.

Hay dificultades para consensuar mensajes, por la multitud de sensibilidades congregadas y por el funcionamiento asambleario de la protesta. Tal vez por eso, en la redacción de la declaración de principios se viven instantes tragicómicos. Se discute entre los términos "sistema financiero actual" o "capitalismo". Pasa lo mismo con "falsa democracia" o "democracia representativa". Algunos miembros de la comisión se han perdido el debate porque al volver del trabajo no han encontrado a sus compañeros. Y pasada la medianoche, con la asamblea aún en marcha, nadie sabe si la declaración -que se publicará finalmente al día siguiente- ya se ha pactado o no.

Este lugar es, en opinión de muchos urbanistas, uno de los más feos de Barcelona; es también un lugar muy poco de los barceloneses, que evitan pasear sobre un asfalto que resbala cuando llueve y quema con el sol. Desde el lunes por la noche, eso ha saltado por los aires. El kilómetro cero de Barcelona se ha convertido en la casa de decenas de ciudadanos que viven, hablan, duermen y comen aquí. En la madrugada del jueves al viernes se bate el récord de acampados. Más de un millar de personas hacen noche y muchas más se acercan para apoyar una heterogénea protesta que sigue creciendo. Como en la canción de Jaume Sisa, a la plaza de Catalunya se han acercado todo tipo de personajes.

Regi y la guardería

Regi, de 21 años, tres piercings y una capucha. "¿Por qué estoy aquí? Porque estoy en el paro y tengo una niña de ocho meses. Vivimos en casa de mi madre... ¿Sabes lo que cuesta una guardería?", latiguea. Se ha instalado sobre el césped, junto a un grupo de personas sin techo de la Europa del Este que a estas horas de la madrugada -cuando no están los jubilados ni los curiosos que llegarán con el día- son quizás los únicos que desconocen quién es Twitter.

Cuando la asamblea termina, las comisiones se ponen a trabajar. Unos cuantos no se detendrán en toda la noche para mantener el espacio habitable. Dos fiestas, con música, bailes y performances, arrancan en los extremos norte y sur de la plaza. La mayoría, sin embargo, yace en el suelo, en sacos de dormir que convierten la plaza en un mosaico de nailon multicolor. Partidas de cartas y caras muy jóvenes, como la de Oriol, que luce un impecable traje de ejecutivo. "Me lo he puesto para que no digan que somos todos unos piojosos", explica. Tiene 18 años y está terminando Secundaria; ha venido con un puñado de compañeros de clase. La media de edad es bajísima. Tres universitarias de primer año de Antropología oyen la decisión de la Junta Electoral y no se inmutan. Jessi lo ve claro: "Mañana [por anoche] seremos aún más, cuanto más ilegal, más vendremos". Su compañera Anna admite que hasta ahora nunca había estado en una manifestación. "Pero he entendido que me juego mi futuro", dice, muy seria.

Mientras los vendedores de cerveza refrescan una noche tibia y de luna llena no visible, Jan prepara su dispositivo antiinsomnio: saco, tapones para los oídos y una almohada. Es ingeniero en paro, tiene 47 años y planea abrir una empresa. "Es mi tercera noche y hasta ahora he dormido poquísimo". Bajó el martes desde Vic para reclamar una nueva Ley Electoral y el fin de "la desvergüenza de los poderosos". Ayer ya abandonó la plaza. "Tengo tres hijos y me toca volver a casa. Pero aquí me he emocionado", dice, antes de esconder los ojos tras un antifaz de aerolínea.

"Tengo tres hijos y me toca volver a casa. Pero aquí me he emocionado"

Le costará conciliar el sueño por la música, la fiesta, el ágora de discusiones y la voz de trueno de Gonzalo. Tiene 57 años y fue sindicalista. Ahora reclama una reforma de la Ley Hipotecaria. "El otro día un jefe del FMI tuvo los huevos de decir que lo que pasa en el mundo es lo que nosotros llamamos lucha de clases ... ¡Y que la estamos perdiendo!", brama. "Son todos unos ladrones, si mañana vamos al horno de pan y nos cuesta una barra cien euros, lo tendremos que comprar, porque hay cosas que son de primera necesidad". Gonzalo está genuinamente indignado, pero a pesar de todo, hace una confesión: "Aquí me siento vivo".

 A Albert Martínez, veterano portavoz del movimiento okupa, le brillan los ojos. "Nunca he vivido algo así", dice, tras años de activismo. Y va más allá: "Esto nos cambiará la vida a todos los que estamos aquí, son lecciones de hacer política en la calle, de compartir espacios con gente muy diversa". En su opinión, tras las elecciones de mañana esta plaza seguirá llena de gente. "Nadie aquí piensa en las elecciones, queremos cambiar las cosas", asegura.

También Esther Vivas, consumada activista de la izquierda anticapitalista, cree que se está viviendo un momento histórico: "En diez años no he visto nada igual". Cree que los acampados comparten una crítica de la política profesional y del sistema capitalista. "La gente se ha sentido interpelada, han sentido la necesidad de venir al ver lo que está pasando aquí", dice, antes de suspirar: "Aunque esto es un poco rave".Insomnes y transnochadores

Efectivamente, y a pesar de las peticiones de varios acampados, en la plaza se bebe alcohol y corren los porros; hay otras drogas a escasos metros de donde unos jóvenes se afanan por colgar una pancarta. Una de las fiestas ha acabado, la otra languidece al lado este de la plaza para molestar menos. Junto a Canaletes, un grupo de prostitutas busca a los jóvenes que vuelven de fiesta, son las cinco de la mañana y trasnochadores de ojos líquidos se hacen fotografías ante la plaza.

En la cola de los lavabos, Dani ya piensa en volver al trabajo -es teleoperador- mientras un joven invita a una pareja de veteranos guardias urbanos a unirse a la acampada. "También lo hacemos por vosotros", les dice. "Oh, benvinguts, passeu, passeu!", le falta cantar. Tras un oasis de calma y silencio, a las 6.13 horas se apaga el alumbrado público. Algunos insomnes aplauden; la profecía de Sisa se hace realidad: en la noche de la plaza de Catalunya ha salido el sol.

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