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Silencio sórdido en el bello Fago

El municipio oscense cuyo alcalde fue asesinado en 2007 vive a un ritmo diferente al pie de los Pirineos

PANCHO TRISTÁN

Habría sido mejor comenzar por la tierra, o por el cielo, comenzar diciendo que este es el sitio en el que los Pirineos se despiden de algún Dios para dejarse acariciar por los mortales. O contar, por ejemplo, que aquí aún hay cosas que funcionan según acuerdos establecidos hace siglos y hoy reconvertidos en ley.

Como la gestión y el reparto de los recursos que genera este Valle de Ansó en el que está Fago, por ejemplo. Y decir entonces que esta España que existe aquí arriba nunca aparece en los telediarios ni en los mítines de campaña, que esta es otra España diferente a casi todas las conocidas y aún a las imaginadas. Pero esto es Fago, en la provincia de Huesca, a 888 metros de altura. Y antes de llegar hay una curva y hay una cruz y a sus pies hay unas flores. Y también unos versos de Bertolt Brecht. Es el recuerdo del alcalde asesinado en enero del año pasado. Y así es que comienza la historia de Fago para el que llega a aquí desde Manjones. Ayer por la mañana, en las calles de Fago se respiraba una tranquilidad eterna. Hacía algo de frío, pero no tanto.

Según datos oficiales, son 34 los habitantes empadronados en Fago. Fago están bastante lejos de cualquier parte. Sólo es un lugar apto para quienes busquen paz. Jaca está a una hora, o más. Y más lejos aún Huesca, la capital de la provincia. Y seguramente ese sea el principal encanto de este paraje que parece sacado del catálogo de los lugares paradisíacos. Es un pueblo bonito y ordenado, de casas de piedra, de calles que se llaman Calle Mayor, o Calle del Capitán, o Rincón de Cucos, o Plaza Baja. Algunas casas parecen estar cerradas. Ayer, en el Ayuntamiento, no había nadie. Llamas por teléfono y un contestador te invita a enviar un fax o a llamar a un par de números en los que nadie respondía. El alcalde, Enrique Barco, fue elegido con el apoyo de 16 de las 18 personas que se pasaron por las urnas en Fago en las elecciones de mayo del año pasado.

Miguel Grimá no iba a presentarse a esos comicios. Miguel Grimá había sido alcalde durante dos mandatos. Tenía una casa rural en el municipio, una casa de una arquitectura tan adusta y hermosa como la de casi todas las casas de este pueblo de las aturas. Quizás tuviese otros planes. Pero le descerrejaron una escopeta en el pecho. Hay un único imputado por el caso: el guarda forestal Santiago Mainar. Algunos de los últimos edictos de Grimá, sobre la recogida de basuras, aún están hoy expuestos en el tablero municipal, a la vista de todos, desde el mes de julio de 2006.

Desde entonces, reina un silencio gélido entre el vecindario y hay miradas distantes para los forasteros. Pueden ser periodistas, los forasteros, o curiosos hartos de morbo. Y es comprensible tanta distancia. Pregunté: '¿Hay algún sitio para tomar un café?'. Y aquel anciano murmuró un 'está cerrado' y se dio la vuelta.

Es normal. El show mediático que se organizó, el espectáculo de la España negra, el momento Ibáñez Serrador que se montó alrededor del trágico suceso, cansó a los vecinos. Incluso sucedió que un grupo de 33 personas -si fuesen vecinos de Fago serían prácticamente todos- envió una tribuna a El Periódico de Aragón titulada 'Respeto y convivencia'. En el escrito, se referían así a la cobertura del crimen por parte de los medios: 'Lo más grave es el intento de transmitir el ‘síndrome de Fuenteovejuna'. Y pedían entonces respeto para que el pueblo pudiese recuperar la tranquilidad en la que había elegido vivir entre las montañas.

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