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La joyera accidental

HENRIQUE MARIÑO

Laura González (Madrid, 1977) decidió reinventarse cuando advirtió que los cimientos de su profesión flaqueaban con la crisis. Llevaba diez años trabajando como arquitecta, pero los ingresos menguaban progresivamente. 'Llegó un momento en el que no merecía la pena firmar proyectos de obras pequeñas', reconoce dos años después de dejar atrás el estudio. 'Era autónoma, cada vez pagaban peor y tenía mucha responsabilidad'. Fue entonces cuando decidió hacer de su hobby un medio de vida: la joyería de autor.

'Diseño piezas únicas y limitadas en plata, aunque también uso otros materiales no necesariamente nobles', explica durante el descanso de la diplomatura que está cursando en el Instituto Gemológico Español para profundizar en el estudio de las piedras preciosas. Aunque ha vuelto a ser alumna tres días al mes, el resto de su tiempo ejerce como profesora de joyería en un taller que ha montado en el barrio de Chueca. Allí imparte cursos de soldadura, esmalte o metal a personas que, como ella, han decidido darle un golpe de timón a su vida.

Laura comenzó a trazar el rumbo tiempo atrás, cuando asistió a unas clases de fundición a la cera perdida en Barcelona. 'Fui por placer y me enganché nada más ver cómo de aquellos moldes salían joyas'. Luego vino la Escola Massana y, de regreso a Madrid, la Escuela de Arte 3, donde se formó mientras seguía trabajando como arquitecta. 'Incluso me contrataron como profesora de un ciclo formativo, una experiencia que se fue al traste con los recortes. Quería seguir dando clases, pero no encontraba un taller idóneo, por lo que decidí abrir el mío propio'.

La historia, a partir de aquí, se repite en bucle con otras Lauras que han perdido su empleo o alternan su trabajo con la joyería contemporánea. 'Casi todas son mujeres y proceden de la moda, el diseño industrial, la escultura, las bellas artes y, claro, la arquitectura. 'También hay alumnas ajenas al terreno artístico y que han aparcado su anterior oficio para dedicarse exclusivamente a esto. Resulta muy gratificante porque los resultados se ven pronto, aunque hacerlo bien lleva mucho tiempo', cree la fundadora de la galería-taller Lalabeyou, donde cada tres meses expone y vende la obra de sus pupilas.

'La gente aprovecha esta coyuntura para formarse', concluye González. 'Muchas paradas, desilusionadas tras años de dedicación a una empresa o sector que las ha desechado, deciden aprender un oficio que realmente les apetece y en el que se sienten realizadas'. Algunas alumnas suyas, incluso, han tomado el testigo de la docencia. Y, tal vez así, hasta el infinito.

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