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La doble moral de Berlusconi

El estilo de vida del primer ministro italiano contrasta con las leyes que impulsa

SANDRA BUXADERAS

El día en que Silvio Berlusconi despertó supuestamente con la acompañante de lujo Patrizia DAddario a su lado según ha contado ella a la prensa y a la Fiscalía de Bari, aunque él afirma que todo es 'basura', se cumplía un mes de un alegato muy duro del primer ministro contra la prostitución. El 5 de octubre de 2008, Il Cavaliere aseguraba que urgía aprobar la norma que endurece la persecución contra prostitutas y clientes.

Aun si todo fuera una invención de la mujer o un complot, como dice el primer ministro es cada día más evidente que el estilo de vida que Berlusconi se reserva para sí mismo no concuerda con lo que predica para el resto de italianos, ni con lo que trata de imponerles por ley. Lo constatan los obispos, que en dos ocasiones han mostrado su disgusto con sus incoherencias en su diario, Avvenire. Y eso que, a la hora de legislar, Il Cavaliere no les ha dado ningún disgusto.

El Gobierno ha llevado al Parlamento normas como la de la prostitución, impulsada por la ministra Mara Carfagna, la ex modelo a quien Berlusconi hizo la corte hasta el punto de hacer estallar a su hasta entonces discreta mujer, Veronica Lario. En cambio, la ley de parejas de hecho presentada en la legislatura anterior duerme el sueño de los justos.

En su Gobierno anterior, Berlusconi mantuvo en su cargo al ministro Mirko Tremaglia después de haber llamado 'maricones' a los diputados del Parlamento Europeo que impidieron que llegara a ser eurocomisario otro ministro que calificó la homosexualidad de 'pecado'.

El primer ministro se erige en defensor de la familia tradicional, pero él está divorciado, y tuvo los hijos de su segunda mujer todavía casado con la primera. Lario le acusa de comportarse como un emperador que disfruta rodeado de un cúmulo de jovencitas, algunas 'menores de edad' y acusa a los padres de la chicas de 'entregar las vírgenes al dragón'.

Su vida personal no casa con la tradición pero, de cara a la galería, Il Cavaliere se presenta como un católico obediente. Se ha mostrado compungido porque la Iglesia no le deja comulgar por ser divorciado. Y pese a haber invitado a decenas de chicas a su mansión de Cerdeña, que hacen topless en su piscina, Berlusconi se atrevió a velar el pecho de una figura femenina del célebre pintor Tiepolo situada en una pared de su despacho para que no saliera por televisión en todas sus conferencias.

Hasta ahora, el juego le funcionaba. La Iglesia italiana se lo permitía todo mientras Berlusconi guardaba las apariencias. Pero ahora le ha dicho basta. Berlusconi, acosado, empieza a rectificar. Estos últimos días lleva una vida de monje. Y, para hacerse perdonar por la Iglesia, quiere apretar el acelerador de la ley del testamento vital, que negaría a los pacientes irrecuperables la posibilidad de renunciar a la alimentación artificial. Otro ejemplo de cómo la vida privada del primer ministro incide en la de todos los demás.

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