En este periodo de crisis económica, la condición necesaria para ganar unas elecciones en Europa está clara: ser el partido de la oposición. Todos los gobiernos han sido triturados en las urnas y sustituidos por sus oponentes. España no ha sido una excepción y las urnas han confirmado lo que se sabía desde hace meses: la victoria del PP.

Con el triunfo asegurado de entrada, lo que han logrado Rajoy y los suyos con una buena estrategia de campaña ha sido llevarlo a su máxima expresión: una mayoría absoluta por encima de la que Aznar alcanzó el año 2000.

Tras el fiasco de 2008, esta vez no ha habido estridencias que dieran munición al adversario para movilizar a su electorado. En esta ocasión no se ha magnificado el peligro de ETA y Rajoy ha aceptado la realidad de que está en vías de extinción. Tampoco ha halagado a la extrema derecha con propuestas contra los inmigrantes, igual que hizo ya en las municipales, aunque entonces dejó que en Catalunya le sacaran punta al tema y ahora no.

Con el electorado de la derecha extrema ya asegurado (el PP no tiene competencia en ese flanco), Rajoy ha optado con acierto por mostrar su perfil más moderado y ha evitado cualquier polémica sobre temas calientes como el aborto o el matrimonio entre homosexuales que pudiera animar a los desencantados del PSOE a salir a votar.

En la última semana y ante el agravamiento de la crisis, Rajoy ha tenido la oportunidad de asumir el papel de presidente in péctore y reforzar su liderazgo. No lo ha hecho. ¿Habría eso reforzado la mayoría absoluta? Quizá sí. O quizá no. O remedando a Rajoy: 'Depende'.