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Los renglones torcidos de Zapatero

El revés orgánico en el PSM no es el primero que encara el líder de los socialistas en diez años de mandato

MIGUEL ÁNGEL MARFULL

El mejor escriba echa un borrón, disculpa el refrán. 'Soy de las personas que consideran que no podemos pensar que siempre tenemos razón', se justificó el presidente del Gobierno el pasado martes en el Senado para encajar la derrota de Trinidad Jiménez en las primarias de Madrid.

La ministra que en agosto era para José Luis Rodríguez Zapatero una candidata 'buenísima' perdió el favor de la militancia socialista el pasado domingo a manos de quien, dos días después, fue ungido por el líder del PSOE como 'el mejor': el secretario general del PSM, Tomás Gómez.

Edgar Allan Poe recomendaba conocer el final del cuento antes de sentarse a escribir, pero el relato político se escribe con tantas manos a un tiempo que es inevitable que la caligrafía se tuerza en ocasiones hasta deparar un desenlace no deseado. 'Todo el mundo sabe dónde están mis preferencias', señalaba Zapatero hace un mes en un guiño de complicidad hacia Trinidad Jiménez. Los deseos del líder del PSOE no han sido órdenes en este caso; el último, pero no el único.


El secretario general no logró imponer su voluntad al PSC para liquidar a Carod

En noviembre de 2000, cuatro meses después del 35º Congreso del PSOE que proclamó secretario general a Zapatero, un José Blanco recién aterrizado como responsable de organización apostó por el sociólogo y profesor universitario José Antonio Díaz para hacerse con las riendas del PSM.

El cónclave que habría de consagrar a Díaz concluyó con abucheos para Blanco y la victoria de Rafael Simancas como sucesor de Jaime Lissavetzky los nombres se repiten diez años después al frente de la entonces denominada Federación Socialista Madrileña y hoy Partido Socialista de Madrid. El candidato derrotado emergió con la misma rapidez con la que se evaporó en el olvido pocos años después. Díaz representaba a los hoy extintos Renovadores por la Base, llave oportunista que giraba en favor de felipistas o guerristas en función de sus intereses decidiendo en ocasiones el equilibrio de la organización.

Simancas solución de consenso de guerristas y renovadores se alzó con el triunfo con el 57,6% de los votos. No era el candidato de Zapatero como no lo era de Blanco.

La fractura del PSM se dulcificaba entonces bajo un eufemismo el término familias que luego se edulcoraría más al denominarse sectores y más tarde sensibilidades. Las etiquetas han resurgido en la campaña de las primarias bajo el timbre de tomasistas frente a zapateristas o trinitarios.


Las líneas que Ferraz, la dirección federal del PSOE, ha intentado trazar en la vida orgánica del Partido Socialista de Euskadi se han escrito también, en ocasiones, al margen de la voluntad inicial de Zapatero. La transición desde el liderazgo de Nicolás Redondo Terreros al afianzamiento de Patxi López se desentendió del guión del secretario general.

Al frente del PSE desde octubre de 1997, Redondo Terreros fue ganando peso hasta convertirse en secretario de relaciones institucionales del PSOE en la primera ejecutiva de Zapatero. Su comunión estratégica con el PP vasco frente al PNV se saldó con un fracaso en las urnas en las elecciones vascas de 2001. Sembrado el camino de diferencias Redondo apoyó a José Bono en el 35º Congreso y López a Zapatero, dimitió al frente del PSE en diciembre de ese año y poco después dio un portazo en Ferraz al abandonar también la ejecutiva.

El PSOE ha desoído a Zapatero con anterioridad en Madrid y Euskadi

Puesta en marcha la máquina del relevo en el proceso precongresual, Ramón Jáuregui encabezó una gestora junto a los secretarios generales de Guipúzcoa, Álava y Vizcaya. López representó a esta última; el hoy presidente del Senado, a la provincia alavesa. López tenía con él a Blanco. Javier Rojo, a un Zapatero temeroso de veleidades filonacionalistas por parte del ahora lehendakari.

Bastó un simple ejercicio de pesos y medidas para que Zapatero advirtiera la imposibilidad de que la púrpura del socialismo vasco vistiera al representante del territorio con menor peso orgánico de Euskadi, ya que Álava apenas representa el 10% del total de militantes del PSE.

Rojo no concurrió como candidato en el congreso que coronó a López en marzo de 2002 y el tiempo desastilló las relaciones entre un Zapatero que no encumbró a su favorito y un López que acabaría convirtiéndose en líder indiscutible del PSE. Años después, el juego de los apoyos se reeditaría al sostenerse Tomás Gómez en el lehendakari en las primarias de Madrid.


En enero de 2004, las relaciones entre el PSOE y el PSC entraron en barrena. Unareunión entre el entonces conseller en cap de la Generalitat, Josep-Lluís Carod-Rovira, y ETA dos meses antes de las elecciones generales encendió las alarmas en Ferraz, que peinaba los últimos preparativos de la campaña.

Zapatero presionó con todas sus armas al president Pascual Maragall para que reaccionase con una rápida intervención de cirugía cesando al dirigente republicano. No lo consiguió. Apenas un mes después de su nombramiento, Carod, una suerte de primer ministro, fue destituido de este cargo, pero se mantuvo en el Govern como conseller, aunque sin cartera ni competencias.

Zapatero no logró la cabeza que reclamaba. 'El president no puede doblegarse a las emociones del momento', se disculpó Maragall para justificar sus oídos sordos a los avisos dictados desde la dirección federal del PSOE.

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