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Enrique Curiel. Nos ha dejado un demócrata


Escuché hablar a mis padres de Enrique Curiel desde pequeño. Las historias que me contaban de aquel joven antifascista, jefe del PCE en la Complutense, forman parte de mi primera patria política, esa que se forma en casa. Recuerdo a mi madre, que militó con Curiel en la célula del Partido en la Facultad de Derecho, contar una anécdota divertida. Los aviones del ejército chileno habían bombardeado ya el Palacio de La Moneda y los jóvenes del PCE estaban organizando un salto en la Gran Vía. Curiel, con un gran sentido del humor, insistía en que antes había que ir a tomar chocolate con churros, porque para afrontar la que les iba a caer en la Dirección General de Seguridad tras una detención que veía más que probable, era mejor ir cenados. 

Mi padre, que militaba en la extrema izquierda, recuerda siempre a Curiel dirigiendo las operaciones en el asalto de los estudiantes al decanato de Derecho, en el que el decano franquista Alfonso García Valdecasas fue sacado en volandas de la facultad (sillón incluido) ante los inútiles llamamientos a la calma del bueno de Joaquín Ruiz Jiménez.

Después Enrique fue mi profesor en quinto de Políticas. Hacía muchos años que había dejado de ser comunista pero no podía ocultar su simpatía hacia los estudiantes radicales. Nunca olvidaré sus miradas pacientes y cariñosas, propias de quien ha tenido que lidiar con izquierdistas durante años, ante mis intervenciones encendidas contra los libros de Sartori que nos obligaba a leer. Siempre fue un profesor encantador, dialogante, paciente, con una capacidad de seducción difícil de encontrar.

Pero ha sido en estos últimos años, ya como profesor, cuando he conocido al Curiel que quiero homenajear. Enrique era un demócrata de los de verdad. Siempre se prestó a participar en todos los actos a los que le invitamos, sobre la Transición y la memoria histórica, a sabiendas de que tenía que bailar con la más fea y defender las posturas más moderadas en minoría, contra el criterio y las críticas de la mayor parte de los estudiantes de izquierdas que asistían a nuestros actos.

Recuerdo cuando invitó a Josep Piqué a hablar en la facultad. Poco antes del día previsto para la conferencia del ministro de exteriores de Aznar, los medios de comunicación se hicieron eco de los documentos que revelaban la responsabilidad de Piqué en los repostajes en aeropuertos españoles de los aviones de la CIA que transportaban presos a Guantánamo. Enrique me pidió que intentásemos calmar los ánimos de los estudiantes. Le sugerí que suspendiese la conferencia, que dadas las circunstancias aquello solo podía derivar en una protesta masiva, como de hecho ocurrió. Pero Enrique se mantuvo firme y del mismo modo que no había dudado en invitar a la facultad a un histórico dirigente de la izquierda abertzale como Patxi Zabaleta, no dudó en seguir adelante con el acto, asumiendo de nuevo bailar con la más fea y padecer los abucheos de los estudiantes de izquierdas, algo nada fácil de tragar para un veterano de la lucha estudiantil antifascista.

He conocido a pocos profesores con esa valentía y esa tenacidad para el diálogo. Muchas cosas me separaban de Curiel pero si alguien merece tanto o más respeto que un compañero, es un adversario como él. Quizá dejó de ser de los nuestros, pero nunca dejó de ser un demócrata. La Facultad de políticas de la Complutense ha perdido a uno de sus mejores profesores. Hasta siempre Enrique.

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