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Campamento de malnutridos

Cooperantes describen el sufrimiento de la población del Cuerno de África

SUSANA HIDALGO

'Esto no es un campo de refugiados, es un campo de malnutridos”, acertó a decir Montse Escruela, coordinadora de Salud y Nutrición de Acción contra el Hambre, al contemplar por primera vez la penosa situación de las miles de personas que se refugian en los campos de Dollo Ado, en Etiopía. Montse ha regresado recientemente de la zona azotada por la hambruna y junto a otros cooperantes participó ayer en un encuentro organizado por la Coordinadora de ONG de Desarrollo de España (Congde). ¿El objetivo? Contar su experiencia para que el tema de la hambruna no termine de apagarse en los medios de comunicación.

Los que han estado en los campos de refugiados de Kenia y Etiopía y los pocos que han logrado entrar en Somalia coinciden en describir la situación como infernal: familias que han andado kilómetros en busca de alimentos, que han perdido a varios hijos por el camino, mujeres que han sido violadas, condiciones meteorológicas extremas... “Ahora llega la temporada de lluvias, por lo que aumenta el riesgo de propagación de enfermedades de tipo diarreico”, señala Idoia, cooperante de Intermón Oxfam.

El próximo 20 de octubre se cumplen tres meses desde que Naciones Unidas declaró la hambruna en varias zonas de Somalia. Noventa días después, en las ONG asoma un pequeño hueco para la esperanza, sobre todo porque los que están allí sólo quieren salir adelante. Así que en Occidente no se pueden dejar caer los brazos.

“La gente tiene iniciativas. Por ejemplo, un grupo de campesinos aprovechó una fuga de agua que había en unos grifos para crear un pequeño huerto”, describió Idoia. “Hay muchas ganas de salir adelante, lo que la gente refugiada quiere es paz en su país para volver a sus casas y asegurar un futuro a sus familias”, agregó Emilia Sánchez, también de Intermón.

Aunque el número de llegadas de refugiados y el porcentaje de niños malnutridos ha mejorado, la situación sigue siendo alarmante. Las ONG tienen tremendas dificultades para acceder a Somalia y esto ha provocado que en el último año se haya pasado de 350.000 personas en riesgo de muerte a 750.000. Y el colectivo que peores condiciones presenta para sobrevivir son los menores de edad, que representan el 70% de la población refugiada.

De ahí la importancia de que los niños vayan a clase: allí recibirán alimentos y estarán a salvo de cualquier violencia. “Cuando los pequeños acuden a los colegios, se encuentran en un lugar seguro, además, se les incentiva intelectualmente y se les educa para el futuro. La protección que se les ofrece en la escuela no es sólo temporal, sino también a largo plazo”, apuntó Frido Pflueger, del Servicio Jesuita a Refugiados, que trabaja en colaboración con la ONG Entreculturas.

Carmen Cabotá, de Cáritas, explicó que poco a poco se están consiguiendo logros en el acceso al agua. “Se están rehabilitando pozos y estanques para aprovechar la temporada de lluvias”. Esta cooperante también ahondó en no dejarse vencer por el pesimismo: “Ellos allí no están tirando la toalla”.

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