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"Jamás prescindiré de mis vaqueros, ¿lo entiendes?"

Alfredo P. Rubalcaba. Al candidato le gustan mucho las camisas azules y no piensa cambiar

ANTONIO AVENDAÑO

Los respeta, pero no siente pasión por ellos. El sujeto del verbo es Rubalcaba y el predicado son los asesores de imagen. En la sosegada entrevista que Gloria Lomana le hizo el jueves en Antena 3 declaraba al respecto que no le agradan 'las piruetas'. Y decía de los dichosos asesores: 'Me piden que no vaya siempre con chaquetas azules, pero me gustan. No quisiera que los españoles vieran a un Alfredo Pérez Rubalcaba distinto'.

Aunque suene raro, en estos asuntos el debate de fondo siempre acaba deslizándose hacia territorios específicamente metafísicos: los expertos quieren que el líder sea otro y el líder insiste en ser él mismo. Parece un debate trivial relativo a la imagen que alguien da en televisión, pero en realidad oculta un sesudo debate sobre el ser. Como, a su vez, esta es una disputa endiabladamente intrincada y tampoco se trata de contratar los servicios de una cátedra de Metafísica para resolverla, al final la gana el más tozudo. O el que más manda.

Al candidato le gustan mucho las chaquetas azules y no piensa cambiar

Cuando Lomana le preguntaba sobre el asunto se notaba que Rubalcaba sentía cierto embarazo, que más bien se mordía la lengua, que es una de la infinitas maneras de no decir la verdad: de no decirla, pero sin mentir. Como a Rajoy, a Rubalcaba no le van las estrategias de ingeniería sobre su imagen personal. A ambos les gusta llevar los mismos trajes, a ser posible azules, prefieren que les dejen la barba en paz y huyen de las poses artificiosas como del diablo.

Peluqueros y barberos

El poco pelo y la barba más bien rala que gasta el líder socialista son revisados cada poco tiempo en una peluquería de las de toda la vida, cercana a la sede del partido en la calle Ferraz. Pero también en esto de los peluqueros hay clases: un barbero va todas las semanas a casa de Rajoy a perfilarle la barba y recortarle los rizos rebeldes. Que vaya un peluquero a tu casa tiene un punto de distinción, de privilegio inocuo y trivial, de elitismo un poco a la antigua, como cuando el barbero se llegaba al viejo casino del pueblo para afeitar a los clientes ricos que solían dar las mejores propinas. El barbero iba encantado y el señorito evitaba coincidir en la barbería con sus aparceros.

Se arregla la barba y el poco pelo que le queda en una peluquería de barrio

Por lo demás, al candidato socialista le gustan los pantalones vaqueros y de ahí no hay quien lo baje. Lo contaba hace poco Manuel Sánchez en El Mundo: una colaboradora le sugirió un día cambiar de vaqueros y Rubalcaba le contestó así: 'Me gustan estos. Y te voy a dar un disgusto: tengo cuatro pares iguales y me los voy a seguir poniendo'.

Puede, igualmente, que necesite fundas en los dientes y es seguro que su telegenia mejoraría si lo hiciera, como le pide la gente de su equipo, pero no está dispuesto a ceder. No, no y no. Se trata sin duda de un prejuicio por su parte, pero Rubalcaba ya tiene la edad suficiente para saber que uno no se libra jamás de tener prejuicios: a lo más que puede llegar es a cambiar los de siempre por otros nuevos, pero en general no vale la pena hacerlo porque los prejuicios propios son como viejos amigos a los que uno no debería cambiar por otros. Como podría haber dicho el gran Aristóteles, fundador de la metafísica: cada uno es como es.

 

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