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Musulmán no practicante y alejado de la política

Hokman Joma pagó a una mafia en 2005 su viaje a España desde Siria.

F. ARTACHO / Á. MUNÁRRIZ

Hokman Joma, de 27 años, no mantiene relación directa con su familia. Su padre, Mohamed, de 60 años y de profesión pintor, fue llevado a una comisaría e interrogado en varias ocasiones tras el episodio del zapato. Joma no quiere que la policía siria lo moleste más. Su madre, Balha, está enferma. Todavía no sabe que su hijo está en prisión.

Joma, que tiene nueve hermanos, salió de su pueblo, Harab Kurt, de unos 150 habitantes, en 2005. Pagó a una mafia 3.000 euros para que le organizaran el viaje. Llegó a España en diciembre de ese año.

Su corto dominio del español y su aparente timidez lo hacen parecer reservado. En la cárcel estudia español. También hace deporte y se prepara para correr un maratón. Recibe pocas visitas: tres amigos kurdos y su abogado. En la cárcel se relaciona poco, según cuentan en su entorno, aunque sí ha trabado relación con un abogado sevillano preso por un caso de corrupción.

Cuando llegó a España, solicitó asilo político, que le fue denegado. Tras pasar ocho meses en un centro de acogida de refugiados, comenzó a trabajar. Primero como vigilante en un parking de autocaravanas. Después en un restaurante de kebabs y luego como carpintero.

Musulmán aunque poco practicante y escasamente interesado en la política según su amigo Ahmed, hasta entrar en prisión compartía residencia con un chico español en el Parque Alcosa.

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