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Bono esconde los relojes

El presidente del Congreso se estrena en su primer debate zafándose de la rigidez de los tiempos de intervención que impuso Marín. La bancada de la Cámara se quedó contenida, sin mostrar demasiado entusiasmo ni agitac

JUANMA ROMERO

En la era Bono no hay relojes. En la era Bono no hay límites aparentes de tiempo. En la era Bono no hay, por el momento, muchas bonadas. Salvo la de los cronómetros.

El presidente del Congreso quiso ser Penélope en su debut parlamentario. Destejió lo que tejió Marín y sepultó los temporizadores verdes que marcaban taxativamente el tiempo de los oradores. Los hizo desaparecer de las pantallas. “No perderé el tiempo hablando del tiempo”. En román paladino: que los grupos tenían manga ancha para explayarse.

Rajoy levantó el dedo para quejarse en su turno. Con poco ánimo de rabieta, porque no agotó siquiera sus 40 minutos. Bastante llevaba encima. En su cogote ya asomaba desde la mañana el aliento pegado de Esperanza. Al Congreso había llegado a pie, lánguido, sin el séquito de fans que en otros tiempos (no tan lejanos) le vitoreaban desde la calle. Distinto al ufano Zaplana, que tanto se dejó querer por la prensa.

La grada se quedó contenida. Sin exhibir vistosidad. Allí, un Carles Campuzano fotografiando a los suyos, los de CiU. Allá, Llamazares y Joan Herrera centrados –el 9-M les ha dejado hasta sin su escaño en la izquierda–. Luego, un Pizarro en la cuarta fila aplaudiendo a su jefe con brío cansino. También una gestante Carme Chacón asfixiada por el calor del hemiciclo. Y, diseminada, la veintena de diputados y senadores sin silla en la bancada: Andrés Ayala, Rosa Vindel, Javier Rojo, Marcelino Iglesias... y las primeras damas, Sonsoles (la oficial) y Viri (la ex aspirante).

La investidura trajo la aplastante realidad de las urnas. La burlona sonrisa tranquila de los ganadores. El gesto mohíno, muy tenso, de los perdedores. Los nuevos modales del rey Bono. Los tumultos de las grandes ocasiones de políticos y periodistas. Las amonestaciones a los revoltosos (que Arias Cañete ya dio su tarde). Esto es sólo el comienzo.

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