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Castellar, el último refugio hippy

Castellar fue en sus orígenes una de las principales fortalezas taifas en la frontera de Al-Andalus, pero ha terminado albergando a hippies de medio mundo

JUAN JOSÉ TÉLLEZ

Hace 40 años, la mayoría de su población fue evacuada a un pueblo nuevo a la falda de la montaña, que hoy suma unos 3.000 habitantes. Sólo unos 150 vecinos, entre resistentes del asentamiento original y extranjeros llegados tras el éxodo, aguantan intramuros o en los alrededores del castillo y del vecino pantano de Guadarranque.

 La familia de Los Avileses, cuatro hermanos solteros que en realidad se apellidan Avilés, se negó a abandonar su caserón. Ellos cuidan un patio lleno de flores en un vecindario donde lo mismo cabe el joyero Angel Gutiérrez, el artista italiano Ricardo Pasquín, la artesana Rocío Fernández o el capitán Luis, un pintor bohemio de Sevilla que abandonó sus estudios de economía para estudiar humanidades en vivo.  

Diego Oca, de 49 años, sólo tenía 30 cuando llegó. Convive con un vecindario heterogéneo, pero apenas se relaciona con extranjeros. “No me llevo mal con nadie, pero me metí en una burbuja flamenca. Y a los extranjeros de aquí no les gusta”, dice. “A mi sí”, protesta Mara, una amiga holandesa. “Sí, debe de ser la única guiri de Castellar a la que le gusta el cante”, concede Diego.

En Castellar vive ahora de tarde en tarde el ex presidente del Gobierno Felipe González, y de forma casi permanente uno de sus hijos, David, un pintor notable. Pero este enclave lo mismo recibió a bohemios patrios, como el músico Ignacio Polavieja, que a fugitivos de las transnacionales como Alfred Ratford, ya fallecido, que dejó su empleo como ejecutivo de la Coca-Cola en América Latina para escribir poemas. “Gracias a nosotros, este castillo no fue víctima de los especuladores”, cuenta el periodista alemán Hermann Klink.

La fortaleza data del siglo XIII. Fue un fortín musulmán hasta que lo ganó la Casa de Medinaceli. Durante siglos, los nobles residieron en su Alcázar o en la casa convento que ahora es un hotel, no muy lejos de donde abre un mercadillo los domingos.

En 1973, los duques vendieron todo el lote a Rumasa. Hoy la finca es gestionada por el Instituto para la Conservación de la Naturaleza. Y es un lugar lleno de vida. Allí siguen viviendo Mamá India (en realidad una catalana llamada Rosa Cots) y la alemana Ulah, que estampa pañuelos y camisetas. O Johan y Raymond, o Christopher y Marlon. Un castillo cargado de historias.

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