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Griñán, Valderas y Hobbes

ANTONIO AVENDAÑO

El riesgo de quienes entran por primera vez en un gobierno es el mismo que se cuenta de quienes filman su primer cortometraje: querer contarlo TODO en esos diez o quince minutos de duración de la película. Esa ambición narrativa casi siempre suele arruinar el arte y no pocas veces al propio artista, pues es síntoma no de que el creador no tenga nada que decir, ni siquiera síntoma de que tenga demasiado que decir, sino más sencillamente síntoma de que no conoce las reglas invisibles pero implacables que rigen su arte.

 

No sólo el cine y las demás artes están sometidos a tales reglas, también lo está la política, y muy en particular la política de izquierdas, obligada a desenvolverse en ese ambiguo, restringido y tantas veces traicionero terreno de juego definido por dos pulsiones contrapuestas: el instinto básico de pactar con la realidad y la determinación política de transformarla.

 

El documento de 75 páginas que, bajo la dirección de José Antonio Griñán y Diego Valderas, han suscrito el Partido Socialista e Izquierda Unida con el título de Acuerdo por Andalucía está redactado precisamente teniendo en cuenta esa eterna pero no necesariamente insalvable contraposición entre la realidad y el deseo que es uno de los signos de identidad de la izquierda. El documento es un buen punto de partida porque guarda el equilibrio entre las musas y el teatro, porque mantiene la equidistancia entre la realidad y el deseo: porque se trata, en definitiva, de un texto que ninguna de las fuerzas que lo elaboran y suscriben lo habría elaborado y suscrito ella en solitario y por su cuenta.  En realidad, lo llamativo es que hayan llegado apaciblemente a ese texto de consenso dos fuerzas políticas que guardan no pocos resentimientos la una contra la otra desde hace no menos de un cuarto de siglo en Andalucía y desde hace no menos un siglo en todo el mundo.

El Palacio de San Telmo no es el Palacio de Invierno

En contra de lo que viene opinando la derecha, cuyo sueño secreto es que los 6.000 militantes de Izquierda Unida consultados en el referéndum de mañana tumben la alianza de PSOE e IU, el acuerdo alcanzado no es precisamente una versión actualizada del programa máximo de los bolcheviques que tomaron el Palacio de Invierno en 1917. De hecho, a lo largo de las 75 páginas del documento aparecen más bien poco verbos políticamente tan comprometidos como aprobar, crear o instaurar, y más bien mucho verbos políticamente tan cautelosos como reivindicar, apoyar, facilitar, mejorar, profundizar, impulsar, estimular o propiciar.

 

En contra de lo que viene opinando el sector más bolchevique de Izquierda Unida, tales cautelas son, en realidad, una buena noticia porque indicarían que los firmantes del Acuerdo por Andalucía son dolorosamente conscientes de que dispondrán de un estrechísimo margen para cualesquiera políticas que signifiquen gastar dinero. Todo el mundo entiende que es lógico que se proclame en el documento consensuado que “el empleo será la prioridad de la política económica” de la Junta de Andalucía, pero todo el mundo entiende también que tal proclamación es puro deseo, voluntad en estado puro: nada que tenga que ver apenas con la realidad, porque a estas alturas todo el mundo sabe que las comunidades autónomas no tienen capacidad efectiva alguna de crear empleo, como tampoco la tienen, por cierto, de evitar su destrucción.

 

Lo que ocurre es que ningún Gobierno que se precie puede permitirse el lujo de poner por escrito esa terrible verdad que todos sospechan: que la economía es una locomotora desbocada al frente de cuyos mandos no se sienta nadie. Ni se sientan los que dicen que se sientan ni se sientan los que, sin decirlo, quieren hacernos creer que se sientan. La crisis política que padecemos consiste esencialmente en eso. En sentido amplio, toda gran crisis política ha consistido siempre esencialmente en eso.

 

El sagacísimo Thomas Hobbes lo sabía bien: “La misión del soberano (sea un monarca o una asamblea) es procurar la seguridad del pueblo (…), pero por seguridad no se entiende aquí la simple conservación de la vida, sino también todas las excelencias que el hombre pueda adquirir para sí mismo por medio de una actividad legal”. La crisis nos ha enseñado esa terrible verdad: la impotencia de los soberanos para procurar la seguridad del pueblo.

 

El Partido Socialista e Izquierda Unida saben que no pueden, y mucho menos en solitario, “procurar la seguridad del pueblo”, pero sí pueden al menos combatir y contrarrestar aquello que también Hobbes había advertido al soberano, que “los hombres poderosos difícilmente toleran nada que establezca un poder capaz de limitar sus deseos; y los hombres doctos, cualquier cosa que descubra sus errores y, por consiguiente, disminuya su autoridad”. A la izquierda le pedimos que al menos limite los deseos de los hombres poderosos, y que lo haga además empezando por ella misma, aun a costa de disminuir su propia autoridad y poner al descubierto sus propios errores.

Un margen de maniobra para la izquierda andaluza

Y sin duda la mejor manera de hacerlo es profundizar en la democracia implantando severos criterios de transparencia y de conducta en la gestión pública. Se trata además de uno de los compromisos más visibles del pacto de la izquierda andaluza, que ha prometido aprobar una ley de transparencia y acceso a la información. Con una buena ley de transparencia no habría habido caso de los ERE. Con una buena ley de transparencia no habría habido caso Gürtel. Con una buena ley de transparencia no habría habido viaje del Rey a cazar elefantes en África.

 

¿Serán capaces de hacer esa ley, marcando así con rotundidad la diferente manera de gobernar de la izquierda y de la derecha? ¿Serán capaces de hacer una buena ley de acceso público, sencillo y asequible a la información, tanto la relativa al Gobierno como a los propios partidos y otras instituciones? Pronto lo sabremos, pues hay un criterio infalible para testar una iniciativa de este tipo: una ley de transparencia es buena sólo si contiene en sí misma los mecanismos que hagan imposible que sea burlada por aquellos que están obligados a cumplirla.

El verdadero margen de maniobra del nuevo Gobierno andaluz no estará en la economía sino en la política.

No estará en los presupuestos, sino en las conductas.

No estará en las cifras, sino en la ética.

No estará en incumplir el techo de déficit, sino en decir una y otra vez que es un error tener que cumplirlo.

No estará en crear empleo, sino en combatir los abusos de los empleadores y la picaresca de los desempleados.

No estará en crear nuevas leyes fiscales, sino en hacer que se cumplan las que hay.

No estará en acumular más poder frente a los ciudadanos, sino en ceder a estos parte del alcanzado en las urnas.

No estará en desterrar a los doctos que nos han conducido a la ruina, sino en poner al descubierto sus errores y disminuir su autoridad.

No estará, en fin, en acabar con los poderosos, sino en limitar sus deseos.

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