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Altamira: cosas de España desde el año cero

El municipio cántabro de Santillana del Mar adapta su modelo turístico a los nuevos tiempos que llegan

PANCHO TRISTÁN

Ésta sí es la España de la memoria, la de la más antigua de las memorias posibles. Y ahí está José García Munúa, el arqueólogo experimental del Museo Altamira, sosteniendo un arma prehistórica: una azagaya sobre un propulsor. Frente a él, a unos veinte metros, un ciervo de madera. Munúa apunta, dispara la azagaya.

Tremenda pericia, la suya: él mismo construyó el propulsor y la azagaya con los mismos materiales, y quizás las mismas técnicas, con las que hace cerca de 20.000 años las construían los cazadores que poblaron la zona. Y de puntería anda sobrado. Si el ciervo llega a ser real, ya sólo faltarían el adobo y las brasas. Unos metros más allá está la Cueva de Altamira, uno de los más importantes conjuntos de pinturas prehistóricas del mundo.

Munúa aprendió a entender la vida y las técnicas de los cazadores que desde hace decenas de miles de años habitaron las cuevas. Aprendió también a reproducir los instrumentos con los que ordenaban sus vidas. Y quizás eso aquí no resulte tan extraordinario. El municipio entero de Santillana del Mar (Cantabria) edificó un modo de vida a partir de las pinturas rupestres. El turismo aporta el 90% de los ingresos de Santillana del Mar. Hay unos 4.000 habitantes y hay, según datos del Ayuntamiento, unas 4.000 plazas hoteleras. Ésta es la otra España del turismo, la que no es Fuengirola ni Palma, la que aprendió a vivir del patrimonio. La que hoy trata de consolidar un modelo turístico adaptado a los nuevos tiempos.

Ya no se puede visitar la Cueva: aseguran los gestores del lugar que el trasiego de personas afectaba a unas pinturas que tienen entre 17.000 y 20.000 años de antigüedad. Pero el complejo museístico proyectado por el arquitecto Navarro Baldeweg e inaugurado en 2001 contiene una reproducción exacta del lugar en el que un puñado de genios retrató, quizás con fines religiosos, bisontes, ciervos y caballos. Copiaron hasta las grietas de la antigua caverna, y emplearon para pintar las mismas técnicas que se habían empleado en la prehistoria. El museo de Altamira recibe unos 200.000 visitantes cada año.

Hablas con el alcalde de Santillana del Mar, Isidoro Rábago León, le propones que le pida algo al próximo presidente del Gobierno, y no duda ni un segundo: 'Que permitan que los turistas vuelvan a entrar en las cuevas, aunque sea en grupos reducidos y de manera que no afecten a las pinturas'. Sostiene el alcalde que eso serviría para atraer aún más turistas al municipio.A la petición se une la concejala del ramo, Mar González. Y eso que es cierto que la visita en las condiciones actuales resulta más didáctica que la visita a las cuevas. Tan sólo le falta el morbo. Pero resulta más cómodo para el visitante -la única diferencia con la caverna antigua es la altura-, y además el museo va mucho más allá y muestra cómo era la vida de aquella gente que cazaba y pintaba bisontes. Y uno se da cuenta de que eran como nosotros, aunque seguramente menos crispados.

Porque incluso a aquí llegan los vaivenes de la campaña electoral, a este municipio de 4.000 habitantes. La concejala de Turismo, también candidata al Senado por el PSOE en Cantabria, se desayunó ayer en la prensa local una información que señalaba que el negocio turístico de Santillana ha entrado en crisis.

Ella sostiene que no es cierto, y que la prueba está en que en los últimos años la capacidad hotelera del pueblo no ha hecho sino crecer, y que se mantiene el número de visitantes. Fuentes del consistorio aseguran que intereses políticos trasladaron a la prensa local esa información. Mientras tanto, José García Munúa acertaba con la azagaya y el propulsor también sobre la figura de un bisonte.

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