La economía es la causa principal tanto de la arrolladora victoria del PP como de la severísima derrota del PSOE, pero lo es en mucha menor medida del avance espectacular de IU, cuyo éxito estaría vinculado, más que a la crisis económica propiamente, a la crisis política de un sistema que no ha sido capaz de articular una respuesta coordinada, solidaria y fiable frente al dinero. La lógica del dinero, que es por definición una lógica egoísta, viene imponiéndose de forma brutal a la lógica de la política, que es por definición una lógica comunitaria, y mucha gente ha votado a IU manejando esa clave, que es a su vez y por definición una de las claves de la indignación.

Pero ese éxito de IU hay que vincularlo también al esfuerzo de actualización de sus mensajes y de renovación sus candidatos: si hubiese habido más cabezas de cartel del perfil del malagueño Alberto Garzón, la federación habría mejorado mucho sus resultados y atraído las simpatías de un mayor número de ciudadanos que se sienten identificados con las exigencias del 15-M, pero que mantienen reservas sobre la idoneidad de ciertos candidatos y de ciertos discursos para encarnar esas exigencias.

Por lo demás, la coalición ha recogido no pocos votos socialistas decepcionados, pero podría haber recogido muchos más si no siguiera empeñada en el discurso de que PP y PSOE son lo mismo: esa equiparación irrita a muchos votantes socialistas que son y se sienten de izquierdas. Las dos formaciones, PSOE e IU, tienen pendiente la tarea tejer complicidades para conseguir objetivos que interesan a ambas: desde reformar viejas leyes para hacer más equitativo el sistema electoral a promover otras nuevas para amortiguar la ferocidad del dinero.