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Los trabajadores sin papeles plantan cara a Sarkozy

Unos mil extracomunitarios en huelga rechazan la política de inmigración francesa. Al Gobierno no le queda más remedio que empezar a hacer unas regularizaciones que se negaba a hacer

ANDRES PÉREZ

Un aroma delicioso de yassa, un plato africano, sale de un fast-food de los Campos Elíseos de París. No es una escena del diálogo de civilizaciones protagonizado por una hamburguesa y un pollo. Simplemente, ha llegado la hora de la comida para 13 trabajadores sin papeles en huelga en este establecimiento de la cadena Quick. Los trece huelguistas originarios de Mali devoran golosos sus abundantes platos tradicionales, al lado de turistas americanos alucinados frente a su triste hamburguesa a precio de oro.

En la otra punta de París, el ministro francés de Identidad Nacional, Brice Hortefeux, podría llevarse el mismo susto si pasara por delante del muy popular restaurante Chez Papa de la rue Lafayette. En lugar de salir efluvios del célebre cassoulet de esta mesa popular, especializada en platos tradicionales del sur de Francia, los aromas son hoy de especias africanas. Y es que uno de los principales chefs de Chez Papa es Issaga, senegalés sin papeles, también en huelga. El mismo chef que deleita a diario a cientos de parisinos con platos tradicionales franceses, ahora deleita a sus 38 camaradas en este combate.

Como el Quick de los Campos Elíseos o el Chez Papa de la rue Lafayette, unos cincuenta establecimientos de la región de París, buena parte de ellos restaurantes, siguen con protestas y ocupados desde el 15 de abril pasado por trabajadores extracomunitarios que, desde hace años, van al trabajo cada día, cotizan, pagan impuestos y llevan a sus hijos a la escuela. Y todo ello pese a que, en cualquier momento, un control de la Policía puede llevarlos a un centro de retención y a una expulsión.

Se trata de un movimiento nunca antes vivido en este país. Una protesta con la que los sin papeles, los Sans’Pap’, están consiguiendo salir a la luz. Gesta mayor, tal como está el patio. Que se hable de ellos no como clandestinos, irregulares, ilegales, vagos y toda esa retahíla de tópicos banalizada en este país. Han conseguido que se hable de ellos en su calidad de trabajadores privados de papeles cuya contribución es indispensable a la economía francesa.

La acción reúne a casi mil Sans’Pap’, según el sindicato CGT y la asociación Droits Devant!, que coordinan el movimiento. De momento, ya han conseguido que las prefecturas acepten a tramitación la práctica totalidad de sus dossieres para la regularización de permisos de residencia. Todo un éxito sin otro precedentes en Sarkolandia.

Según la CGT, “ya ha habido 350 regularizaciones en París y su región”, y el movimiento va in crescendo. A las 1.000 demandas ya presentadas, van a sumarse en breve otras 400, y 1.000 más esperan obtener luz verde.
El Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional, por su parte, sólo reconoce hasta el momento 260 regularizaciones y prefiere hablar poco del tema, porque tiene todas las de perder con esta acción colectiva.

Con las últimas leyes, de 2006 y 2007, endureciendo las condiciones de residencia y de trabajo de los extracomunitarios, Sarkozy creía haber dado satisfacción a su electorado xenófobo y, al mismo tiempo, haber puesto orden en una Francia juzgada  “laxa con la inmigración”.

En realidad, como Francia es un país donde seguir comiendo cassoulet a precio asequible sólo es posible gracias a buenos chefs senegaleses, esas leyes metieron al aparato productivo en un lío mayúsculo. Muchos empresarios, hasta entonces contentos de recurrir a la mano de obra barata Sans’Pap’, prefirieron empezar a exigir papeles –aunque fueran falsos– o despedirlos a partir de febrero de 2008.

Todo podría haber funcionado como una purga silenciosa, un blanqueo sin ruido de la mano de obra. No contaban con que muchos Sans’Pap’, al ver venir el toro, se habían afiliado a la CGT, contactado a Droits Devant! y preparado la movilización.

Bastó el ejemplo de la regularización, en febrero, en un sólo restaurante. El selectísimo La Grande Armée, donde las élites parisinas no podían soportar el follón montado por ocho Sans’Pap’ cocineros y friegaplatos, consiguió de las autoridades una regularización para poder volver a funcionar. La mecha prendió en seguida. Mil Sans’Pap’ en acción a la luz del día. Mejor la huelga que ser despedido, volver a la clandestinidad total y ser expulsado como las 25.000 personas deportadas en 2007.

Issaga, el chef de Chez Papa, sonríe. Dos meses sin sueldo, una huelga todavía no definitivamente ganada, pero este grandullón senegalés ya sonríe. “Con sus leyes, el Gobierno dijo que quería dar una patada en el hormiguero. Estoy seguro de que ahora se arrepiente de tanta patada”, dice.

“Es muy duro ver la televisión, y ver cómo hablan. Que si hay que levantarse temprano, que si salimos muy caros a la Seguridad Social... Sabemos que hablan de nosotros. Y nosotros trabajando, cotizando y, hasta ahora, sin poder replicar”, explica. “A partir de ahora, replicamos. Y no somos más que la punta del iceberg”, lanza como un guiño.

Atrapado por la incoherencia económica de su propuesta de cerrojazo, Nicolas Sarkozy se enfrenta ahora a la extensión probable del movimiento de asalariados Sans’Pap’:

Puestos ante la disyuntiva brutal de defenderse en su puesto de trabajo o ser expulsados, los extracomunitarios optan cada vez más por la primera opción. Todo un fracaso para la que fuera bautizada Derecha Cassoulet.

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