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Obama, con los pies en la tierra

Una infancia complicada por el aventurerismo de sus progenitores convirtió a Barack Obama en un hombre centrado y concienzudo

ISABEL PIQUER

No era todavía Barack. Por aquel entonces le llamaban Barry. Sonaba más americano. Tenía 10 años, vivía en Honolulu con su madre, su hermanastra y sus abuelos y se preparaba a vivir el día más importante de su incipiente vida: iba a conocer a su padre, esa figura lejana que le había abandonado siendo muy chico, el estudiante keniata que había preferido Harvard a su propio hijo.

La familia le fue preparando para el encuentro. 'Mi madre me dijo que la tribu de mi padre, los Luo, venía del Nilo, y que habían emigrado a Kenia desde las orillas del río más grande del mundo', cuenta Obama en su autobiografía novelada, Los sueños de mi padre. 'Tuve visiones de pirámides y faraones, de Nefertiti y Cleopatra', añade.

Barack Obama senior llegó finalmente. Era invierno de 1971, poco antes de Navidad. 'Cuando los adultos empezaron a hablar, le observé atentamente. Era mucho más delgado de lo que me esperaba. Tenía un bastón de marfil. Llevaba un blazer azul , una camisa blanca.

(...) Sus ojos eran algo amarillos, como alguien que ha padecido malaria más de una vez', recuerda Obama en su biografía. 'Cuando hablaba -su voz grave y segura, encantadora y alegre- la familia escuchaba. (...) Me fascinaba ese extraño poder'.

Son datos repetidos una y otra vez. Padre de Kenia, madre de Arkansas. En el transcurso de la campaña, los padres de Obama se han convertido en la versión condensada de una realidad más compleja y, como suele pasar en estos casos, más interesante. Ann Stanley Dunham Soetoro, que murió de cáncer de ovarios en 1995 a la edad de 53 años, y Barack

Hussein Obama senior, fallecido en un accidente de coche en Kenia en 1982, eran personas fuera de la común e influyeron profundamente en Obama, aunque ninguno vivió lo suficiente para ser testigo del increíble destino de su hijo.

La vida de Obama es en muchos aspectos la antítesis de los sueños aventureros de sus padres: echar raíces en un Middle West, que su madre había abandonado por parajes más exóticos; rechazar su herencia mixta y anclarse en la historia afroamericana que no era la suya; amoldarse a la religión de un pastor airado.

'Es un poco complicado buscar una narrativa coherente en la vida de las personas. A veces los periodistas quieren recomponer el pasado como si fuera un rompecabezas que encaje perfectamente y no siempre es posible', decía hace unos meses a Público Judson Miner, el socio del bufete de abogados de Chicago para el que Obama trabajó más diez años a principios de los años noventa. La familia no aporta todos los elementos, pero sí algunos.

El estudiante recién graduado encontró por primera vez su identidad en las zonas pobres de Chicago y en Hyde Park, el barrio donde pasará estos meses antes de instalarse en la Casa Blanca. Aquí se estableció tras graduarse brillantemente en Harvard. Fue donde besó por primera vez a su futura esposa, Michelle Robinson (delante de la heladería Baskin-Robbins, que ya no existe); donde empezaron a vivir de recién casados, y es parte del distrito que representó durante ocho años como senador local y donde, con la ayuda de un especulador inmobiliario, Tony Rezko, compró hace tres años una mansión, por millón y medio de dólares, y se metió en un lío (del que por cierto ha salido indemne).

Y es, sobre todo, el lugar que primero vio la coalición de liberales blancos adinerados y políticos progresistas negros que le han llevado al poder. 'Barack tenía todas las herramientas del éxito. Conoció a mucha gente, hizo muchos contactos. En aquel momento era alguien muy buscado y supo aprovecharlo', decía Miner. 'Barack es alguien de sustancia que aprende muy rápido y sabe integrar esos conocimientos'.

Miner, que trabajó durante un tiempo para el único alcalde negro de Chicago, Harold Washington, introdujo a Obama en los ambientes políticos locales. El otro lazarillo del candidato en los complicados tejemanejes de la ciudad fue su propia esposa, Michelle, que estudió en el mismo colegio que una de las hijas del reverendo Jesse Jackson, el único antecedente afroamericano serio en buscar la presidencia.

Estilizada y elegante, Michelle Robinson (17 de enero de 1964) es, como repite el candidato, la 'roca' de la familia. Obama la conoció cuando, estudiando en Harvard, hizo unas prácticas en un prestigioso bufete de abogados de Chicago. Al principio ella se resistió a salir con un compañero de oficina pero él la cortejó hasta vencerla. Y se casaron en 1992.

Michelle, criada en una familia de clase media en el barrio sur de Chicago, es una luchadora nata. Lo aprendió de su padre, empleado municipal, aquejado de esclerosis múltiple, y quien, pese a su enfermedad, acudía todos los días a trabajar. 'Siempre tenéis que actuar como si estuviérais con dos puntos de desventaja, eso os dará fuerza por la mañana', decía la futura primera dama hace unos meses a unos simpatizantes de Austin durante las primarias de Texas.

El matrimonio Obama busca ahora escuela en Washington para sus dos hijas: Sasha, de 7 años, y Malía, que tiene 10. 'Son lo primero en lo que pienso al levantarme y lo último en acostarme', decía Michelle en su discurso durante la convención demócrata. La semana pasada, el presidente electo, rodeado del cada vez más estricto dispositivo del Servicio Secreto, visitó personalmente a los profesores de sus hijas para hablar de sus notas y del futuro traslado.

En la medida en la que cada uno tiene que lidiar con las circunstancias y el legado de su nacimiento -en otras palabras, sobrevivir a su infancia-, los preámbulos de la vida de Obama aportan ciertas claves sobre su carácter y las primeras experiencias que formaron al hombre que el próximo 20 de enero se hará cargo de la hiperpotencia mundial.

'La ausencia de mi padre fue muy complicada', confiesa Obama a David Mendel, el periodista del Chicago Tribune, en su biografía (Obama: From Promise to Power). 'Es un hombre que saltó del siglo XVIII al XX en tan sólo unos años. Pasó de ocuparse de sus cabras en un pequeño pueblo en África, a conseguir una beca para la Universidad de Hawai, y de ahí a Harvard. Ocupó varios puestos en el Gobierno, pero luego, trágicamente, se destruyó; aunque quizá sea una palabra demasiado fuerte. Pero fue alguien que nunca llegó realizar su potencial por problemas de tribalismo, de nepotismo en la política de Kenia. (...) Era un tipo brillante pero su vida era un lío. Tuvo hijos con distintas madres y una carrera política que no llegó a ninguna parte'.

Cuando Stanley Ann Dunham (la llamaron Stanley porque su padre quería un varón) se casó con Obama padre en febrero de 1961, tenía 18 años, estaba embarazada de tres meses, y los matrimonios mixtos estaban prohibidos en 22 estados del país.

Barack Obama senior, dicen los que le conocieron, era un hombre carismático. 'Un intelectual en todo el sentido de la palabra', recuerda el congresista por Hawai y amigo del entonces estudiante, Neil Abercrombie, en las páginas del Washington Post. 'Era el sol y todos las planetas giraban a su alrededor'.

El pequeño Obama nació el 4 de agosto de 1961. El matrimonio no duró mucho. En 1963, el estudiante africano se marchó a Harvard a estudiar, también con otra beca, y ya no volvió. En enero de 1964, su mujer pidió el divorcio.

En 1987, en su primer viaje a Kenia, el candidato descubrió en la vida de su padre una sucesión de ambiciones frustradas, un puzzle vital de cuatro matrimonios (volvió de Harvard a África con otra estadounidense con la que tuvo dos hijos de los que nunca se habla) y, hacia el final, una cierta afición a la bebida.

Ann no se quedó mucho en Hawai. Al poco tiempo se casó con un estudiante indonesio, Lolo Soetero, y se mudó a Yakarta en 1966 con su pequeño Barry. Ahí tuvo a Maya, que sí ha estado presente en la campaña hablando de su hermano.

Preocupada con la idea de que su hijo perdiera contacto con la cultura estadounidense, Ann se despertaba a las cuatro de la mañana para darle clases de lengua. Le enseñaba discursos de Martin Luther King y le compraba discos de gospel de Mahalia Jackson. El matrimonio con Soetero tampoco duró mucho, y a principios de los setenta, Ann estaba de vuelta en casa de sus padres.

Volvió a la universidad a estudiar antropología, pasión en la que encauzó su vida. Fueron momentos difíciles en la familia y el dinero no sobraba. Después de tres años, Ann decidió regresar a Indonesia. Obama, que por fin había encontrado un amago de estabilidad, decidió quedarse en Hawai para terminar el colegio. Fue una separación difícil para ambos.

Ann, romántica e inquieta, siempre estaba preocupada por los demás, por influir en vidas ajenas y mejorarlas. 'Pensaba que arriesgándose en territorios inexplorados, uno podía encontrar algo que en un sólo instante pudiera definir el núcleo de tu personalidad', dice Maya Soetero-Ng, quien vivió con ella todos esos años, en una entrevista a la prensa estadounidense. 'Era su filosofía de vida. No dejarse limitar por el miedo y por las definiciones restrictivas, no construir muros, y encontrar bondad y belleza en los sitios más inesperados'.

En otoño de 1994, se le detectó un cáncer de ovarios y decidió volver a Hawai. Murió un año más tarde, cuando su hijo se afanaba en su primera campaña electoral, para llegar al Senado de Illinois. Obama ha contado muchas veces lo mucho que lamentó no estar a su lado.

El pasado 2 de noviembre, su abuela, Madely Dunham, otra mujer de armas tomar, el único vínculo que le quedaba con su infancia, murió de cáncer a los 86 años, dos día antes de la increíble noche electoral. En diciembre, el presidente electo pasará unos días de descanso en Hawai, como suele hacer cada año. Los aprovechará para visitar la tumba de Madely y la costa sur de Oahu, donde esparció las cenizas de su madre para que el viento se las llevara de vuelta a Indonesia.

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