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El poder amarillo

El imperio Murdoch. La prensa sensacionalista británica se ha visto envuelta estos días en un nuevo escándalo, pero su gran influencia aún asusta a los líderes políticos

ÍÑIGO SÁENZ DE UGARTE

Alas pocas semanas de comenzar a trabajar en el poderoso Departamento de Comunicación de Downing Street, Lance Price descubrió lo importante que era la opinión de Rupert Murdoch para el Gobierno de Tony Blair. 'Alguien que conocía bien el tema me dijo que le habíamos prometido (a Murdoch) que no cambiaríamos la política sobre Europa sin hablar antes con él', escribió en un libro años después.

No se tomaba ninguna decisión importante sin tener en cuenta la reacción de tres personas, recordaba Price, y una de ellas era el magnate de la prensa conservadora, dueño de un imperio que cuenta con los dos grandes periódicos sensacionalistas del Reino Unido, The Sun y el dominical News of the World.

La prensa sensacionalista está acostumbrada a ser criticada, pero sabe hacer valer su poder. A veces, sus reporteros tienen que vérselas en los tribunales con sus víctimas. Al final, todo se reduce al pago de indemnizaciones, que están incluidas en el modelo de negocio. Sin embargo, el último escándalo ha alcanzado proporciones desconocidas en una doble vertiente.

El diario progresista The Guardian ha acusado a News of the World de montar poco menos que una red de espionaje de los teléfonos móviles de políticos, artistas y deportistas. El ex director del semanario es ahora el principal asesor de comunicación del líder conservador, David Cameron. Los laboristas, cansados de defender a un Gobierno moribundo, ahora tienen la posibilidad de atacar al gran rival.

A pesar de que los medios sensacionalistas ya no tienen las tiradas apabullantes de antaño, su influencia política continúa siendo decisiva. Gordon Brown y David Cameron cortejan los favores de Murdoch. Ambos pretenden que The Sun haga por ellos lo que hizo por Blair en 1997: recomendar el voto a un candidato que se coloca así en la mejor posición de salida.

La época gloriosa de los tabloides fueron los ochenta y noventa, como recordaba el sábado en The Guardian Wensley Clarkson, un periodista que hizo de todo en esos años y no siempre dentro de la ley. A veces, la tarea se reducía a pagar a un policía por la información que demostraba que el príncipe Carlos estaba viendo en secreto a una tal Diana Spencer. O pujar con alguien de la competencia por el testimonio de una persona que iba a destapar los secretos oscuros de un político, con preferencia por adulterios o excentricidades sexuales.

En ocasiones, había que pasar por encima del Código Penal, como cuando pusieron micrófonos en la habitación de Richard Burton en un hotel. El crimen no siempre resulta rentable. Tanto esfuerzo sólo sirvió para escuchar al actor reprender a su hija por sus gastos personales.

'A principios de los ochenta, la competición entre los tabloides era tan intensa', recuerda Clarkson, 'que nos animaban a hacer lo que fuera para conseguir exclusivas'. Una década después, News of the World comenzó a destacarse de las demás cabeceras gracias a su interminable presupuesto. Había tanto dinero para gastar que se pudo iniciar una fructífera relación profesional con otro colectivo muy interesado en las comunicaciones telefónicas: los detectives privados.

La alianza ha llegado hasta nuestros días y ha terminado estallándole en la cara al dominical de Murdoch. Era más sencillo cuando los periódicos sensacionalistas eran el buzón perfecto en el que depositar historias obtenidas de forma discutible. Durante un tiempo, el ciudadano anónimo con un escáner y mucho tiempo libre era la excusa perfecta para justificar la publicación de conversaciones privadas. Así se supo del intenso romanticismo del príncipe Carlos y sus deseos de convertirse en el tampón de Camilla Parker-Bowles. Lo mismo ocurrió con las aventuras de la despechada Diana.

Por entonces, la prensa amarilla tenía bula. El futuro matrimonial del heredero del trono era indudablemente un asunto de interés general. La atormentada pareja real prefería no acudir a los tribunales y además su credibilidad era discutible porque utilizaban a esos mismos periódicos como campo de batalla de sus rencillas.

Pasados los tiempos de gloria, la competencia se hizo si cabe más feroz. En la última década, los diarios han luchando por una tarta más pequeña. The Sun vende cada día tres millones de ejemplares, pero al coste de reducir el precio hasta niveles ínfimos. News of the World también vende tres millones, muy lejos de sus cotas de hace diez años.

Conseguir acceso a los buzones de los móviles de los famosos se ha convertido en la principal cantera de noticias. No son los periodistas los que se manchan las manos. Detectives privados que pueden cobrar hasta 100.000 euros al año se ocupan del trabajo sucio. Unas simples llamadas y una gran factura te dan las exclusivas.

Ese fue el origen de la historia de David Beckham y Rebecca Loos, un momento de gloria para el dominical de Murdoch. Un caso similar llevó a prisión al reportero estrella del periódico en 2007. Su problema comenzó cuando la investigación de la filtración de los mensajes de los móviles de tres funcionarios de la Casa Real fue encomendada a la División Antiterrorista de Scotland Yard. Los tiempos habían cambiado.

La tormenta pasará y los detectives, que ahora ven peligrar sus ingresos, volverán a ser reclamados. De entrada, el poder de Murdoch no ha menguado. La Comisión de Telecomunicaciones amenazó en junio con poner coto a la posición monopolística de Sky (que forma parte del grupo de Murdoch) sobre los derechos televisivos del fútbol y el cine. Sólo diez días después, Cameron anunció en un discurso que pretende recortar los poderes de esa comisión y limitarlos a asuntos estrictamente técnicos.

El imperio Murdoch no se toca. No importa cuántos ejemplares venda ni cuáles sean sus métodos. El voto de The Sun y de News of the World es muy valioso como para ponerlo en peligro.

 

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