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El cortejo presupuestario

Zapatero busca un apoyo 'plural' a su proyecto para salir de la crisis

GONZALO LÓPEZ ALBA

Las relaciones del PSOE con sus potenciales aliados parlamentarios y viceversa responden al arquetipo de amor y rechazo, una mezcla que puede causar gran confusión, complica la convivencia y hace imprevisible su desarrollo. Según explican los expertos en las relaciones de pareja, en las que se combinan dosis de egoísmo y dependencia, en el modelo citado puede ocurrir que las partes implicadas sigan amándose y que, no obstante, el resentimiento generado por la sensación de pérdida de libertad produzca en ellas malestar y hasta aversión hacia el otro.

Estas características se reproducen de forma notable en el cortejo iniciado por el Gobierno para la aprobación parlamentaria de los Presupuestos. Los preludios son alentadores para los socialistas porque han conseguido que sus posibles acompañantes se sientan 'deseados', según ha confesado el portavoz del PNV, Josu Erkoreka. Pero tendrá el solicitante que acreditar sus buenas intenciones con hechos, y cargarse de habilidad y paciencia porque la poligamia que practica Zapatero es fuente de celos y recelos.

Es obvio que la crisis constituye un factor de primera magnitud en la resistencia de las minorías a aparecer del brazo del Gobierno, pero el hecho de que la mayor parte de sus posibles socios tengan una identidad nacionalista incorpora complicaciones que trascienden la coyuntura económica.

Desde el comienzo del período democrático, los partidos nacionalistas han desempeñado la función de bisagra en un régimen de bipartidismo imperfecto. Pero desde la llegada al poder de Zapatero, se ha producido un cambio sustancial: su política ha tenido un impacto centrífugo en los partidos nacionalistas y regionalistas. Han sido desplazados del poder que detentaron durante décadas, como saben bien CiU y el PNV, o sólo pueden gobernar en sus territorios como compañeros de viaje del PSOE, como ocurrió en Galicia y ocurre en Catalunya, Baleares, Aragón, Navarra o Cantabria. Privados de la hegemonía en sus territorios, no es extraño que recelen de emparejarse con el PSOE en Madrid y que se sientan inclinados al enfrentamiento, con intensidad directamente proporcional a la proximidad del momento de emitir los votos.

El presidente recordará esta semana a Ridao las arras de la financiación autonómica

Para la aprobación de los Presupuestos por el Congreso de los Diputados, bastaría con reunir un voto más que los partidarios de su devolución al Gobierno si no fuera porque la mayoría absoluta es necesaria para levantar el veto del Senado, prácticamente seguro por la composición de la Cámara Alta y el rechazo de CiU a toda subida de impuestos. Para superar ese listón de 176 votos, al PSOE le faltan siete. Tres los obtendrá de Coalición Canaria, a cambio de inversiones en el archipiélago, y de UPN, en contrapartida al apoyo de los socialistas a los Presupuestos de Navarra. Faltan otros cuatro. Este complemento de mínimos lo puede aportar ERC con algún otro partido del polo de las izquierdas IU, ICV, BNG y NaBai o el PNV por sí solo. Las instrucciones de Zapatero son trabajar por un acuerdo 'plural'.

Con Catalunya inmersa ya en un ambiente preelectoral, las relaciones entre el PSOE y ERC son el mejor espejo político del arquetipo de amor y rechazo. Zapatero ha invitado al portavoz republicano en el Congreso, Joan Ridao, a visitar esta semana su residencia en La Moncloa. La intención del presidente es hablar del apoyo que necesita para sacar adelante sus Presupuestos, pero sobre todo quiere recordar a ERC que su apoyo no sería más que una justa correspondencia a las arras que le entregó con el acuerdo sobre financiación autonómica del que, a juicio del PSOE, el tripartito que gobierna la Generalitat no está sabiendo sacar toda su rentabilidad política. Sin embargo, Ridao ha trasladado la idea de que la cita es la prueba de que Zapatero busca un 'trato preferencial' con su partido, con los consiguientes celos de otros grupos cortejados por vía interpuesta.

Con las encuestas pronosticándole una importante sangría electoral en beneficio de CiU, ERC se mueve en su dicotomía como fuerza que reivindica la independencia de la Catalunya que gobierna con los socialistas y como partido de izquierdas. La primera condición la conduce a competir con CiU en capacidad de arrancar hojas de la carpeta catalana y la segunda, a reivindicar la primacía de sus tres escaños dentro del polo de las izquierdas.

El daño colateral es que ICV que también gobierna Catalunya, IU y el resto del arco iris se sienten en la ingrata posición de segundo plato, de modo que cada rechazo a sus propuestas es interiorizado por sus representantes como un traición. Eso ocurrió esta semana con el rechazo a la moción para reforzar la lucha contra el fraude fiscal, ante el que Gaspar Llamazares y Joan Herrera, su principal promotor, reaccionaron airadamente. Los socialistas alegan que sólo ha sido un desliz, 'un desencuentro por cuestiones secundarias', y sostienen que 'este episodio no tiene por qué empañar un posible acuerdo'.

El PNV, tras el despecho por encontrarse con las maletas al otro de la puerta, no oculta que comparte con el PSOE el deseo de recomponer sus relaciones, pero no sin más. Antes quiere forzar la escena del sofá con el pretendiente hincando la rodilla y ha puesto tres condiciones previas para hablar en serio. Ninguna es inasumible para el PSOE, pero el blindaje del Concierto implica meterse en el delicado jardín de tocar leyes tan sensibles como las que regulan el Tribunal Constitucional y el Poder Judicial.

La clave del éxito en las relaciones de amor y rechazo radica, según los expertos, en lograr el equilibrio entre la cercanía y la independencia.

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