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El negocio de invocar a los santos

Miles de inmigrantes y españoles se ganan la vida con la videncia, el tarot, la astrología o la santería

SUSANA HIDALGO

Profesor Jarona?
-Sí, soy yo.
-Te llamo porque, bueno, me gusta un chico y quiero que esté conmigo... No sé si tú eres la persona indicada.
-Sí, si me traes escrito su nombre y  sus apellidos y una foto suya, en una semana será tuyo.
-Ya. ¿Y cuánto cuesta la consulta?
-30 euros.
-Y si no da resultado, ¿me devuelves el dinero?
-Saldrá bien, seguro.

El profesor Jarona es uno de los muchísimos inmigrantes africanos que se ganan la vida en Madrid como brujo. La falta de regulación del sector hace que sea “imposible”, según los responsables de Círculo Escéptico (asociación que lucha contra la superchería) que se sepa cuántas personas se dedican en España a la videncia, la brujería o la santería.

Jarona se anuncia con un cartel en la zona de Lavapiés. Otros, como el tarotista argentino Lucio Blanco, trabaja en una tienda del centro de Madrid, La Santería Milagrosa, donde uno se puede hacer desde una limpieza espiritual hasta comprar un líquido pegajoso que hace que los hombres o las mujeres se te peguen “como garrapatas”. Por la tienda, a media mañana, varias mujeres latinoamericanas husmean entre los botes, las virgencitas, las runas y el sinfín de velas que hay en el establecimiento. “Estoy buscando una vela de siete mechas para conseguir un trabajo”, cuenta una mujer.

A primera vista, parece que el negocio funciona. Hay hasta 1.400 barajas de cartas para predecir el futuro. Entre tanta credulidad, un cartel parece advertir a los clientes: “Si no resuelves el problema, es que eres parte de él”. “Lo que vendemos da resultado; si no, hace tiempo que estaríamos fundidos”, sentencia el tarotista Blanco. Dice que en la tienda nunca han tenido reclamaciones, su conversación está plagada de frases del tipo “hay que tener el medio predictivo” o “todo es influencia del medio astral” y no quiere opinar de la masiva afluencia de brujos africanos porque es “un tema muy vidrioso”.

Siguiente paso. Enseñar sus poderes a través de las cartas. Lucio extiende la baraja y primera sorpresa. “Es un tarot gay”, suelta. Y, efectivamente, hombres desnudos y sudorosos ilustran las cartas. “El resultado es el mismo que con el tarot normal”, tranquiliza Lucio. Él aprendió el oficio en un instituto de Argentina, y llegó “hasta el tercer nivel y luego al máster”.

Si Lucio es tarotista, Frank Alfaro, venezolano, es santero. Explica un proceso complicadísimo por el que se hizo con los suficientes poderes para poder “ayudar a la gente”. En una habitación pintada de azul claro recibe a los clientes y mueve unas conchas que a través de los santos afrocubanos permiten adivinar el futuro. O algo así. “Mira, son los restos de mi última consulta”, y enseña una foto de un chico y una foto de una chica, españoles y veinteañeros, y al lado una vela a medio quemar y retorcida. “Vino él porque quería saber qué tal le va a ir con ella”, explica Frank. Y repite: “Invoco a  los santos, a los muertos, a todos”. Frank, en Venezuela, era comerciante. En Madrid ha encontrado otra forma de ganarse la vida. Su chica, Yosai, es cubana y también es santera. También echa “las cartas españolas y las del tarot”.

 'Lo que vendemos da resultado. Si no, ya estaríamos fundidos', aseguran en una tienda. Los dos parecen estar convencidos de sus poderes. Y justo cuando están argumentando cosas como que “todos somos agua y energía”, entra por la puerta de su negocio una chica muy entusiasta que empieza a decir a gritos: “¡Gracias, Frank, que me has curado, gracias!”. A la pregunta de qué es lo que le ha pasado, ella explica: “Pues que tenía unos dolores horribles en la espalda y Frank me hizo una limpieza espiritual y ya no me duele”. Frank y los otros responsables de la tienda sonríen y ladean la cabeza como diciendo: “¿Ves?”.

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