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El espíritu que se perdió la transición

El republicanismo histórico no ha encontrado su huella en la España actual

JUANMA ROMERO

Apenas habían transcurrido tres meses del desenlace de la Guerra Civil. Era 3 de julio de 1939 y Manuel Azaña, con amargura, escribía desde Francia que la República había 'muerto'. Añadía: 'Y en la vida política nada se restaura, pese a las apariencias [...]. La guerra ha aniquilado mi voluntad política. Me ha inscrito en el cuerpo de los inválidos'.

Azaña, presidente del Gobierno de la II República y luego jefe del Estado, moriría un año más tarde en el exilio. No vio cumplirse su profecía. Por delante se extendieron casi 40 años de una brutal dictadura que, con puño de hierro, pulverizó la obra de regeneración democrática que la República había intentado erigir en sus cinco años de vida. Franco la vació, impuso un régimen de partido único, represivo, teñido de rancio catolicismo. La antítesis. El sistema que dejó inválido a Azaña y, a la postre, a la opción republicana.

Es, al cabo, el relato de una 'historia triste', resume Ángel Duarte, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Girona y autor de El otoño de un ideal. El republicanismo histórico español y su declive en el exilio (Alianza Editorial). La historia de la sequía del árbol de la revolución liberal a manos de una dictadura militar, filofascista.

Tal impronta no pudo borrarse. Influyó en la construcción de la España de la transición. Nunca triunfó en las urnas la extrema derecha, pero tampoco se rescató el proyecto del republicanismo histórico. En efecto, 'nada se restaura'. Azaña acertó.

República y republicanismo

Por las rendijas se cuela el primer matiz, la diferencia entre el concepto estrecho, la República la forma de gobierno, y el concepto ancho, el republicanismo. Y éste, explica Duarte, 'es un ideal cívico, un ideal de emancipación para amplias capas de la sociedad española de la década de 1930, que comprendía la conquista de los derechos políticos, la descentralización del Estado, la europeización, el combate a la hegemonía de la Iglesia a través del laicismo'. La remoción del rey abría la puerta a esa 'pretensión de ciudadanía'. Porque la República actuaba de 'negativo fotográfico del universo feudal de la Monarquía', opina Duarte.

La guerra y la dictadura desconectaron de forma abrupta el interior del exilio, que luchó por preservar el legado de la República. En la práctica, sigue Duarte, se produce una 'disociación' entre la memoria de los emigrados a la fuerza y la oposición crecida en el tardofranquismo.

Para Mirta Núñez, experta en la represión del régimen y profesora de la Universidad Complutense de Madrid, la transición no podía obviar los logros de la 'primera experiencia democrática' en España, pero la invocación a la reforma y no a la ruptura impidió la recuperación de un elemento medular de la República: la ética civil, la cultura humanística y laica. 'La población no es analfabeta, es menos autónoma, está alienada, producto de la doctrina del silencio de Franco', dice Núñez.

A la España de hoy, por tanto, le faltan pigmentos republicanos. Duarte lo expone así: 'En el siglo XIX y parte del XX, el ideal republicano se hallaba muy socializado: latía en las familias, en los ateneos, en la prensa. ¿Dónde está hoy?'.

Mario Domínguez, sociólogo de la Complutense, tantea una dureza mayor: 'La sociedad de hoy es más producto del franquismo que de la República. En la década de 1930, había mayor correlación entre la movilización social y la participación en los partidos. Hoy no. Dominaba el sentimiento revolucionario de que los individuos pueden transformar las cosas. Ahora no se demanda cambiar el sistema, sino pactar con él'. Es más, los españoles, en la década de 1970, no eran 'conscientes' del legado de la República, opina: 'Lo tenían en mente las élites, que temían repetir el esquema de división del periodo 1931-1936. Los partidos que invocaron la continuidad republicana fracasaron. Los que la olvidaron [PSOE o PCE], ganaron'.

La primera desilusión

Tampoco habrían podido. En 1977, Adolfo Suárez no autorizó que concurrieran a las elecciones de junio partidos republicanos. 'Y eso fue un mazazo para todos los que lucharon contra Franco', dice Isabelo Herreros, líder de Izquierda Republicana (IR) durante 20 años, hasta 2007. 'Tal rémora nos castigó para siempre. Se blindó a la Monarquía. Vetó la reconstrucción de una fuerza netamente republicana'.

IR languideció. En 1979, las urnas le dieron 55.000 votos. En 2004, tras cinco comicios consecutivos bajo el paraguas de IU, cayó hasta las 17.000 papeletas. En 2008, la debacle: sólo 2.899 sufragios.

La progresión a la baja persigue al conjunto de partidos estrictamente republicanos. Aunque con altibajos, su fuerza se ha encogido desde el 17% de votos de la transición al 7% de hoy. Números discretos, aunque superiores a los de las formaciones de ultraderecha, que tocaron techo en 1979 (2,3%).

Pocos partidos sujetan hoy el patrimonio republicano. IR, Iniciativa per Catalunya Verds, ERC, BNG y, singularmente, IU, pese a que su progenitor, el PCE, asumiera la Monarquía.

Enrique de Santiago, secretario de Relaciones Políticas de IU, explica: 'Se creyó que era la decisión más acertada. El PCE sólo planteó aplazar la reivindicación de la República, no abandonarla'. Por eso la federación quiere realzar ese compromiso en su refundación: 'No perderemos un minuto en cuestionar a don Juan Carlos. Miramos más allá: cómo erigir una sociedad más justa e igualitaria. Conforme avancemos, se hará ineludible que la jefatura del Estado sea ejercida por un civil'.

El tiempo madurará la semilla. Para ganar la guerra, habrá que ganar batallas, coincide el número dos de ICV, Joan Herrera: 'Ser republicano es más que ser antimonárquico. Hay que robar terreno a la Iglesia, pelear por la transparencia de la Corona, vencer tabúes'.

ERC ubica en la década de 1970 el pecado original. 'La Monarquía no está legitimada. ¡El rey juró acatar el Movimiento!', exclama el diputado Joan Tardà. Y sigue: 'La Corona es hoy una empresa de publicidad; nos vendieron gato por liebre. España no será democrática hasta que no sea republicana'.

¿Una derecha sin rey?

Mientras que ERC se define como 'partido republicano y de izquierdas y, en segundo plano, independentista', el BNG prioriza el 'cambio real hacia una estructura federal del Estado', juzga el histórico dirigente Francisco Rodríguez. 'El rey es un vestigio feudal, pero una República puede ser igual de centralista', alega.

¿Y el republicanismo cívico de Zapatero? 'Actualiza el valor del ciudadano comprometido, de la comunidad frente al liberalismo salvaje...', opina Duarte. 'Si se combina con el interés por la memoria, emparenta lejanamente con el republicanismo histórico', dice. Hasta aquí, sólo ha sacado la cabeza la banda izquierda. ¿Por qué no asoma la derecha republicana? 'Las dos repúblicas en España, tan efímeras, rompieron con el orden existente, controlado por las derechas, y como la actual democracia ha sido encabezada por la Monarquía, es lógico que en el imaginario colectivo se crea que la República es sinónimo de izquierda', destaca Carmelo Romero, historiador de la Universidad de Zaragoza.

No hubo tiempo para que la cultura republicana se identificara con el Estado, como en Francia o Italia. 'Aquí la derecha siempre creyó que la Monarquía era consustancial al país', detalla el historiador de la Universidad Autónoma de Barcelona Ferran Gallego. 'El republicanismo es un patrimonio de las izquierdas en nuestro país, pero es que la cultura democrática lo es', apostilla.

El franquismo dejó otro testamento: la extrema derecha, hoy reducida a una galaxia de pequeños partidos sin asiento electoral. '¿Sorprende?', inquiere Mirta Núñez. 'En España la ultraderecha siempre fue minoritaria, no arrastró masas como en Alemania o Italia. Fue el régimen quien agrandó el peso de Falange'. Triunfó la derecha moderada, el PP, que algunos siguen sin ver del todo despegado del franquismo.

La ultraderecha no es una y grande. De un lado, los nostálgicos de Franco, como La Falan-ge de Fernando Cantalapiedra. De otro, 'los guardianes de las esencias joseantonianas', caso de FE de las JONS, cuenta su número dos, Jorge Garrido. En otra órbita, la derecha 'más moderna', xenófoba, 'más transversal y sin lazos con el régimen', como España 2000, ilustra Samuel Azor, uno de sus líderes.

'Esa derecha no me inquieta', apunta Gallego. 'Me interesa la revolución neocon de Sarkozy o de Berlusconi. Y esas posiciones se hallan en el PP, y tal vez en CiU'. Carmelo Romero desconfía asimismo de las cifras: hay una ultraderecha sociológica 'hibernada', deseosa de salir a flote. 'El vientre que engendró fascismos y dictaduras nunca pierde su fecundidad; a lo más paraliza su actividad a la espera de una coyuntura mejor. Una crisis como ésta, por ejemplo'. Nada se restaura, claro, pero sí se recicla.

 

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