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Antonio Camacho, el lado discreto del poder

Fiscal de izquierdas, el nuevo ministro del Interior ha mostrado mano firme desde que en 2004 fuera nombrado secretario de Estado de Seguridad

PEDRO ÁGUEDA

La escena tiene lugar en la primavera de 2004. Varias unidades de élite de la Benemérita forman en el patio del cuartel de Valdemoro. 'La Guardia Civil muere, pero no se rinde', reza en un monolito al fondo. Entonces entra en el plano un hombre joven, algo desgarbado, que sigue con dificultad el paso marcial marcado por la banda. Es Antonio Camacho Vizcaíno (Madrid, 1965), un fiscal de izquierdas que había dejado días antes la presidencia de la Unión Progresista de Fiscales para aceptar el ofrecimiento del nuevo Gobierno socialista: ser secretario de Estado de Seguridad y, por tanto, el jefe de 150.000 policías y guardias civiles. Siete años después, Alfredo Pérez Rubalcaba no ha dudado en proponer a Camacho para dirigir el Ministerio.

Aquel tipo larguirucho que no acertaba con el paso exhibió enseguida mano firme y se ganó al poco el respeto de los mandos de la lucha antiterrorista. Razonan en la sede ministerial del Paseo de La Castellana que es la 'columna vertebral' del departamento, así que puede sostenerlo en ausencia de Rubalcaba. De ello dan muestra las decenas de instrucciones firmadas por él desde 2004 regulando el funcionamiento del Ministerio. En su diseño actual también resultó una pieza clave. El Gobierno fijó como primer reto de Interior acabar con los fallos de coordinación que había destapado el 11-M y Camacho se puso manos a la obra con la creación, entre otros, del Centro Nacional de Coordinación Antiterrorista y su organismo análogo contra el crimen organizado.

Se ha convertido en la 'columna vertebral' del Ministerio

Y todo ello desde la discreción que impide a la mayoría de los ciudadanos poner cara al responsable de cuestiones tan sensibles como fijar el nivel de amenaza terrorista o recomendar a Defensa el derribo de un avión que viole el espacio aéreo español.

Esta no es la primera vez que Rubalcaba se decanta por él. Lo hizo cuando aterrizó en Interior para pilotar el proceso de diálogo con ETA. Y volvió a preferirlo cuando las competencias de Camacho y las del primer director conjunto de Policía y Guardia Civil, Joan Mesquida, comenzaron a solaparse. Mesquida acabó como secretario de Estado de Turismo y fue sustituido por Francisco Javier Velázquez, un amigo del ministro que llegó con las tareas bien delimitadas.

Con Camacho al mando, la banda terrorista ETA ha conocido su época de mayor debilidad. Él ha sido el encargado de zanjar más de una disputa entre Policía y Guardia Civil por una operación antiterrorista y no ganarse, a pesar de ello, las animadversiones hacia otros cargos políticos que cunden en ambos Cuerpos.

Rubalcaba lo hizo uno de los suyos al poco de llegar a Interior 

También es responsable de la estrategia de cooperación con los países africanos, que ha reducido considerablemente la llegada de inmigrates irregulares a Canarias. Pero al mismo tiempo, de su departamento salieron las directrices para las redadas contra trabajadores sin papeles que aún hoy se producen en las grandes ciudades.

En los pocos ratos muertos de ese Ministerio, Rubalcaba no podía hablar con él de fútbol. Camacho ni sabe lo que es un fuera de juego. Coqueto estrenó barba rebajada hace unos meses , apila cd's en su despacho, del que bromea sobre la decoración 'con un toque de hotel balinés' que le dio en su momento Rafael Vera.

De Antonio Camacho no cabe esperar grandes titulares. No los da desde que, recién llegado, calificó unos actos de kale borroka como una 'muy desagradable manera de divertirse', acaso su único desliz público. El PP y algunos medios se han empeñado en vincularlo con el caso Faisán, pero el juez Pablo Ruz ha rechazado en varias ocasiones citarlo, ni siquiera como testigo.

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