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De San Agustín a Interior

Católico, veterano y fiel a Rajoy, controla con mano de hierro el PP catalán

ALBERT MARTÍN VIDAL

Era el año 2002 y en el PP de Catalunya había tambores de cambio. Un dirigente del partido, interrogado sobre el futuro, hizo ademán de pegar la oreja al suelo: '¿Escucha lo que viene de Madrid?', se le preguntó. 'Sí, pero antes que yo lo oirán los Fernández'.

La anécdota ilustra el férreo control que ha ejercido Jorge Fernández Díaz (Valladolid, 1950) sobre la delegación catalana del PP. 'No se recuerda un PP donde no haya mandado él', dicen fuentes parlamentarias. En efecto, su carrera política viene de muy lejos.

Ingeniero e inspector de trabajo, en 1980 fue en Asturias el gobernador civil más joven de España. Después ejerció ese cargo en Barcelona. Por entonces, su ahora colega de Ejecutivo, Soraya Sáenz de Santamaría, contaba 10 años. Seducido por la figura de Adolfo Suárez'Es nuestro hombre', repetía, fue candidato del CDS. Sufrió una dura derrota, pero lejos de abandonar, comenzó una larga trayectoria de piruetas y se sumó a AP.

Desde entonces, ha sido el enterrador del PP de Catalunya. Desde Barcelona, y con la cooperación de su hermano Alberto, presidente del grupo del PP en el Ayuntamiento, ha apartado sucesivamente a Eduard Bueno, Aleix Vidal-Quadras, Josep Piqué y Daniel Sirera.

A mediados de los noventa, llegó a Génova, la sede nacional, para ser el secretario de Política Autonómica y allí intimó con Rajoy. Fue su primer secretario de Estado y formó parte de su núcleo duro, junto a Ana Pastor y el difunto Francisco Villar. Curiosamente, no guarda buena relación con el también catalán Jorge Moragas, jefe de Gabinete del presidente. Se le considera un tecnócrata con poco liderazgo y en el partido le reprochan haber firmado las peores derrotas del PP, tanto en generales como en autonómicas.

Jorge Fernández es, ante todo, obediente: ha ejercido de duro o moderado en función de una fidelidad a Rajoy que le llevó a ser vicepresidente tercero del Congreso. Desde ese cargo promovió la colocación de una placa en las Cortes en recuerdo de la madre Maravillas. En efecto, hace dos décadas vivió una 'conversión' al catolicismo que ha tildado de 'agustiniana', por San Agustín. Eso explicaría su proximidad al presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, y su labor de enlace con el Vaticano.

Su nombramiento, que incomoda a Alicia Sánchez-Camacho, es más un premio que una consecuencia de la 'cuota catalana'. Su reto será ahora, en el culmen de su carrera, contribuir a sellar el fin de ETA.

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