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¿El fin del zapaterismo?

JOSÉ LUIS DE ZÁRRAGA

En una columna reciente de El País se habla del 'error Zapatero', entendiendo como tal su elección en el congreso socialista de 2000. Aunque se cargara a su cuenta la responsabilidad de la derrota sufrida 11 años después, no parece que se equivocase electoralmente ese partido en 2000, ya que con él ganó las dos elecciones a las que se presentó. Error será para quienes desearían que hubiera perdido y que nunca hubiera gobernado. Todo es cuestión del punto de vista en que se coloque uno.

Se ha evitado dice otro columnista del mismo medio que ganase ahora 'lo peor de Zapatero', y volvemos a estar ante un problema de perspectiva. ¿Qué es 'lo peor' de Zapatero? ¿Y qué es lo mejor, si es que hay algo bueno? La respuesta a esas cuestiones es clave y, sin duda, muy diversa según el punto de vista.

Lo que representó el zapaterismo volverá a escribirse, con otros nombres, en el futuro

Desde una perspectiva de derechas, lo peor, lo verdaderamente malo de Zapatero, fue que ganase las elecciones en 2004 y las volviera a ganar en 2008. Y si entramos en detalles, lo malo fue que, en su política exterior, se emancipase del peor imperialismo americano; lo malo fueron las medidas de extensión de los derechos civiles; lo malo, su voluntad de consolidar el Estado de bienestar para los más desprotegidos; muy malo fue también que entreabriese la puerta, trancada con siete cerrojos, por la que podía colarse la recuperación de la memoria histórica, por más que sólo fuera a través de una rendija; y aunque no sabría decir qué, algo malo debió barruntar la Iglesia en su discurso laicista, por el modo como fue atacado por ella con todas sus armas.

Desde una perspectiva de izquierdas, lo malo de Zapatero fue la política económica que accedió a hacer cuando se creyó forzado a ello y la idea que trasmitió de que esa era la mejor y la única política posible. Y malo fue también, no lo que hizo, sino lo que dejó de hacer por una democracia más participativa, por el laicismo o por la memoria histórica, las debilidades e inconsecuencias en su profundización, su tolerancia e indecisión ante el acoso de la derecha desde su aparato mediático y desde un Poder Judicial heredero del franquismo.

Sin duda, desde cualquier perspectiva, hubo dos presidentes distintos, agónicamente encarnados en la misma persona, y por eso, desde uno u otro lado, puede hablarse de lo mejor y lo peor de Zapatero. Pero, en el fondo, tanto quienes atacan el zapaterismo como quienes lo defienden, se refieren al mismo Zapatero. No al político que en 2010 se sometió a las exigencias del directorio conservador europeo (para los unos, su único acierto, y para los otros, su extravío), sino al que representó en 2004 la defensa de lo público y la recuperación de criterios éticos en la política, una ideología reformista renovadora que conectó con las ilusiones de unos y provocó la furiosa enemistad de otros.

Por otra parte, curiosa suerte la de Zapatero en el proceso de sucesión en el partido. Se empezó con un documento, atribuido a los partidarios de Chacón, que fue denunciado como un ataque a su figura. A ese supuesto ataque respondieron los partidarios de Rubalcaba con una declaración de fidelidad al presidente. A partir de ese momento, unos y otros compitieron en zapaterismo. Pero, por otra parte, procuraron evocar a Zapatero lo menos posible y ambos candidatos declararon, en parecidos términos, su intención de cambiar sus políticas económicas y de impulsar y profundizar las sociales e ideológicas. Si había diferencias entre ellos, con habilidad camaleónica se hicieron desaparecer. Los medios se hartaron de decir que, en el fondo, eran la misma cosa.

Pero ¡oh sorpresa!, en cuanto ganó Rubalcaba empezaron a leerse en los medios congratulaciones porque se ha logrado, con ello, evitar que dirija el partido el peor zapaterismo, el zapaterismo vacuo, etc. Todo lo cual parece ahora que representaba en realidad Chacón y no el antizapaterismo que de entrada se le reprochó. En el espectro mediático que va de Prisa a Vocento hay unanimidad de fondo en el alivio. En El País, sobre todo, baten palmas sin disimulo, y a Rubalcaba, como líder socialista, deberían preocuparle la identidad política y los motivos declarados de quienes aplauden tanto.

Se comprende el jolgorio por la derrota de Zapatero ante Rajoy, porque tanto los medios que gustaban vestirse de centro izquierda como los que han ido siempre francamente de derechas han hecho durante estos años todo lo posible por socavar su figura y demoler su imagen. Algunos reportajes, editoriales y titulares destacados pasarán a las antologías de la infamia. Y si en ellas hubiera premios, ganarían la daga de oro quienes fingían estar más próximos.

Pero requiere más explicación la euforia con la que se ha acogido la derrota de Chacón, como si representase el fin del zapaterismo. ¿Pero no habíamos quedado en que zapateristas eran los dos, tanto o más el vicepresidente que la ministra? Y si Chacón representaba en realidad un zapaterismo redivivo, ¿qué representa Rubalcaba? Esta operación de limpieza para colocar todo el imaginario del zapaterismo en el lado de Chacón y, con su derrota, poder borrarlo de la actualidad y dejar a Rubalcaba liberado de cualquier recuerdo del pasado inmediato, tiene el inconveniente de que le deja también despojado de la ideología socialdemócrata renovada que representó Zapatero, reducido a mero gestor de intereses de partido.

En lo que Zapatero representó al acceder al Gobierno en 2004 había una voluntad de cambios profundos en la sociedad española, cambios aplazados desde la Transición que él trajo a primer plano, que tendrá que recuperar cualquier alternativa socialdemócrata en el fututo si espera volver a ilusionar a la mayoría. Del zapaterismo termina el nombre, que ya es historia; lo que representó volverá a escribirse, con otros nombres, en el futuro.

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