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El zapatero de Rafael Amargo

HENRIQUE MARIÑO

Un rastro de ecos de palmas y taconeos marca el camino que conduce al número siete de la calle Santa Isabel, en plena milla de oro del flamenco madrileño. Más allá del escaparate de la tienda, los clientes prueban la mercancía subidos a una tarima de madera plantada frente a un espejo de cuerpo entero. Cabeza erguida y barbilla paralela al suelo, donde los zapatos cimentan el baile. 'No todos suenan igual', revela Manuel Ballester (Cartagena, 1958), dueño de Don Flamenco, que acaba de trasladarse a este nuevo local después de casi dos décadas en la vecina calle León.

Allí comenzó vendiendo las Dolores, un zapato de salón con correa que ha taconeado por medio mundo. 'Nos llegan pedidos de Inglaterra, Francia, Alemania, Estados Unidos y, sobre todo, de Japón, que es el país donde más se baila flamenco después de España', tercia su hijo Jorge, mientras él atiende a una extranjera con poca pinta de bailaora interesada en un par que ha visto en la vitrina. 'También los hacemos de calle', aclara. La diferencia es que estos últimos van sin clavos en la base del tacón y la punta, fundamentales para ejecutar el zapateo y convertir al bailaor en músico.

'Estarían listos dentro de un mes', avisa el zapatero a la compradora, pues son hechos a medida por dos maestros artesanos en un taller del barrio de Villaverde. El secreto está en el último toque, cuando se colocan los clavos como las tejas de una techumbre. 'Luego hay que pasarles una piedra pómez para quitarles el grueso y dos lijas para pulir y sacar forma, hasta dejarlos como un espejo', confiesa Manuel. 'El sonido tiene que ser limpio'.

Aunque las combinaciones de tallas, anchos, colores y apliques multiplican los modelos posibles, triunfa el original en color negro. 'Va con todo y, si te aprieta el bolsillo, todavía más'. Pueden ir pegados o cosidos, que es la opción reclamada por los profesionales 'porque los castigan más'. Caso de Rafael Amargo, quien le ha encargado diseños específicos en función de sus espectáculos. 'Nos conocimos cuando aún no era famoso y empezó a hacer los zapatos conmigo', recuerda Ballester. 'Tiene mucha sensibilidad, sus montajes son muy personales y se atreve con todo'.

En una pared, entre fotos y autógrafos, una dedicatoria del bailaor granadino: 'A Don Flamenco por hacer sonar mis latidos'. Fuera, en la misma acera, también vibra el estudio Nacho's y el mercado de Santa Isabel, entre cuyos muros se esconde la escuela de baile Amor de Dios,  donde impartió clases la bailaora Carmela Greco, clienta de Manuel e hija del afamado José Greco. Calle abajo retumba la corrala de danza El Camborio y, si trazamos una circunferencia entre Huertas y Lavapiés, el compás abarca guitarrerías, negocios que despachan faldas y castañuelas, el lustroso tablao de Casa Patas y bares como el Cardamomo o el Candela. 'Aquí me he aflamencado más, porque estoy rodeado'.

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