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La sombra de otras primarias

El 40 aniversario del asesinato de Robert Kennedy irrumpe en la campaña demócrata. 

ISABEL PIQUER

Hace 40 años, Robert Kennedy moría asesinado en un hotel de Los Ángeles tras ganar las primarias demócratas de California. Las balas de un militante palestino desequilibrado interrumpieron lo que parecía una carrera imparable aunque tortuosa hacia la Casa Blanca, siguiendo los pasos de JFK.

El aniversario ha disparado las inevitables comparaciones con las elecciones de este año, que un desafortunado comentario de Hillary Clinton y la reciente enfermedad del último de los hermanos, Ted, han ayudado a reavivar.

Kennedy acaba de pronunciar su discurso de victoria en el hotel Ambassador. Ya de camino hacia la salida, estaba saludando a Juan Romero, uno de los mexicanos que trabajaba en la cocina, cuando se oyeron tres disparos y el candidato cayó al suelo.

'Allí estaba, a los pies del frigorífico, con los ojos abiertos y una especie de sonrisa de aceptación como si hubiera sabido todo el tiempo que todo terminaría así', recordó en un reciente artículo Pete Hamill, testigo presencial, ex colaborador y uno de los decanos de la prensa neoyorquina.

Murió 26 horas más tarde, un 6 de junio, dos meses y dos días después de Martin Luther King. El asesino resultó ser inmigrante palestino, Sihran Bishara Sihran, que tiene ahora 64 años y sigue cumpliendo cadena perpetua en la prisión californiana de Corcoran. Sihran odiaba a Kennedy por respaldar a Israel en la Guerra de los Seis Días un año antes.

El aniversario ha traído su dosis de nostalgia. Primero porque a los periodistas nos gustan las cifras redondas para los artículos-aniversario; luego porque la intensidad de estas primarias ha alimentado las referencias al pasado; pero sobre todo porque los estadounidenses tienen la impresión de vivir un momento histórico que sólo pueden calibrar recordando otros eventos bisagra de su reciente narrativa.

'Cada cuatro años los demócratas intentan transformar a uno de los suyos en un Kennedy, casi siempre con resultados decepcionantes', comentaba al inicio de las primarias, el articulista del New York Times, Matt Bai, 'Algunas veces es por su 'vigor juvenil' como Gary Hart y Bill Clinton.

Otras, por sus discursos contra la guerra (Howard Dean), su pureza ideológica (Bill Bradley) o sólo por tener el pelo adecuado y el acento perfecto (John Kerry). Hay algo enfermizo en los recuerdos de cierta generación, porque obliga a los demócratas a mirar hacia el pasado, en vez de centrarse en una visión más moderna y relevante de lo que el Gobierno podría hacer'.

Los paralelismos se cruzaron cuando hace una semana Hillary Clinton, para justificar su permanencia en las primarias, recordó que Kennedy seguía compitiendo por la candidatura en junio, comentario que muchos achacaron a un lapsus freudiano sobre el destino de su rival.

'Inmediatamente, algunos tomaron mis declaraciones fuera de contexto y les dieron un sentido completamente distinto y totalmente impensable', dijo Clinton en una larga explicación al diario Daily News.

Pero la metedura de pata tocó una fibra sensible. Una encuesta de la cadena ABC desvelaba en marzo pasado que el 60% de los estadounidenses temían por la seguridad de Barack Obama, una cifra que llegaba al 80% entre los afroamericanos. Es una preocupación real: el senador por Illinois es el candidato que más pronto ha gozado la protección del servicio secreto. Los hombres del pinganillo en la oreja le siguen desde mayo del año pasado.

'No pienso en eso todos los días', comentaba hace unos meses el candidato, 'tomé la decisión de competir y creo que todo el que lo hace, sabe que hay ciertos riesgos, como en todo'. Y sobre el asesinato de Kennedy. 'Obviamente fue un trauma nacional. Pero ni Bobby Kennedy ni Martin Luther King tenía protección del Servicio Secreto'.

Antes del asesinato está la dimisión. La reciente enfermedad de Ted Kennedy, que hace unas semanas fue diagnosticado con un cáncer cerebral, ha abierto también la puerta del pasado. Tras perder las primarias demócratas frente a Jimmy Carter en 1980, Kennedy, con 48 años volvió al Senado para transformarse en una de sus referencias, una figura venerable y venerada. Muchos piensan que podría ser una salida honorable para Clinton.

De la historia también se puede aprender algo. Los comentaristas y políticos más veteranos recuerdan que las luchas fratricidas entre demócratas solían ser bastante más sangrientas y que el enfrentamiento Obama-Clinton es muy civilizado comparado con otras épocas. Los riesgos de autoinmolación sin embargo, permanecen.

'Últimamente me han atormentado los recuerdos', decía en un artículo George McGovern, el candidato demócrata que perdió ante Richard Nixon en 1972.

'En 1968, nosotros los demócratas entregamos las elecciones a los republicanos al dividir nuestro voto sobre el tema de la guerra de Vietnam. Creo que nuestras rencillas nos costaron la oportunidad de evitar que Richard Nixon, que por aquel entonces llevaba ocho años apartado de la política, se convirtiese en presidente', escribió. Más claro, el agua.

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