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Escenografía y análisis

El 'Publiscopio' detecta una proporción de indecisos como raramente se encuentra a un mes de las elecciones

 

JOSÉ LUIS DE ZÁRRAGA *

La imagen, que nos presentan estos días algunos medios, de multitudes de votantes del PP avanzando a banderas desplegadas hacia el 20-N pertenece más al género cinematográfico de las superproducciones heroicas que al del análisis electoral. Es esa una escenografía demoscópica muy alejada de una realidad mucho menos épica: la de un electorado escindido entre la depresión y el furor, entre la convicción de unos en que no hay nada que hacer y que las suertes se echaron ya hace tiempo y la complacencia de los otros que ven asegurada y al alcance de la mano su victoria. Entusiasmo hay, sin duda, entre los votantes del PP, que se inyectan en vena las encuestas. Pero la idea de que ese entusiasmo de partido se haya contagiado a muchos más en este país resignado es pura ficción, exigencia del guión para que la película termine con el happy end de una mayoría absoluta incontestable.

Vamos con las encuestas. Hay dos datos esenciales que en casi ninguna se publican y sobre los que se pasa en silencio como si fueran irrelevantes para las estimaciones: la proporción de indecisos y la tasa de abstención. Sin embargo, esos datos son claves; tanto que sin ellos las estimaciones son de cartón piedra.

Se transmite la impresión de que la brecha se abre cada vez más, lo que no es cierto

El Publiscopio cuyos resultados se presentan hoy no cambia el sentido de las tendencias dominantes: como en las demás encuestas, el PP está muy por delante del PSOE en las estimaciones de voto, aunque la distancia entre ellos se calcule entre diez y doce puntos, y no entre 15 y 20, como otros medios dicen. Pero se está transmitiendo también la impresión de que la brecha se va abriendo cada vez más, lo que no es cierto por lo que toca a las intenciones de voto: las favorables al PP no han cambiado significativamente en los últimos 12 meses y las favorables al PSOE, aunque mucho menores, han mejorado ligeramente después de abril.

No es esto, sin embargo, lo más importante. Lo realmente importante es que el Publiscopio detecta una proporción de indecisos como raramente se encuentra a un mes de las elecciones: casi un 22% de los electores dicen que no saben qué harán y otro 11% no quiere contestar (o prefiere ocultar) su intención. En total, un tercio de la población contempla el espectáculo preelectoral sin definirse (y, desde luego, sin sumarse al entusiasmo que marca el guión). La mayoría de esos electores probablemente se convertirán en abstencionistas, desde luego; pero aún con ello, quedan ahí varios millones de votos impredecibles.

Un tercio de la población contempla el espectáculo preelectoral sin definirse

Tan importante como la indecisión en sí misma, es que la proporción de intenciones de voto a partidos declaradas en la encuesta no pasa, a un mes de las elecciones, del 60% del total. El número de electores decididos a abstenerse es relativamente bajo, porque la mayoría está indecisa no sólo en cuanto a su voto, sino también respecto a si irán o no a votar. Y eso augura una participación final baja. En la estimación de resultados de este Publiscopio se asume que, aunque durante las próximas semanas una parte de los indecisos se conviertan en votantes, la tasa de abstención el 20-N estará en el entorno de los máximos históricos. Entre el 30 y el 32%, si las tendencias actuales se mantienen. En elecciones generales, la abstención más alta (en el electorado residente) fue el 32% de 1979; en 1989, 30,1%; y en 2000, 30%. En esos niveles estamos también ahora.

Nada más alejado de la marea entusiasta de votantes que llevarían en triunfo a Rajoy a la mayoría absoluta. Mayoría que es posible, sin duda, incluso probable, pero sobre el cementerio del electorado socialista, si no resucitan sus muertos.

El proceso electoral parece la larga espera aburrida de un resultado decidido

Los datos de fidelidad de voto son elocuentes. El PSOE cuenta sólo, como voto decidido a su favor, con la mitad de sus votantes de 2008. Sin embargo, desde marzo antes de que Zapatero renunciase a su candidatura, el 2 de abril, no han crecido, sino que han disminuido las fugas de votantes a otros partidos; en el primer trimestre de este año llegó a haber un 12% de votantes socialistas que declaraban intención de voto al PP, el doble que ahora. Lo que ha crecido hasta proporciones muy grandes es la tasa de indecisos (hoy, a semanas de las elecciones, un tercio de los votantes socialistas) y la de los que no piensan acudir esta vez a las urnas.

¿Puede cambiar algo en estas semanas? Es difícil. Sobre todo porque en este momento, a un mes del 20-N,no parece que haya en la gente una conciencia viva de proceso electoral es decir, debate, contraste, deliberación, decisión entre alternativas, sino simplemente la espera aburrida del momento en que se levantará acta formal de un resultado decidido y anunciado hace muchos meses: el fracaso del Gobierno en ejercicio y su inevitable sustitución por otro, cuya única cualidad relevante para gobernar es la de ser otro. ¿Ha empezado la campaña? ¿Hay campaña? La gente no lo ha notado; quizás porque la mayoría esté ya ensordecida y enceguecida con lo que ha vivido durante estos años de crisis; o quizás porque los candidatos hablan bajito para no irritar a los electores. Es posible que nadie candidatos y militantes aparte se dé cuenta de que hay campaña electoral, en serio, para decidir, antes de que se llame a los electores a las urnas, el 20 de noviembre. Se darán cuenta, claro está, el 21.

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