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Un jurado en el salón de los Camps

'Va bien, va bien', dijo el expresident segundos antes de leerse el veredicto

SERGI TARÍN

Cuando se supo quién era el portavoz del jurado, se escucharon suspiros de alivio. El de la tez morena, la nariz aguileña y la melena aplanada hacia la nuca carraspeó y se lanzó con énfasis a la lectura del veredicto. 'Va bien, va bien', tranquilizaba Francisco Camps a los suyos. 'No culpable', leyó el portavoz y la sala estalló. Fue el último gesto de este jurado al expresident y su entorno. Una relación que pertenece a la intrahistoria del juicio y que está cosida con el finísimo hilo de una empatía difícil de disimular.

Resulta complejo concluir cuándo se produjo el primer saludo, el primer guiño, pero la actitud del portavoz no ha pasado desapercibida a nadie. Su desaprobación ante las tesis de las acusaciones ha sido tan explícita como su identificación con las de la defensa. Ni una nota tomó cuando fiscales y acusación popular presentaron sus conclusiones finales. A la mañana siguiente, transcribió a mano las cinco horas del informe de Javier Boix, el abogado de Camps. La secretaria judicial hubo de proporcionarle más folios ante el regocijo del público. Los 21 puntos del veredicto de inocencia son un calco de los argumentos de Boix, que alertan sobre una confabulación de fiscales, jueces y policías contra Camps, dirigida por el sastre José Tomás, y que definen como mera 'relación mercantil' las impúdicas conversaciones entre el molt honorable y Álvaro Pérez, el Bigotes, cabecilla de la Gürtel en Valencia.

Los partidarios del exjefe del Consell tomaron la sala de vistas todo un mes

'Es común que en los jurados populares alguien con madera de líder arrastre al resto', comentó ayer a Público un prestigioso miembro de la judicatura. Esta norma podría aplicarse al juicio de los trajes. El jurado portavoz desdeñó pruebas incriminatorias durante la fase documental y desplegó una creciente influencia sobre los jurados más cercanos, quienes solían consultarle los apuntes de los tomos. En la fase testifical, dedicó tardes enteras a mirar al público hasta generar vínculos que pudieron ir más allá de los límites de la sala. En una ocasión, a pocos metros de la puerta del tribunal, saludó y estrechó la mano de una de las incondicionales de Camps y asidua al juicio desde el primer día.

Esta complicidad sólo puede entenderse bajo la tupida atmósfera creada por los afines al expresident durante la vista. Un ambiente inhóspito e intimidatorio en el que se han escuchado insultos a los testigos poco favorables a Camps, a fiscales, al abogado de la acusación popular e incluso al magistrado Juan Climent. Una estancia convertida en salón de casa de los Camps, cuya familia impedía sentarse a nadie en la primera fila. 'Está reservada', gruñían si alguien intentaba acceder. Y cuando detectaban entre el público a algún desconocido o sospechoso lo escrutaban con la severidad de quien siente invadida su propiedad privada. 'Ya están aquí, ya están aquí', murmuraban con desprecio cuando llegaban periodistas de medios de comunicación progresistas. 'Sois unos mierdas', llegó a espetarles la mujer de Camps, Isabel Bas, durante un receso.

Los 21 puntos del fallo son un calco de las tesis de la defensa

Un entorno hostil, casi subversivo, que a menudo fluctuaba hacia la lástima. La que intentaban hacer sentir al jurado por los acusados. La prueba más evidente se vivió con la exhibición del hijo pequeño de los Camps el 2 de enero, sentado en la segunda fila, el rostro entumecido y la mirada cartilaginosa del padre desde el fondo del banquillo. Una escenografía doble con el objetivo de avivar la misericordia del jurado, que durante 27 días ha presenciado la insistente ceremonia del llanto y el insulto, del derrumbe y la resurrección.

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