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Muere la fiel secretaria de Carrillo

Belén Piniés, la mano derecha del exlíder del PCE desde 1976 hasta su muerte, falleció el domingo repentinamente víctima de un cáncer. Ella compró la peluca con la que el viejo comunista atravesó

Nadie, absolutamente nadie esperaba que sucediera así. Tan rápidamente. De forma tan fulminante. 

Nadie esperaba que Belén Piniés, de 62 años, y secretaria y máxima colaboradora de Santiago Carrillo desde 1976, muriera devorada por un cáncer de colon. 

Público compartió unas horas con Belén el pasado martes, 9 de octubre, hace menos de una semana, y difundió la charla ayer. Con ella y con los otros cuatro amigos huérfanos de Carrillo que habían decidido continuar con sus almuerzos quincenales en La Ancha, un restaurante madrileño situado a un paso del Congreso: Julián Ariza, Adolfo Piñero, Rafael Merino y Andrés Gómez. Llevaba un gorrito de lana multicolor para ocultar la calvicie provocada por el tratamiento de quimioterapia. Se la veía con energía. Charlaba con ánimo. Ella conocía a su jefe como nadie. Jamás se separó de él

El pasado jueves, comenzó a sentirse mal. Hemorragia. Fue hospitalizada en el hospital Doce de Octubre de Madrid. Los médicos pudieron contener la pérdida de sangre. Ayer domingo, cuando parecía que iba a ser dada de alta, la hemorragia volvió. Y ya no hubo forma de domarla. Por la noche, falleció a los 62 años. Sus amigos de siempre, Julián, Adolfo, Rafa y Andrés, recibieron la noticia con estupor. Nada hacía presagiar su muerte. 

'Público' pudo conversar con ella y con el grupo de amigos de Carrillo el martes pasado

Belén Piniés, soltera, sin hijos, era sobrina de Jaime de Piniés, embajador de España ante la ONU en el franquismo, y también con los Gobiernos de Adolfo Suárez y Felipe González. Conoció a Carrillo en 1976. Según relataban hoy sus allegados, les presentó Pilar Brabo, miembro de la dirección del PCE y luego diputada en el Congreso durante dos legislaturas (1977-1982). Santiago, para su llegada a España después de un larguísimo exilio, quería a su lado una persona de su entera confianza. Brabo, cuyo activismo se centró en la universidad, donde organizó el movimiento estudiantil, proporcionó el contacto al secretario general del PCE. Y acertó. 

Su nombre ocupó desde entonces un rincón de la historia. O de la intrahistoria del paso hacia la democracia. Porque fue Piniés quien compró la famosa peluca a Carrillo. Aquella con la que entró en España y con la que fue detenido el 22 de diciembre de 1976. Saldría ocho días más tarde, el 30, ya sin el postizo. Eran tiempos tensos, encrespados, de revolución, de sangre en las calles. Todavía faltaba un largo recorrido por andar. La legalización del PCE, la prueba de las urnas, la crisis interna, la elección del delfín, la 'autoexclusión' del partido, la 'aventura' de la Mesa de la Unidad de los Comunistas, la integración en el PSOE. El 1 de octubre de 1996, aquella peluca y aquella intrahistoria recobraron la vida. El recién estrenado Gobierno de José María Aznar montó con todo boato un acto para devolverle uno de los 'símbolos de la Transición'. Falso de toda falsedad. Aquel peluquín que le entregaba Rodolfo Martín Villa, ministro de la Gobernación de la época, no era el postizo con el que el líder del PCE atravesó la frontera. 'No los reconozco, no son míos', dijo cuando se le retornó una bata, un bigote y una barba de pega y otros objetos. 'No es la peluca que yo compré', afirmaba también Belén. 

'No es la peluca que  compré', dijo Belén cuando Martín Villa dio el postizo a su jefe en 1996

Belén rememoraba la anécdota en su conversación del pasado martes. Hablaba con emoción y devoción del que fue su jefe en los últimos 36 años –'Somos del PCE de la Transición, del PCE de Santiago', glosaba–. Era su sombra. Todo pasaba por ella. De todo era testigo. Subrayaba cómo sufrió lo indecible cuando afloraban las deserciones en la casa del PCE y Gerardo Iglesias se desmarcaba de su padre político. Relataba cómo misma fue expulsada del PCE cuando los carrillistas dejaron el partido. Elogiaba los últimos años del ex secretario general como analista de la actualidad, de cómo cambió 'poco' políticamente, pero sí 'humanamente, gracias a la llegada de sus nietos'. Le conocía bien. Le seguía gestionando entrevistas –más que una secretaria, ella actuaba de jefa de Gabinete–, tenía interlocución constante con él y con su familia. Cuando murió Carrillo, el 18 de septiembre, no se movió de la capilla ardiente. Sus amigos graban a sangre y fuego esa virtud: 'Lealtad, lealtad, y lealtad inquebrantable'. 

La fiel secretaria no le ha sobrevivido ni un mes siquiera. Sus restos descansarán esta noche en el tanatorio de la M-30 de Madrid y será incinerada mañana martes a las 12 horas en el crematorio de La Almudena. 

Ya no habrá grupo de los seis en La Ancha. Ni grupo de los cinco. Ahora, ya sólo quedan cuatro. 

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