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¿Qué demonios pintamos allí?

Por poco que nos guste no queda otra que mantener la presencia militar extranjera y, sin bajar la guardia, buscar una salida política

LUIS MATÍAS LÓPEZ

Ante el penoso espectáculo de la campaña electoral afgana, el paupérrimo balance de más de siete años de intervención internacional y las similitudes con el desastre iraquí, es casi inevitable preguntarse: ¿Qué demonios pintamos allí?

¿Por qué hay tropas españolas en Afganistán? La ministra de Defensa, Carme Chacón, lo dejó muy claro el 17 de junio ante el Congreso, cuando solicitó autorización para enviar más efectivos: por 'la importancia que tienen la estabilidad, la reconstrucción y el desarrollo de este país para la seguridad del mundo y, en concreto, la de España' y porque el regreso de los talibanes al poder 'permitiría a organizaciones terroristas como Al Qaeda disponer de un centro de operaciones desde el que planificar nuevos ataques contra nuestra sociedad'.

Es la teoría de la 'guerra necesaria' de Obama: 'Si nos desentendemos, la insurgencia talibán ofrecerá a Al Qaeda un refugio para planificar la muerte de más estadounidenses'. Teme otro 11-S. Chacón teme otro 11-M. Lógico, pero, ¿vamos ganando?

Ocurre lo que en Irak: se ganó con facilidad la guerra convencional y se ha empantanado la lucha sin frentes definidos contra la insurgencia, sin una esperanza realista de victoria a medio plazo.

El país sigue hundido en la pobreza, florece el cultivo y tráfico de opio, el conflicto se extiende y amenaza con desestabilizar Pakistán, y el mal gobierno y el tribalismo impiden ver las elecciones como una oportunidad de estabilidad. Peor aún, el presidente Karzai acepta apoyos siniestros como el del señor de la guerra uzbeco Abdul Rashid Dostum, que no desentonaría en el banquillo de la Corte Penal Internacional, o permite leyes de regusto talibán como la que permite a los chiíes dejar sin comer a sus esposas si les niegan sexo.

Pero, ¿qué pasaría si se deja a los afganos a su suerte? Que el régimen caería con la misma facilidad que el de Najibulá cuando se retiraron los rusos, que los talibanes reconquistarían el poder y Al Qaeda se reforzaría. Mal asunto. O sea, que por poco que nos guste no queda otra que mantener la presencia militar extranjera y, sin bajar la guardia, buscar una salida política, negociando con los talibanes moderados (que los hay), aislando a los radicales e intentando expulsarles de su santuario en las zonas tribales paquistaníes. Al menos, al contrario que en Irak, el respaldo entre las fuerzas políticas españolas es casi total a una misión con plena cobertura legal de la ONU.

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