Ellos fueron los primeros. Vieron la pasarela cerrada y decidieron saltar a las vías. Los demás los siguieron. '¡Que viene el tren!', gritó José Manuel, un chico de 18 años de origen guineano, cuando llegó al otro lado de las vías, ya a salvo, desde el andén.

El aviso llegó tarde. Una multitud de gente quedó atrapada. Y el tren pasó sobre ellos como si fueran muñecos de papel. 'La sangre nos salpicaba y vimos lo que había', explicaba ayer Kiny, también de origen guineano. Lo que había eran 12 cuerpos destrozados y 14 heridos. El grupo de José Manuel y Kiny, unos 20 chicos, estaba a salvo, excepto dos: ¿Dónde están Diego y Eduardo?'. Ni rastro de ellos.

Como las demás víctimas y familiares, Kiny, José Manuel y el resto de la cuadrilla pasaron la noche en el centro cívico de Castelldefels (Barcelona). Pero 12 horas después de los hechos, decidieron dejar el pueblo costero y plantarse en la Ciutat de la Justícia, ante el instituto forense.

'Nadie de nosotros sabe nada', decía Kiny, a ratos enfadado, a ratos hundido. 'Todo el mundo se queja siempre de la Renfe, yo, hoy, me quejo de verdad, no por tonterías'.

Los chicos, que fueron a Castelldefels provistos con comida 'e incluso sábanas para pasar toda la noche en la playa', lamentaban que en la estación 'no hubiese nadie de Prosegur' y que el tren 'no llevase las luces encendidas'. También que el túnel subterráneo 'fuese imposible de ver con toda la gente que había'. '¿Cómo lo íbamos a saber?', lamentaban. Y con todo el cansancio acumulado durante la peor noche de su vida todavía encima, Kiny balanceaba su cuerpo, hacia delante y hacia atrás, y susurrando se iba repitiendo una letanía: '¡Qué mala suerte, qué mala suerte!'. Y de golpe, como si despertarse, lo sobresaltó una idea, un pensamiento de alivio: 'Diego debe de estar por ahí, debe de haber perdido el móvil y cuando lo encontremos nos dirá: ¿Dónde habéis estado?'.