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El cartomago callejero

El negocio ambulante de Ibón García cabe en un maletín forrado de cartas de póquer que exhibe de terraza en terraza

Ibón García se gana la vida haciendo trucos de magia con cartas. / HENRIQUE MARIÑO

HENRIQUE MARIÑO

La magia habita en la imaginación del público, no en la tramoya. “Si la gente está dispuesta a disfrutar, ocurre sola”, afirma Ibón García mientras despliega una baraja francesa como si fuese un abanico de pericón. “Cada uno necesita que le pulsen un interruptor determinado para vivirla, pero hay quien se niega a disfrutarla y te corta. El problema es suyo, pues son personas a las que todavía les falta mucho para encontrarse a sí mismas”.

Después de mucha calle, puede anticiparse a la respuesta del otro: los desaires tras horas de trabajo, las sonrisas del tamaño de una góndola, los gestos de rechazo del líder de la manada, los ojos abiertos como platos de restaurante de diseño…“Cuando te dan una mala respuesta, puedes leer a esa persona, porque antes has visto a otras mil iguales. Para ilusionarse, uno tiene que permitírselo".

García, que probó con nombres artísticos pero finalmente se ha quedado como el pilón lo trajo al mundo, es un mago ambulante de edad indeterminada cuya biografía es un arcano. Nació en Madrid, se crio en Andalucía y regresó a la capital, donde ameniza el café o la caña por la voluntad. “El asunto está un poco apagado. Yo he nadado en la crisis durante años, pero ahora, si no estás fuerte, la calle pasa factura”. Ibón deja después de cada función improvisada su tarjeta de visita, donde no consta su nombre ni su web, apenas un número de teléfono, una dirección de correo y sus trabajos para la BBC (ya se sabe, bodas, bautizos y comuniones). “He llegado a irme con una baraja en el bolsillo y me he tirado un mes de vacaciones”.

Su negocio cabe en un maletín forrado de cartas de póquer, que exhibe de terraza en terraza, apechugando el frío que estos días entumece los dedos y entorpece la cartomagia. Apenas una camisa blanca y una chaqueta inmaculada de la que brota una mariposa por pañuelo de bolsillo. “La gente suele invitarte a tomar algo en vez de verlo como un trabajo. Antes lo hacía, pero si empiezas con las copas luego ya no curras”, explica. “Todo lo aprendí a golpes, inventándome cada día. La calle es un aquí te pillo, aquí te mato”.

Cansado de trabajar para otros, decidió convertirse en “domador de ilusiones”. Con la magia, asegura Ibón, se pueden arreglar muchas cosas, “pero para que cambien hay que hacer precisamente eso que quieres que suceda”. En estos tiempos convulsos, insiste, “hace falta mirar hacia dentro en vez de hacia fuera”.

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