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Una "campaña imposible" para "frenar" una victoria arrolladora de la derecha

Rubalcaba pidió el voto a los ciudadanos para evitar una debacle en las urnas, pero sobre todo para conservar un PSOE 'fuerte'

GONZALO LÓPEZ ALBA

La palabra 'ganar' no se ha escuchado ni una sola vez en el discurso electoral de Alfredo Pérez Rubalcaba. Este detalle refleja el ánimo con el que el PSOE ha afrontado su campaña electoral más difícil desde la recuperación de la democracia, una 'campaña imposible', al decir de sus colaboradores. En su lugar, el candidato ha utilizado con profusión el llamamiento a 'pelear' para 'frenar' a la derecha. A partir de la publicación de las últimas encuestas, que pronosticaron de forma unánime el peor resultado desde las primeras elecciones democráticas, en 1977 (118 escaños), su 'pelea' ya no fue ni siquiera por impedir la mayoría absoluta del PP, sino por obtener los votos suficientes para que haya un PSOE 'fuerte' que pueda hacer una oposición firme y permita albergar la esperanza de reconquistar el poder en cuatro años, en la expectativa de que se cumpla el augurio de que la crisis se llevará también por delante al próximo Gobierno.

En estas circunstancias, gran parte de la campaña se ha hecho mirando no sólo al resultado que hoy deparen las urnas, sino también al día después, cuando el PSOE tendrá que acometer una renovación en su liderazgo, que todo apunta a que estará precedida de una intensa batalla interna.

La campaña se ha hecho con un ojo puesto en el control del partido

José Luis Rodríguez Zapatero, cuyo mandato como secretario general vence formalmente en julio de 2012, quiere pilotar el proceso de transición para evitar que se produzca un vacío de poder como el que se dio en el año 2000, cuando Joaquín Almunia, con un resultado que dejó al PSOE con 125 diputados, dimitió de forma irrevocable en la misma noche electoral con la intención de desbrozar así el camino de la renovación generacional tras haber fracasado en su propósito de hacer una 'renovación ordenada'.

El relevo de Zapatero, como adelantó Público, está previsto desde antes del comienzo de la campaña electoral para enero o febrero, una vez que, si se consuma la derrota, se haya producido el traspaso de poderes y antes de las elecciones autonómicas en Andalucía, que José Antonio Griñán ha fijado para marzo.

Zapatero quiere pilotar su relevo, pero recibe presiones para que dimita

Este calendario es compartido por Zapatero, que no quiere prolongar su mandato más allá del arbitrio en el proceso de sucesión. Pero, antes incluso de que hubiera concluido la campaña, ya se han producido escaramuzas que sitúan la vida interna del PSOE en unos niveles de tensión similares a los que se vivieron antes de que se abortara el proceso para celebrar unas elecciones primarias con varios aspirantes a la candidatura electoral.

El presidente del Gobierno está recibiendo presiones para que, si se confirma el derrumbe electoral, asuma personalmente la responsabilidad con su renuncia al cargo de secretario general del PSOE, liberando así de la mayor cuota de responsabilidad al candidato. Rubalcaba no tiene ningún cargo formal del que dimitir y, por lo tanto, únicamente podría anunciar su retirada de la política, algo que sus partidarios consideran un castigo excesivo para quien 'se ha sacrificado' por el partido en las peores circunstancias.

La renuncia de Zapatero conduciría de forma 'natural' a que, para evitar el vacío de poder, Rubalcaba asumiera el liderazgo de la oposición parlamentaria, una plataforma clave para optar a la secretaría general. Mientras, Manuel Chaves sería el encargado de hacer valer su 'autoridad moral' como presidente para evitar el desmembramiento interno del partido, un temor ampliamente extendido tras la pérdida de la práctica totalidad del poder autonómico y, sobre todo, del local.

El recurso a Felipe González para polarizar el debate no dio resultado

Los promotores de esta operación para hacerse con el control del partido pisaron el acelerador el jueves, después de que la ministra de Defensa, Carme Chacón, recordara que, en mayo, cuando renunció a disputar la candidatura electoral en un proceso de primarias, lo que hizo no fue dar un paso atrás, sino a un lado.

En el transcurso de pocas horas, se filtró primero que Zapatero propondría mañana, en la reunión que celebrará la Ejecutiva, la convocatoria inmediata del 38º Congreso, que ya no sería extraordinario porque los estatutos del partido establecen que los congresos se celebrarán entre el tercer y cuarto año siguientes al anterior. Será, por tanto, un congreso para elegir un nuevo secretario general, una nueva Ejecutiva y también para marcar el rumbo político para la legislatura. Pero, poco después de aquella filtración teledirigida, Zapatero hizo saber que descartaba actuar con esa premura, en parte para evitar que el debate poselectoral acabara de arruinar la campaña. La convocatoria del congreso corresponde al Comité Federal, pero será la Ejecutiva la que proponga la fecha.

La reivindicación del presidente sólo llegó tras los demoledores sondeos

En el discurrir de la campaña han quedado escritos más de un episodio en esa clave interna. Rubalcaba ha aprovechado para resaltar algunos de sus apoyos con vistas al día después. Así, por ejemplo, el secretario general de Andalucía, José Antonio Griñán, le dijo que los socialistas andaluces también estarán con él 'después de las elecciones', una de las pocas cosas en las que, probablemente, coincide en estos momentos con su predecesor, Manuel Chaves. En Navarra, Rubalcaba reveló que su secretario general, Roberto Jiménez, que es vicepresidente del Gobierno foral en coalición de UPN, había sido el primero en instarle a ser el candidato. En Castilla y León, se refirió al secretario regional, Óscar López, que ha formado parte de su equipo de campaña, como una de sus 'debilidades'. Y, además, Rubalcaba se llevó a Málaga, donde se había programado el único mitin conjunto con Zapatero, a dos de los dirigentes que el entorno del candidato, aunqueno solo, señala desde hace tiempo como alternativas de futuro: el lehendakari, Patxi López, que tiene el hándicap de que su mandato en Euskadi dura hasta 2013, y el joven Eduardo Madina, de 35 años.

Que la vieja guardia del PSOE, en la que se encuadra Rubalcaba, no quiere que el sucesor de Zapatero sea alguien de su generación es patente en sus intentos de sumar a la siguiente, la de Madina o la de Susana Díaz, la poderosa secretaria de Organización de Andalucía, a la que también se dio un papel relevante en el acto de Málaga.

El candidato almorzó ayer con los miembros de su equipo electoral

Lo ocurrido allí el día 16 fue también sintomático del desarrollo de la campaña. El Comité Electoral y el propio Ru-balcaba sostienen que en ningún momento se ha querido 'ocultar' a Zapatero, pero no fue hasta la segunda semana, cuando las encuestas cayeron como pedrisco sobre sus expectativas, cuando se reivindicó de forma rotunda su legado.

El intento de diluir la presencia de Zapatero en medio de un rosario de intervenciones contrastó con la cálida acogida que, a modo de homenaje y desagravio, le dispensaron los militantes. A partir de ese día, su reivindicación fue in crescendo, hasta que el viernes, en el último mitin, en Fuenlabrada (Madrid), Rubalcaba hizo una rotunda reivindicación de su 'patriotismo' por haber 'ante-puesto los intereses generales, incluso a costa de nuestros intereses electorales'.

En la primera mitad de la campaña, Rubalcaba prefirió el amparo del viejo patriarca, Felipe González, que se volcó en el intento de polarizar el debate para calentar el cara a cara en televisión, la gran baza con la que contaba el Comité Electoral.

La estrategia era sacar a relucir el 'programa oculto' del PP para aventar el miedo a 'la derecha más dura' y al recorte del Estado del bienes-tar, pero Rubalcaba la desplegó con tal intensidad que acabó indentificándose a sí mismo en el papel del líder de la oposición y a Rajoy, en el de presidente in péctore.

Después vinieron las demoledoras encuestas y, una vez instalada la idea de que la mayoría absoluta para el PP era ya algo irreversible, la movilización de los absten-cionistas se hizo prácticamente imposible. La estrategia adormidera del PP pudo más que los intentos socialistas por polarizar la campaña y, al final, sólo le quedó re-currir al clásico llamamiento al voto útil de la izquierda, cuya fragmentación se perfila como el último y mayor adversario del PSOE. A eso y al temor que pueda provocar la concentración de poder en manos de un partido que ya demostró un talante autoritario durante el mandato de José María Aznar.

Rubalcaba dedicó la jornada de reflexión de ayer a pasear con su mujer, escuchar música y ver el partido de fútbol que enfrentó a su Real Madrid con el Valencia. Pero también encontró hueco para almorzar con la directora de su campaña, Elena Valenciano, y otros miembros de su equipo electoral.

Si el recuento de los votos confirma la derrota, habrá sido por muchas causas, pero no podrá decirse que Rubalcaba no se dejó la piel en el intento de evitar el Titanic socialista.

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