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Ahmadineyad o la agitación como política

Su táctica populista de dar subsidios le ha ganado el favor de los necesitados

ÓSCAR ABOU-KASSEM

A Mahmud Ahmadineyad (Aradan, Irán, 1956) le encanta hablar del regreso redentor del Mahdi, la figura del duodécimo imán que, según los chiíes, volverá para acabar con el mal en la Tierra. Los asesores de Ahmadineyad, licenciado en ingeniería, aseguran que tiene unos planos preparados de una autopista y un punto de recepción para la llegada del Mahdi a Teherán.

Sin ser un clérigo, como la mayoría de sus predecesores, el que fue alcalde de Teherán entre 2003 y 2005 ha logrado superar en conservadurismo político y social a los anteriores presidentes de la República Islámica. Ya demostró durante su paso por la universidad en los 90 cómo le gustaba organizar represiones contra los estudiantes que reclamaban más libertades.

Los avances de unos han supuesto el retroceso del resto en sus primeros cuatro años de mandato. Ahmadineyad ha hipotecado gran parte de los ingresos generados por los altos precios del petróleo en los últimos años en subsidios y ayudas a los más necesitados, además de acelerar el programa nuclear iraní. Un plan que ha provocado sanciones por parte de la comunidad internacional y la desaceleración de la economía iraní.

Una inflación que sube cada día, en torno al 20% anual, y un desempleo estimado del 30% han provocado el descontento de los empresarios y las clases medias. Pero Ahmadineyad se ha trabajado bien el Irán profundo viajando dos veces a cada una de las 30 provincias de país.

En su política exterior ha desarrollado una diplomacia basada en la provocación y en hacerse amigo de todos los enemigos de Estados Unidos. Su negacionismo del Holocausto, unido a su programa nuclear, ha provocado que Israel le sitúe como la principal amenaza para su existencia.

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