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Israel cumple 60 años

El Estado judío celebra el aniversario de su creación lleno de contradicciones e inmerso en su burbuja

EUGENIO GARCIA GASCÓN

Los israelíes judíos creen que es un milagro que su Estado se haya sostenido durante 60 años y están dispuestos a que viva otros 60. Su incontestable potencia militar les garantiza el presente y el futuro sin que ningún país de la zona, incluido Irán, represente una amenaza vital para su existencia.

Desde el 14 de mayo de 1948, Israel se ha transformado de un país espartano en uno con una economía boyante reconocido erróneamente por Occidente como un baluarte occidental en el océano de fundamentalismo e inestabilidad con que se caracteriza al mundo árabe.

Israel, sin embargo, es un Estado lleno de contradicciones, donde la religión y el nacionalismo viven en estado puro y cada vez son más decisivos. Un país donde ser judío -y lo son tres cuartas partes de sus siete millones de habitantes- te abre todas las puertas, mientras que no serlo te las cierra, y donde la corriente mayoritaria ahoga y margina con saña cualquier disidencia.

Una buena señal de los últimos años es la irrupción de la nueva historiografía israelí, una historia objetiva que no es compatible con la que se ha escrito hasta ahora. En total, los nuevos historiadores apenas han publicado una decena de libros, frente a los millares que forman el bagaje de la historiografía sionista tradicional, basada en la omisión, cuando no directamente en la mentira.

La guerra entre unos y otros es enconada y no se ahorran odios, aunque en Israel la nueva historiografía no tiene muy buena entrada y en los colegios se siguen enseñando los mismos temas y enfoques que aplicó el primer sionismo.

Recientemente, la ministra de Cultura trató de introducir en el currículo escolar el concepto de naqba, que significa 'desastre nacional' y es la palabra que los palestinos utilizan para referirse a la tragedia de 1948. El escándalo fue de tal envergadura que la ministra tuvo que dar marcha atrás.

Tal vez a algunos les pueda parecer irónica la nula sensibilidad del sionismo respecto a los palestinos, máxime si se tiene en cuenta que este mismo sionismo presiona a Occidente para que se enseñe más y más el Holocausto en los colegios y universidades de todo el mundo.

El último volumen de la serie de los nuevos historiadores, recién traducido al español, es La limpieza étnica de Palestina. Su autor, Ilan Pappe, fue profesor de la Universidad de Haifa hasta el año pasado, cuando se marchó al Reino Unido. En Israel le hacían la vida imposible y Pappe se tomó en serio las amenazas. Cuando iba a la cafetería de la universidad todo el mundo se levantaba y la abandonaba como si de un apestado se tratara.

La sociedad israelí judía es diversa en cuanto a la enorme influencia de la religión y el sionismo, pero al mismo tiempo es compacta y apenas presenta algunas pequeñas grietas que no amenazan la sólida estructura de un Estado extrañamente variado y uniforme al mismo tiempo.

El israelí medio es un judío cuya vida está marcada por la religión y el sionismo desde que nace hasta que se muere. La máxima latina 'Soy hombre y nada humano me es ajeno' se ha adaptado en Israel a 'soy judío y nada judío me es ajeno'. Lo demás le importa muy poco.

Un buen ejemplo es que la prensa hebrea apenas da noticias del extranjero. Y no digamos la televisión. El diario de mayor difusión, el Yediot Ahronot, que se vende bastante más que todo el resto de la prensa junta, rara vez da una noticia internacional. Y, cuando la da, suele ser de la guisa de: 'Madonna practica la cábala' o '¿Se ha convertido Madonna al judaísmo?'. 'Michael Jackson es un antisemita' o 'Crece el antisemitismo en el mundo' son otros ejemplos. Se puede generalizar sin riesgo de errar que los israelíes viven encerrados a cal y canto en una burbuja judía, en un gueto sionista impermeable.

Es cierto que en ocasiones, de vez en cuando, se produce alguna disidencia, como cuando un pequeño grupo de soldados denuncia los abusos que el Ejército practica con los palestinos, o cuando ocho o diez personas, no más, se manifiestan delante de la residencia del primer ministro. Son acciones solitarias que tienen alguna repercusión en el extranjero porque la prensa tiene que escribir de algo. Pero su incidencia en Israel es nula. 

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