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De Cánovas a Zapatero

Rajoy sería el presidente sin el apoyo de las mujeres a Zapatero

GONZALO LÓPEZ ALBA

Si Cánovas del Castillo pudiera levantar la cabeza, se volvería a la caja espantado con la España del siglo XXI, pues el que fue el político conservador más influyente en la segunda mitad del siglo XIX ya se lamentaba en 1872: “Contentémonos los varones con haber regido el mundo por tantos siglos...;  contentémonos con que hoy pase por universal el sufragio que nosotros exclusivamente... ejercitamos; contentémonos con legislar todavía solos para ambos sexos... Espanta verdaderamente el pensar que puedan reunir un día las mujeres los recursos imponderables y nunca del todo gestados que ya poseen, los que nacen del saber y de los derechos individuales”.

Mariano Rajoy estaría instalado hoy en el Palacio de la Moncloa si en España sólo pudieran votar los hombres, como ocurría hasta 1931. No se trata de una apreciación subjetiva, sino de una evidencia empírica. La ventaja de 3,5 puntos obtenida por el PSOE en las elecciones generales de 2008 se corresponde con el resto favorable del diferencial de 8 puntos  que obtuvo en el segmento del voto femenino y la del PP en las elecciones europeas del 7 de junio con su prevalencia entre los votantes masculinos, según una tendencia consolidada desde que se manifestó en el comienzo del periodo zapaterista, en 2004.

Nunca en la historia democrática de España como desde la aparición de José Luis Rodríguez Zapatero en la escena política había sido tan determinante el voto por sexos. Las mujeres –no todas, sino las que están integradas en el mercado laboral, porque las amas de casa siguen votando mayoritariamente a la derecha– se han convertido así en una fuerza electoral desequilibrante, circunstancia a la que no es ajeno en absoluto el activismo feminista del presidente. Un activismo sincero porque no responde a tacticismo electoral, sino que está grabado en sus genes biográficos, pues su madre, que tuvo una gran influencia en la conformación de su personalidad, fue una de tantas españolas que no pudieron desplegar sus “recursos imponderables” por las cortapisas de la España franquista a la autonomía de las mujeres. Pero, siendo así, es también la prueba de que los comportamientos electorales tienen una relación directa con las actuaciones políticas, pues llegado al poder Zapatero  formó el primer Gobierno paritario, elevó por primera vez a una mujer a la rango de vicepresidenta primera del Gobierno, planteó como primera reforma legal la ley integral de lucha contra la violencia de género y elaboró una vanguardista ley de Igualdad.

La segunda peculiaridad electoral del zapaterismo es que la gran empatía que el presidente demuestra con los más jóvenes –hasta 30 años– se convierte en rechazo cuando se llega a la población de entre 30 y 45 años, los que debutaron expulsando de La Moncloa a Felipe González, el único presidente al que habían conocido cuando tuvieron la ocasión de votar por primera vez, una elección que marca con la intensidad de toda primera vez. La complicidad se recupera en la franja de 45 a 65 años, pero se transforma en asintonía entre quienes superan los 65, un segmento de población que ha perdido el temor a que la derecha suprima las pensiones y en el que no actúa como palanca suficiente de voto el lento y desigual desarrollo de la atención a la dependencia, de modo que la causa principal de la falta de conexión parece radicar en el estilo de liderazgo. El liderazgo líquido de Zapatero no conecta con unas generaciones que culturalmente siguen siendo herederas de una concepción del poder que requiere de líderes de talante caudillista, como Felipe González o José María Aznar.

La tercera gran característica electoral del zapaterismo tiene que ver con otro rasgo del liderazgo que ejerce el presidente, su carácter centrífugo, que se traduce en su mejor valoración en Catalunya, Euskadi, Baleares o Andalucía que en la meseta. Zapatero genera desconfianza, y hasta inquietud, en aquellos territorios, y entre aquellos ciudadanos, en los que está más anclada la tradición centrípeta de España.

Pero el elemento más discriminador del voto sigue siendo el estatus socio-económico, una categoría que depende no sólo del nivel de renta, sino también del cultural, que se ha democratizado como ningún otro en cuanto a posibilidades de acceso, y de rangos nuevos, como los que determina el conocimiento del manejo de las nuevas tecnologías o tener un contrato laboral indefinido. 

La derecha arrasa entre las clases altas y medias-altas, mientras que el PSOE lleva ventaja entre las clases medias-bajas y bajas, de modo que la gran batalla se libra en el bloque de la clase media-media, en el que sociológicamente se encuadra el 40% de la población española, con ventaja conservadora en los grandes núcleos urbanos.

La universalización de la sanidad, la educación y las pensiones que implantaron los gobiernos de Felipe González permitieron a la mayoría de los españoles el ascenso a clase media, al garantizar a todos los ciudadanos un colchón mínimo de bienestar. Asegurado éste, las motivaciones del voto se han dispersado y la derecha se beneficia de la fácil penetración de mensajes emocionales sobre la inmigración o el Estado de las Autonomías que trascienden la frontera de las clases sociales. 

La globalización tiene la característica singular de producir simultáneamente la homogeneidad y la heterogeneidad. En consecuencia, la izquierda y la derecha están obligadas a reformular, y afinar, sus políticas y sus relatos.

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