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Ser religioso está de moda entre la juventud china

ANDREA RODES

La misa dominical de las nueve de la mañana es la favorita de Yang Zhongmiao. Este estudiante pequinés de 23 años madruga para llegar puntual y coger un buen sitio en la iglesia protestante de Haidian, en el distrito universitario de la capital china. Desde los bancos de la última fila es difícil leer los salmos proyectados en chino sobre una pantalla gigante y ver lo que sucede en el altar. En un país marcado por el ateísmo comunista y el capitalismo salvaje, ser religioso está de moda.“Los cuatro servicios dominicales están siempre llenos”, explica Jessica, pastora de 25 años, en la iglesia de Haidian. Una de sus tareas es evitar que el millar de asistentes colapse la entrada. “Mantengan la iglesia limpia”, “No escupan” son algunos de los avisos que pueden leerse en la pantalla digital del vestíbulo donde se aglomeran los fieles antes de que empiece la misa siguiente. “Más de un 70% de los feligreses son jóvenes”, anunció en julio el pastor de la iglesia de Haidian Wu Weiqing. “Aunque algunos vienen sólo para visitar el edificio”, se lamenta Jessica. Sólo hace cinco meses que se inauguró esta moderna estructura de cubos blancos superpuestos sobre una cruz gigante en el corazón del Silicon Valley, como se conoce el distrito universitario, donde se han establecido las grandes empresas tecnológicas. “Los jóvenes chinos ven el cristianismo como un símbolo moderno y cosmopolita”, explica Fenggang Yang, profesor de la norteamericana Universidad Purdue de West Lafayette. Para Fenggang, el cristianismo aporta paz y seguridad para afrontar las salvajes fuerzas de mercado, que han dejado a la juventud china sin una moral a la que aferrarse.

Símbolo de modernidad
Yang descubrió el cristianismo hace dos años, cuando una amiga de la universidad le regaló una Biblia por su cumpleaños. “Antes de convertirme sentía que mi alma estaba vacía”, explica Yang, quien fue a misa vestido con una camiseta surfera y unos tejanos rajados a la altura de la rodilla. Según el profesor Fenggang, ir a un McDonald’s o unirse a la fe cristiana son actos parecidos: reflejan la idea de progreso, liberación y universalidad que el urbanita chino vincula con la cultura occidental.  
 Cada Nochebuena, cientos de jóvenes se reúnen para rezar en la catedral jesuita de San José y después salen a bailar, comprar regalos o a cenar.  “Al tratarse de una tradición extranjera, las Navidades se liberan del marco familiar, político y universitario que condicionan las festividades nacionales” observa Zhe Ji, profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París. Según Zhe, las Navidades son el primer contacto de los jóvenes con la religión. Al contrario de lo que sucede en Occidente, la familia no condiciona las creencias de los jóvenes. “No he dicho a mis padres que me convertí al cristianismo porque son comunistas”, explica Yang. El Partido Comunista exige a sus miembros que sean ateos.
La revista londinense Christianity Today estimó que 200.000 chinos se convierten cada año al cristianismo, en su mayoría a corrientes protestantes. “La estructura jerarquizada de la Iglesia Católica y la tensión política entre el Vaticano y el Gobierno chino frenan la conversión al catolicismo”, opina Fenggang. Estudios universitarios sugieren que en China existen 300 millones de creyentes y no los 100 millones que aseguran las cifras oficiales.

Persecución oficial
Yang decidió unirse a la iglesia calvinista, pero no quiere contar nada sobre su formación religiosa con una misionera surcoreana. La evangelización por libre está perseguida por el Gobierno chino y Pekín ha aumentado recientemente el control sobre los agentes inmobiliarios que alquilan locales para actividades religiosas no registradas.
“De mayor quiero ser monja”, explica Liu MiaoChen, una pequinesa de 14 años en el templo budista de Tianning, restaurado con fondos públicos. Según Fenggang, el Gobierno ha dado más libertad al budismo y al taoísmo porque se consideran “religiones nacionales”. “El budismo ayuda a mantener puros nuestros corazones”, dice Liu. Puede que su devoción espiritual sea una excepción. En China, el budismo se ha convertido en un pretexto para promocionar los valores nacionales. “Los monjes budistas aparecen como protagonistas de películas épicas y filmes patrióticos” observa Zhe.
“Algunos de mis compañeros de clase se convirtieron al budismo porque está de moda llevar brazaletes budistas”, critica Yang. Un chico vestido con una camisa rosa de marca y unas gafas de sol último modelo se entretiene observando estatuillas de jade de Budas sonrientes y pulseras de sándalo en la tienda del templo taoísta de Baiyun.
Con 734.000 nuevos afiliados universitarios en 2005, el Partido Comunista también compite para llenar el vacío espiritual de la juventud china. El presidente Hu Jintao insiste en la importancia de los nuevos valores para conseguir una “sociedad armoniosa”. Aparte de ser ateos y demostrar sus conocimientos de la doctrina marxista, a los candidatos a entrar en el Partido se les valora por sus “buenas acciones”.  D

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