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La izquierda francesa consuma su ruptura

Socialistas, comunistas y verdes de progreso intentan hacer frente al empuje del joven y popular dirigente neotrotskista Olivier Besancenot

ANDRÉS PÉREZ

La izquierda francesa es la más compleja del planeta por su capacidad de gobernar y, al mismo tiempo, cuestionar las bases del capitalismo global. Ayer, esa izquierda legendaria desde hace dos siglos vivió un cisma histórico. Socialistas, Comunistas y Verdes sellaron un pacto para una alternativa de gobierno, y cerraron la puerta a la estrella ascendente del trotskismo, el joven cartero Olivier Besancenot.

La Fiesta de l'Humanité, en la periferia norte de París, fue el lugar propicio para la puesta en escena de la ruptura entre las dos izquierdas versión 2008.

El foro festivo del periódico fundado hace un siglo por Jean Jaurès, una referencia tanto para los reformistas como para los revolucionarios, acogía a todas las corrientes de la izquierda.Pero esta vez, los líderes del Partido Socialista (PS), del Partido Comunista Francés (PCF) y de los Verdes, decidieron dejar a un lado a los invitados de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), la corriente más influyente del trotskismo, una ideología que en Francia logra con regularidad el 10% de los votos, indispensables para poder vencer a la derecha.Marie-Georges Buffet, por el PCF, François Hollande, por el PS, y Cécile Duflot, por los Verdes de progreso, firmaron un protocolo para poner en marcha un 'proyecto común' alternativo al presidente francés Nicolas Sarkozy.

La iniciativa recuerda los primeros pasos adoptados en 1996 por el socialista Lionel Jospin, el comunista Robert Hue y la verde Dominique Voynet para edificar una 'izquierda plural'. Izquierda plural que efectivamente ganó en 1998 de manera aplastante una elecciones legislativas y efectivamente aprobó leyes que cambiaron la vida de los franceses a contracorriente de la globalización liberal, como por ejemplo la semana laboral de 35 horas.

El panorama ahora es muy distinto, porque toda esa izquierda, llamada izquierda de gobierno, tiene un rival de peso. Besancenot está consiguiendo una popularidadfuera de lo común para un trotskista y tiene un proyecto que ensancha las fronteras de las alternativas revolucionarias: se trata del proyecto de Nuevo Partido Anticapitalista (NPA).

Besancenot representa algo nuevo en la política. Cuestiona radicalmente las opciones reformistas de comunistas, socialistas y verdes, pero sin caer en la tentación de la marginalidad.

Acepta la legitimidad de las elecciones, acepta que su partido tenga ediles y rompe así con la tradición de su movimiento, simbolizada por el divertido eslogan de su predecesor, el sesentayochero Alain Krivine, que dijo: 'Elections: Piège à Cons!' ('¡Elecciones: trampa para gilipollas!').

El PS llevaba varios meses haciendo como si el Nuevo Partido Anticapitalista no existiera. Como si estos revoltosos herederos del trotskismo no fueran más que la prueba de una exasperación social que, de todas formas, llegado el momento, acabará votando al Partido Socialista.

 El joven Olivier Besancenot, la nueva figura ascendente de la izquierda contestataria francesa, es un individuo difícil de catalogar por el desfase inmenso de su recorrido político.

Por un lado, se le ve constantemente del lado de la gente que sufre, por el empleo, por los papeles, o por el techo. De otro, se le ve mucho en los platós de programas de gran audiencia, en cadenas de televisión privadas de derecha ligadas al gran capital.

Nacido en 1974 cerca de París ha hecho estallar los límites clásicos de un partido de extrema izquierda. Se gana la vida distribuyendo correo en un arrabal rico de París, Neuilly-Sur-Seine, que fuera feudo de Nicolas Sarkozy.

Titular de un pequeño diploma de historia de la universidad de Nanterre, empezó a militar en ese centro y luego en SOS Racismo, antes de empezar a figurar en sindicatos y en la Liga Comunista Revolucionaria (LCR).

Apadrinado por el histórico Alain Krivine, fue portavoz de la LCR y candidato a las presidenciales de 2002 y 2007. Su estilo funciona. Jóvenes franceses que nunca han ido a una manifestación ni han movido un pelo por un sin papeles se creen auténticos Ché Guevaras porque lo miran en la tele soltando frases. Es el llamado 'nuevo radicalismo' en este país.

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